-Mina-le dijo-¿sabes guardar un secreto?
-Claro que sí, señor Hamilton.
-Acércate-le pidió.
Ella hizo caso.
Y nada volvió a ser lo mismo.
»♣Contenido maduro +18 ♣«
Mientras busco las llaves en mi cartera para abrir las rejas en la casa donde vivo junto a mi madre y a mi hermana en los barrios bajos pasando Puente de Vallecas, muero de miedo por lo oscuras que son las calles.
Se trata de un terreno donde hay varias casas pequeñas, al estilo conventillo, donde alquilamos dos habitaciones y un baño comunitario. Es la opción que nos quedó tras haber sido desalojadas luego de que se nos terminó el pobre dinero del seguro de desempleo que cobramos a raíz de la muerte de papá.
Aún no consigo sacarme de la mente la imagen de Black Hamilton gimiendo de placer, pero luego tratándome como una simple empleada más a la que puede explotar a gusto.
Pienso en el papel,
Pienso en la foto que guardo en mi móvil y una sensación de escalofríos sacude mi interior.
Hasta que me asalta la extraña sensación de estar siendo observada.
Miro hacia atrás y nada, Santo cielo.
Hasta que encuentro al otro lado de la calle un auto negro detenido. Los vidrios oscuros están subidos a tope y me da mala espina, por lo que vuelvo a toda prisa a la reja.
Busco las llaves. Mis manos tiemblan. Se me cae el manojo, caigo en la cuenta de que no son las de mi casa sino que me he traído la de las oficinas, genial, ahora tendré que ser la primera en ir a abrir mañana antes de que otra persona llegue y Hamilton me mate.
Una vez que recojo nuevamente las llaves, escucho un ruido. Es el auto. La puerta se ha abierto.
Miro lentamente volteándome y temiendo lo peor.
Dos personas bajan y se acercan a toda prisa. Mi corazón está a punto de estallar.
Por algún motivo, tengo la horrible sensación de que saben lo que yo sé.
Distingo la luz de una farola atravesando el semblante del que ha bajado del lugar de acompañante.
También del conductor.
Es el socio de Black que antes se marchó con odio dando un portazo de la secretaría privada donde yo trabajo.
Mi móvil
Pienso en la foto.
Pienso en el papel.
Recuerdo que he leído algo que no debía.
Y ya es demasiado tarde cuando el guardia del socio de Hamilton levanta su arma para darme un golpe con la culata del revólver al centro de mi frente.
Hay momento en que la vida pasa delante de tus ojos en un santiamén. Parece que todo ha sido demasiado breve, parece que esos días que rogabas que se terminen de una vez ya no sean tan malos. Te sientes valiente para salir a buscar oportunidades y odias a puntos extremos quienes te las han quitado.
Solo necesitas un momento más, un abrazo de alguien que amas, una sonrisa de esa persona que en algún momento te llenó de felicidad. La mirada de mamá, la voz de mi hermanita, el recuerdo de papá.
Esos momentos límite provocan que todo lo que viviste parezca demasiado breve porque sabes que algún hecho podría provocarte perderlo todo.
Como esa opresión grave en mi pecho que sentí cuando el agente llegó a casa y le dijo a mamá que papá falleció de regreso al trabajo.
De pronto sabes que serás una desgraciada, que quedarás a al deriva, que no podrás volver a darle un abrazo a una de las personas más importantes que tienes y el mundo entero se quiebra para jamás volver a componerse como era antes.
Un día más, sólo un día más quieres arrancarle a la rutina, a Dios o a quien se le deba pedir, para aprovechar y creer que no disfrutaste lo suficiente con esa persona que amas.
Pero horas de amor fueron reemplazadas por horas de trabajo que debía invertir para que yo pudiera seguir estudiando.
Esa sensación, esa horrible sensación de que el mundo engrosa sus paredes hasta aplastarte es la misma que me atravesó en el instante que el socio de Hamilton apoyó su revolver en mi cabeza.
Y la pesadilla se terminó.
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Aún despierta, no sigo sacarme la sensación de encima y me pregunto si en algún momento esto podría ocurrirme realmente. ¿Cómo lo afrontaría?
La alarma del móvil suena antes de que el golpe impacte de lleno contra mí y despierto de un sacudón en la cama de mi casa.
Debo mirar hacia todas partes para asegurarme de que no estoy muerta.
Fue una pesadilla...o no,
La pesadilla fue sólo el ataque, todo lo anterior no. Me cuesta trabajo distinguir la realidad de la fantasía mientras intento desperezarme.
Hamilton me hizo quedar hasta tarde anoche y debo restregarme bien los ojos antes de divisar qué es lo que sucede en la pantalla de mi celular.
Las alarmas.
La barra superior dice Dos alarmas perdidas.
Pues...no suelo activar más de dos.
También hay una llamada perdida.
Y dos mensajes.
Los mensajes son de mi compañera de la secretaría.
La llamada es de mi jefe.
No he descansado nada y caray...¡me he quedado dormida!
—Ho...hola—atiendo con temor en la voz apenas recibo un nuevo llamado de Black Hamilton.
—¡¿Dónde diablos estás, Mina?! ¡¿Y dónde diablos están las llaves de mi despacho?!
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#HijoDeLaMafia
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