C a p í t u l o 29

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—Siento que estamos cometiendo el crimen del siglo

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—Siento que estamos cometiendo el crimen del siglo.

—Pues esto no es muy legal que digamos.

Su conversación hacía eco en la oscuridad del túnel. Habían comenzado a bajar desde hace unos minutos, y parecía que el camino no tendría fin. Todo estaba sucumbido entre la oscuridad, solo siendo iluminados por la linterna que llevaban. Eso era lo único que les daba visibilidad. El correr del agua todavía se escuchaba en el interior de la montaña, puesto que en el suelo, en ambos bordes del camino, seguía caminando la corriente. Y eso es lo que tenían que seguir, pero ¿hasta dónde? Cada vez estaban más abajo. Las paredes a su alrededor se encontraban alzadas de una manera perfecta, las medidas parecían ser tan exactas, que era imposible de realizar tomando en cuenta el tipo de material de la montaña. Estaban rodeados por jeroglíficos tallados, con figuras humanoides y de dioses.

Unos metros más adelante, el suelo dejaba de ser liso, y comenzaba el descenso de unas escaleras un poco chuecas, pero funcionales, y al fondo de estas, se alzaba una puerta doble, hecha de madera, y siendo iluminada por una antorcha que llevaba demasiados años encendida.

—Esa es la llama que te digo, no la otra llama —mencionó la chica, recordando la conversación que habían tenido hace un rato, cuando estaban buscando la llama que titila —. Ven, vamos. Esta es la última parte del acertijo. "Desciende al reino donde el tiempo se inclina".

—No me digas nada, había que pensar en todas las posibilidades. Probablemente las llamas también puedan bailar. Todos lo hacen. Cuando tenía quince años, Daniela había adoptado un perro y se ponía a bailar por comida —ofreció como ejemplo, bajando las escaleras de poco en poco.

—Pero los animales no titilan. Eso va inclinado a objetos de luz —justificó la menor.

—Entonces las luciérnagas titilan —dijo él, a modo de afirmación —. Son animales, pero de luz. Y su luz se apaga y se prende.

Noah se detuvo durante unos segundos, y volteó a ver a su acompañante, frunciendo el ceño. No había pensado en eso.

—Bueno, las luciérnagas sí, pero sólo porque en la noche brillan, y es su luz la que titila, nunca he visto bailar a una luciérnaga —respondió, continuando con su andar junto al castaño.

—Yo sí.

—¿Ah, sí? ¿En dónde?

—En una película de caricaturas.

Se detuvieron frente a la entrada, y se dieron ya el lujo de apagar la linterna que llevaban, ya que ahora era la antorcha la que los iluminaba. Matthew colocó una mano en el picaporte, y poco a poco lo fue haciendo girar. Empujó con suavidad la puerta, causando un rechinido de los tornillos viejos. Esto claramente, era algo que habían colocado en una época distinta a la del imperio inca, se veía de al menos, el siglo pasado, justo de los tiempos en los que Benjamin Forsythe estaba vivo.

Proyecto Matthew (Parte I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora