¿Coincidencia o el poder de la mente?

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   ¿Coincidencia o el poder de la mente? Te vi un día que tomaba un camión hacia casa de una amiga. Me preguntaste hacia dónde iba esa ruta y dónde debías bajarte para quedar lo más cerca de tu destino. Ese día no sentí nada especial, pero sí te volviste un recuerdo. Después de un tiempo, me encontraba en una reunión con algunos amigos. Esa fue la segunda vez que te vi, y fue cuando tuve la oportunidad de acercarme a ti, y en seguida sentir un escalofrío por todo mi cuerpo. Tú querías que te prestara mi bicicleta, pero vamos, no te la iba a prestar, era mi bicicleta; mi amada bicicleta, y tú eras una extraña. Pero corriste intentando montarla, ¿y qué hice yo? Pues defender lo que es mío. Así que corrí tras de ti y te inmovilicé sosteniendo tus brazos por detrás. Pegué mi pecho a tu cabeza: tú eras tan bajita, y yo alto y robusto. ¡Oh! en ese momento que te tuve así, supe que me encantaría tenerte sobre mí, tenerte en cuatro, tenerte arriba, tenerte abajo...

   Se hizo tarde y todos se fueron. Todos, excepto tú y yo. Lo sabía, sabía que tú también habías sentido esa corriente cuando te sostuve a la fuerza. Entonces solos, en aquél parque, en aquella banca con un techo minúsculo, platicamos de banalidades, hasta que comenzó a lloviznar y luego a llover. Nos subimos a la banca para tratar de refugiarnos bajo ese pequeño techo. Tú vestías una blusa de tirantes y una falda que te llegaba hasta las rodillas. Comenzaste a temblar de frío, así que te abracé y te pasé mi calor. Tu cabeza apenas llegaba a mi pecho. Mis manos bajaron a tu cintura suave.

   Nos abrazamos un rato, permanecimos allí, dándonos calor. Después que pasó más tiempo, y que vimos que la lluvia no menguaba, me dijiste que vivías cerca y me invitaste a tu casa. Así lo hicimos. Medio corrimos bajo la lluvia, y bueno, llegamos empapados a tu casa. Trataste de prestarme ropa seca, pero vamos, apenas y cabían mis brazos en tus shorts. Platicamos por 3 horas. Hablamos de diferentes temas, entre ellos, de nuestras preferencias en la cama y nuestras fantasías. Esperaba mucho esa noche, pero sólo platicamos. Cuando me fui, me regalaste un beso; fue delicioso.

   Fue entre semana que me escribiste un mensaje. Quedamos de salir un miércoles.

   Nos vimos ese día en la noche. Te llevé a un restaurant del que soy cliente, sabía que la comida de allí te encantaría. Esa noche llevabas puesto un pantalón negro y una camisa lila con botones blancos. Llevabas el pelo suelto, me encanta tu cabello, es lacio y negro. También me encanta tu sonrisa. Comimos y platicamos. Disfruté nuestra plática: hablamos de historia y de cultura, qué buen momento. Ambos bebimos un tarro de cerveza, la cereza del pastel. Después de dar las gracias, partimos del restaurant y nos dirigimos a mi casa. Cuando llegamos, recuerdo que estabas tan a gusto que comenzaste a cantar. Después me pediste que yo cantara, y así lo hice... Platicamos otro ratito. Fue entonces cuando comenzaste a presumirme de tus dotes de elasticidad, y bueno, como tan a gusto estabas estirándote, te pedí que te quitaras el pantalón: no dudaste en hacerlo. Ah, que hermosa vista. Tú estirando, y yo viendo tus piernas y tus nalgas, tus pechos, la curva de tu espalda. Me acerqué a ti, me incliné y comencé a besarte. Te arrastré de la sala a mi habitación. Tus labios y los míos se acariciaban y hacían sonidos húmedos. Te apreté con fuerza en un abrazo, pegando tus pechos a mi cuerpo. Comencé a quitarte la camisa, mientras tú acariciabas mis costados. Unos minutos después, ambos estábamos desnudos sobre la cama. Fue entonces cuando pude ver que no estabas del todo segura de lo que iba a pasar.

   —¿Qué es lo que te gusta? —te pregunté, buscando que te sintieras cómoda.

   —Bésame —dijiste en seguida.

   Y así lo hice, te besé, te besé y me percaté que eso era lo que más disfrutabas.

   Bajé mi mano, acaricié tus pezones, los lamí y los besé. Entonces seguí bajando con mi mano y acaricié tu vientre, también lo besé. Bajé mi mano hasta alcanzar tu clítoris y lo estimulé con mis dedos. Después metí el dedo medio, despacio, despacio, gemiste un poco. Comencé a meterlo más rápido, se notaba que disfrutabas lo que hacía.

   —Esto te gusta, ¿eh?

   —S-sí... umm... umm.

   Metí otro dedo y escuché más gemidos. Entonces me incliné y comencé a lamer tu vulva, ah, cómo me encanta tenerte así, entregada y sin abstenerte de gemir. Quiero escucharte gritar.

   Alguna vez me preguntaste cómo prefería los senos, te dije que los prefería medianos o grandes. ¿Por qué? Por lo que estaba sucediendo en ese momento: tú sobre mí, recargando tus manos a mis costados, mirando hacia el techo mientras gemías, te ayudé alzando mis caderas cuando bajabas, y tus senos se movían de arriba hacia abajo, ¡te estaba penetrando tan profundo! Ah, mi pene estaba caliente, abrazado y abrasado por tu vagina.

   La verdad es que desde que te vi, quise tanto tenerte como te tuve en ese momento. Estaba de rodillas tras de ti, tú estabas en cuatro, te penetraba mientras jalaba tus brazos hacia atrás, oh, qué flexible eres, no lo dudo. Adentro y afuera, adentro y afuera. Miré cómo gotas de sudor bajaban sobre tu espalda. Entonces tomé todo tu cabello y lo jalé hacia atrás. Tú gritaste de placer. Adentro y afuera, adentro y afuera. Te senté sobre mi regazo y te penetré aún más profundo. Como eres tan pequeña y flexible, te podía sostener muy fácilmente. ¡Ah! Qué delicia.

   No sé con certeza cuánto tiempo estuvimos juntos, pero sé que amanecimos entrelazados. Ese día tenía que ir a trabajar, así que no pudimos estar la mañana juntos. Fue una experiencia especial, sin duda. Pero... después de ese día no volví a verte... ¿Qué habré sido para ti? ¿Qué significaste para mí? Sólo sé que estarás siempre presente como un recuerdo. ¿Coincidencia o el poder de la mente? 

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