Dejemos una cosa bien clara, sobre todo ahora que esta plaga llamada Christopher Vélez se está extendiendo en mi vida a marchas forzadas: no me gusta llamar la
atención, nunca lo he hecho y nunca lo haré. Soy el tipo de persona a la que le
gusta fundirse con su entorno y lo hago tan bien que hasta un camaleón envidiaría
mis habilidades. Verás, mi capacidad para socializar es mala no, lo siguiente.
Cuando tengo que hablar con alguien nuevo, simplemente resulto patética. La
prueba irrefutable de mi falta de pericia es que de los cinco a los quince años solo
tuve una amiga. Cuando me dio la patada para dedicarse a una vocación superior,
tardé meses en hacer amistad con otra persona: Megan. De hecho, el mérito fue
todo suyo por tolerar mis respuestas monosilábicas y esta incomodidad que
siempre va conmigo y que me es tan natural como el respirar.
El objetivo de esta explicación es destacar lo frustrante que me resulta sentirme continuamente observada. Las miradas me siguen allá donde voy, ya sea en clase, en la cafetería o en el lavabo. Las muy cabronas han llegado a seguirme incluso durante mi turno en el Rusty’s Diner. Es inquietante. La mayor parte del tiempo acepto tanta atención indeseada a base de repetirme una y otra vez que no todos los humanos son así, que no todo el mundo disfruta metiéndose en las vidas ajenas. Es más, si yo estuviera en su lugar, quizá también espiaría a la chica que va acompañada a todas horas por el sinvergüenza oficial del instituto.
Estamos sentados a una mesa de la cafetería y de nuevo, milagro, no es la más cercana a las papeleras, que están a rebosar. Christopher, para conseguirla, ha tenido que amenazar a un grupo de jugadores de fútbol que se han levantado a toda prisa
y se han dispersado de una forma un tanto cómica. De pronto, me siento cada vez
más observada, hasta el punto de que empiezo a volverme paranoica. La sensación se parece extrañamente a ese sueño en el que te presentas en clase desnudo.
—¿Te vas a comer eso? —me pregunta Christopher sin apartar la mirada de mi
trozo de pizza, y yo lo empujo hacia él.
Está sentado a mi lado, mientras que Megan y Beth se han sentado al otro lado de la mesa. Megan no ha tocado la comida, prefiere comerse a Christopher con la mirada. Por lo visto, nunca había estado tan cerca de él (le llama Chris «la Piedra»
Vélez) y se ha quedado sin apetito. Beth parece mucho más tranquila, comiéndose
una manzana con el amago de una sonrisa en los labios.
En algún momento no podré más y sufriré un ataque de pánico por lo absurdo de la escena, pero de momento me lo guardo para más tarde.
—Y qué, señoritas, ¿tienen planes para el fin de semana? —pregunta Christopher.
Es una pregunta inocente, pero tengo la sensación de que su objetivo es acabar con este silencio incómodo y hostil (sobre todo por mi parte). Ya lleva una semana sentándose con nosotras, para disgusto de la concurrencia, especialmente de Nicole. Cada vez me cuesta más ignorar sus miradas asesinas. Está cabreada, es
evidente. Sin saber muy bien cómo, me he convertido en la protegida del único
bully que la supera en maldad y seguramente está con el síndrome de abstinencia.
Lleva una semana sin meterse conmigo. Llámame pesimista, pero no puedo evitar
sentir un escalofrío cada vez que pienso en lo tranquila que está Nicole, como la
calma antes de la tormenta que es mi ex mejor amiga.
—Puede que vayamos al centro comercial o algo así —le digo.
De pronto, me propino una colleja mental al darme cuenta de que acabo de rebelar mi posible ubicación durante el fin de semana. Tenía la esperanza de poder salir con las chicas y hacer algo divertido sin que Christopher nos siga. Ahora ya no creo
que sea posible.
—¿El sábado por la noche? Si que cierra tarde el centro comercial, ¿no?
Arquea una ceja y yo me encojo de hombros.
—Tampoco es que tengamos muchas opciones. No nos sobran las invitaciones para ir a fiestas precisamente.
Espero que a él no le haya sonado tan triste como a mí. Me observa en silencio y, antes de que sepa qué está haciendo, se levanta, se da la vuelta y llama a gritos a un tal Richard, que está al otro lado de la cafetería.
