19 | ¿Ahora es mi culpa?

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Jamie

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Jamie

Cuando Marcus se perdió de mi vista, no sólo se fue de mi casa, sentí que también se iba de mi vida. Sé que las despedidas duelen, pero ésta me caló el corazón sin siquiera tener tiempo de asimilarlo.

No pude prepararme para ello. Bajé la guardia, me divertí como nunca y el universo volvió a tirarme al vacío.

Estaba tan paralizada, que no noté cuando comencé a llorar con toda la fuerza que me quedó. Los hipidos y jadeos no alcanzaban, con mis piernas temblorosas y la vista borrosa temía caerme cada que mis hombros se sacudían. Habían sido demasiadas emociones con las que lidiar en un sólo día.

Necesito dormir. Urgentemente.

Sin pensar demasiado en todo lo que debía afrontar por ahora, dí media vuelta y atravesé la puerta a rastras. Lo que vi del otro lado, me dejó aún más atónita.

Eran mis padres sentados en el blanco sofá mientras volvían los cuellos para mirarme. Al principio sonrieron con toda la emoción mientras saltaban de sus asientos para lanzarse a mí, pero al ver la expresión deshecha de «su pequeña», se contuvieron y sus rostros se colmaron de preocupación.

—¡Jamie! ¿Qué pasó? —preguntó ella, tomando mi rostro entre sus manos con melodrama.

Hablar, decirlo en voz alta fue aún más difícil de lo que creí.

—Te-terminó conmigo —Mi voz salió cohibida, como un globo a punto de poncharse.

—¿Marcus? —secundó papá ladeando el labio. Tuve ganas de decirle en la cara: «¡No, Harry Styles!» pero sólo asentí. Se me acabó el sentido del sarcasmo.

—¿Y por qué? ¿Qué pasó?

Retrocedí para que mi mamá deshiciera su agarre. No quiero darles explicaciones, no quiero responder sus preguntas. De repente tuve una exótica repulsión.

Se van semanas, ¡meses! ¿Y pretenden que al volver, les abra mi corazón como si nada? Los amo, pero no tengo ganas de fingir nada.

Inevitablemente busqué a mi nana con la mirada entre los espacios de la sala y el comedor. Sólo ella puede entenderme y sacarme de este embrollo.

—¿Y Nana? —forcé el ceño al no verla. Era extraño, ella siempre es la primera en recibir a los invitados apenas cruzan la puerta.

Se vieron entre ambos, como intentando resolver mentalmente sus propias cuestiones, y luego soltaron la gota que colmó mi vaso.

—Bueno, ¡volvimos! —sonreí sin gracia, esperando a que continuaran—. Con nosotros aquí, ya no necesitas a Nana.

—¿La despidieron? —farfullé lentamente, mis ojos se cargaron con nuevas lágrimas.

—Bueno, ella es como parte de la familia y puede volver cuando quiera… —comencé a enterrar las uñas en mis puños apretados, negándome a aceptar sus palabras—, pero decidimos que era momento de pasar tiempo los tres nada más.

Inconclusos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora