Capitulo 9

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–¡Adiós, Ippolito! –dijo Angeline–. 

He de volver al convento. Siempeoras, ¡Dios nos libre!, vendré a cuidarte y atenderte, y moriré contigo; si te restableces, como parece ser la voluntad divina,antes de un mes te daré las gracias como mereces.

 ¡Adiós, queridoIppolito!–¡Adiós, querida Angeline! Cuanto piensas es bueno y justo, ytu conciencia lo aprueba: no temas por mí. Siento mi cuerpo llenode salud y de vigor, y, puesto que tú y tu dulce amiga estáis a salvo,¡benditas sean las incomodidades y los dolores que sufro! ¡Adiós!

 Pero espera, Angeline, tan sólo unas palabras... mi padre, segúnhe oído, se llevó a Camilla de vuelta a Bolonia el año pasado... ¿osescribís tal vez?

–Te equivocas, Ippolito; de acuerdo con los deseos del marqués, no hemos intercambiado ninguna carta.–Has obedecido tanto en la amistad como en el amor... ¡québondadosa eres! Pero yo también quiero que me hagas una promesa... ¿la cumplirás con la misma firmeza que la de mi padre?–Si no va en contra de nuestro voto...–¡De nuestro voto! ¡Pareces una novicia! ¿Acaso nuestros votostienen tanto valor? No, no va en contra de nuestro voto; sólo tepido que no escribas a Camilla o a mi padre, ni dejes que este accidente llegue a sus oídos. Les inquietaría inútilmente... ¿me lo prometes?–Te prometo que no les enviaré ninguna carta sin tu permiso.–Y yo confío en que serás fiel a tu palabra, de igual modo quelo has sido a tu promesa. Adiós, Angeline. ¡Cómo! ¿Te vas sin unbeso?

 La joven se apresuró a salir del cuarto para no ceder a la tentación; pues acceder a aquella demanda habría sido un quebrantamiento mucho mayor de su promesa que cualquiera de los ya perpetrados.Regresó a Este, preocupada y, sin embargo, alegre; convencidade la lealtad de su amado y rezando fervorosamente para que notardara en recuperarse. Durante varios días acudió regularmentea Villa Moncenigo para preguntar por su salud, y se enteró de que

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