—Eh, broh, ¿sigue en pie lo de la fiesta del sábado?
El tal Richard está sentado en la mesa de Nicole. Seguramente es del equipo de
atletismo porque lleva su camiseta característica. Grita que sí y Christopher le dice que se apunta.
—Genial.
Richard sonríe y de pronto la gente de su mesa se lanza a decidir el tema más
importante: ¿quién llevará el alcohol?
Christopher se sienta otra vez y me sonríe.
—Ese wey lleva toda la semana suplicándome que le deje celebrar una fiesta de bienvenida en mi honor. Yo no quería porque el we es un panoli, pero, eh, no hace falta que me des las gracias.
Lo miro fijamente sin saber muy bien qué quiere decir. ¿Por qué tengo que darle las gracias? Alguien le monta una fiesta, bien , qué emoción. ¿Y a mí qué me importa? Megan, que siempre es la lista del grupo, grita emocionada y salta en su silla. Y eso antes de empezar a aplaudir como un bebé de dos años hasta los topes de azúcar.
—¿Qué?
Los miro a los dos, y me pregunto qué me he perdido.
—Veo que sigues siendo un poco lenta, ¿eh, _____? Menos mal que ahora estás buena, así podrás echarle el lazo a algún wey rico.
Me da un capirotazo en la frente y yo lo miro entornando los ojos.
—El sábado nos vamos de fiesta —me dice lentamente, viendo que yo aún no he entendido nada.
Se detiene entre palabra y palabra como si le estuviera explicando un teorema especialmente complicado al alumno más cortito de la clase. Frunzo el entrecejo y me vuelvo en la silla para mirarlo cara a cara.
—¿Y quién te dice que voy a ir? —replico, muy decidida.
Él se ríe y niega lentamente con la cabeza.
—Eres tan ingenua, ______... ¿De verdad crees que tienes elección? ¿Es que no has aprendido nada durante todos los años que has pasado junto a mi persona?
Yo sacudo la cabeza frenéticamente.
—¡No! No pienso ir, no puedo ir y, sinceramente, por mi propio bien, no
debería ir a esa fiesta.
La impresión ante lo que acaba de pedirme es tan fuerte que sigo murmurando frases sin sentido. Christopher, confundido, se vuelve hacia Megan.
—¿Qué le pasa? —le pregunta, como si yo no estuviera presente.
A Megan la pregunta la coge por sorpresa. No se esperaba que Christopher le
dirigiera la palabra y, de pronto, todo el vocabulario se esfuma de su cabeza y
empieza a balbucear frases inconexas mientras intenta construir una que tenga
sentido de verdad. Es lo que yo llamo estar al-Christopher-izado, con ce mayúscula, claro.
—Pues... es que ella... es... quiero decir...
A Beth se le escapa la risa y se quita los auriculares.
—Lo que Megan intenta decir con tanta elocuencia es que somos parias sociales. Si Nicole nos ve en una fiesta, se volverá loca. Si te digo la verdad, a mí me importa un bledo su mala leche, pero estas dos están demasiado cagadas para plantarle cara.
Christopher parece impresionado por la respuesta de Beth, que vuelve a ponerse
sus auriculares Skull Candy y sigue ignorándonos como hasta ahora. Sin embargo, la mirada de sorpresa de Christopher es rápidamente sustituida por algo que parece rabia, sobre todo cuando veo que cierra los puños.
—¿Cuánto tiempo lleva haciéndoles eso? —pregunta, incapaz de disimular el cabreo, y me quedo de piedra al ver su reacción.
¿No debería alegrarse de que, en su ausencia, alguien se tomara la molestia de perpetuar su misión?
—Da igual —respondo, intentando que se tranquilice.
Estamos llamando la atención y empiezo a experimentar la misma sensación de siempre en la boca del estómago. Ahora más que nunca, me gustaría ser otra persona, cualquiera, aunque sea una niña de nombre North West. Sin embargo, me siento prisionera de la intensa mirada de Christopher. Sus ojos me mantienen inmóvil mientras se clavan sin piedad en los míos. Está buscando respuestas que
seguramente preferiría no saber.
—¿Cuánto tiempo? —repite, y esta vez no hay lugar a dudas: quiere una respuesta clara.
Me hundo en la silla y evito su mirada. ¿Qué piensa hacer cuando descubra que mi vida es mucho peor ahora que antes de que se marchara? ¿Me tendrá lástima? ¿Se sentirá culpable por machacarme sin descanso desde que era una niña hasta los quince años? No sé por qué, pero no es lo que quiero. Quizá algún día se arrepienta de todas las veces que me ha humillado, pero no será porque yo me dedique a darle pena.
—Ya te he dicho que da igual, que ya me ocupo yo —replico, consciente de que mis mejores amigas me observan atentamente.
—Ah, ¿sí? —dice él burlándose de mi respuesta—. Porque, por lo que he visto durante esta última semana, tu idea de ocuparse de algo es dejar que Nicole te pisotee con esos pies asquerosamente grandes que tiene.
De pronto, se me escapa la risa al oír lo de los pies, y todos me miran extrañados.
—Tiene los pies enormes, ¿a que sí?
Christopher carraspea ante mi más que evidente cambio de tema, pero no puede
evitar reírse.
—Una vez le vi los dedos de los pies y son asquerosamente largos —dice
Megan, que por fin ha reunido el valor suficiente para participar en la
conversación.
Christopher le sonríe y ella hace lo propio, orgullosa de haberle arrancado una
carcajada a Christopher Vélez.
—Esto no significa que me haya olvidado de lo que estábamos hablando —dice él, muy serio, y las dos lo miramos como si en cualquier momento fuera a retomar el interrogatorio sobre Nicole. Pero de pronto en sus labios se dibuja una sonrisa espectacular y dice—: Las voy a llevar a las tres a esa fiesta y van a saber lo que es pasárselo en grande.
¿Debería desconfiar de sus intenciones por sistema? Sí, debería, pero por desgracia es otro punto más que añadir a la larga lista de cosas que basculan entre el «debería» y el «podría».Christopher me acompaña en coche a casa como lleva haciendo toda la semana.
Empiezo a cansarme de esperar el golpe. Desde que llegó, no ha provocado ningún
daño importante a su alrededor. Tengo el número de urgencias memorizado en el
teléfono y, siempre que estoy con él, la mano preparada para darle a la tecla. ¡Pero
no hace nada! Aparca en la entrada de casa. Qué raro, normalmente se para lo justo
para que me baje, pero hoy apaga el motor y de pronto me doy cuenta de que está
tramando algo.
—¿Qué? —me pregunta al ver que lo estoy mirando fijamente—. ¿Creías que te iba a llevar arriba y abajo a cambio de nada?
—¿Qué quieres, que te pague?
No tengo ni un duro. He invertido todos mis ahorros en el fondo para el coche, al que mi padre también ha contribuido. Una camarera a tiempo parcial no es que gane mucho, y yo encima intento no pedir dinero a mis padres si puedo evitarlo.
—No, no quiero dinero. Tengo hambre y quiero que me des de comer —me
dice mientras se baja del coche, y a mí se me escapa la risa.
¿Quién se ha creído que es para darme órdenes?
—No pienso prepararte nada —replico mientras camino detrás de él.
Se me olvida mencionar un pequeño detalle: que no tengo ni idea de cocinar. La parte trasera de su cabeza se mueve levemente; apuesto la mano derecha a que está sonriendo. Se detiene en el porche y se da la vuelta.
—¿Qué ha sido eso, _____? ¿Me ha parecido oír que no vas a prepararme nada para comer? Me pregunto qué dirá tu padre cuando lo sepa.
Se acaricia la barbilla, pensativo, y yo siento que se me hiela la sangre en las venas.
—No te atreverás.
—Ponme a prueba._____________________________________________
Weno weno, primero que nada, sorry por hacerlo tan corto, yo soy de hacerlos largos, pero qsy decidí cortarlo ya que era demasiado largo :v
Espero que les guste:3
No se olviden de darle a la estrellita:")
Comenten si quieren que suba la segunda parte uwu.
Se vienen cosas wenas gente.
Las mamow♥.
M.V
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I will hate you until I love you (Vélez, Tn, Pimentel)
Acak______ (nombre) _____ (apellido) es una chica del montón. Su plan para el último curso del instituto es pasar desapercibida y seguir admirando a su fichaje, Joel Pimentel, desde la distancia. Pero todo cambia cuando el hermano de Joel, Christopher...