Un encuentro improvisado

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        Atender en cualquier negocio es un reto, toda una labor, aunque a veces puedes encontrarte personas interesantes. En un día de esos, atendí a un joven que compró un producto para complementar la fiesta que organizaba. Ni corto ni perezoso, me invitó a dicha celebración. Acepté.

        Ya por la tarde me presenté en el lugar indicado. Se trataba de un lugar en la playa, al aire libre. Cuando llegué busqué al muchacho y lo saludé. Después de un rato llegaron más invitados, pero todos eran hombres (al rededor de ocho). Al final llegó una joven más (la única mujer, aparte de mí). Después de unas copas, uno de los muchachos comenzó a insinuárseme diciendo frases realmente desagradables, cosa que me hizo enojar. De esta manera decidí retirarme, pues la vibra en general se volvió pesada. Le comenté de mi huída a la otra mujer asistente y decidió acompañarme. Cuando nos dirigíamos a la salida, todos los muchachos comenzaron a seguirnos y finalmente nos persiguieron. Ambas corrimos lo más rápido que pudimos y nos encerramos en un edificio. Cerramos la puerta con seguro y así nadie pudo entrar.

        Encendimos la luz y observamos al rededor. Primero: la luz que existía era tenue y el lugar apenas se iluminaba. Alcanzamos a percibir que se trataba de una habitación de forma rectangular, unos 8x5 metros. En una esquina se encontraban al rededor de veinte cartones de cerveza y unas cuantas botellas de tequila. El suelo no tenía loseta. De los nervios, decidimos abrir una botella y bebimos por no sé cuánto tiempo. Después de haber ingerido el alcohol, la chica me miró y se acercó poco a poco. Observó mis labios y se acercó más. Rodeó mi cuello con sus brazos y me besó. Sus labios y los míos se acariciaron con lentitud, un creciente deseo nació y los labios se correspondieron, mezclando nuestras esencias. Se movieron, se acariciaron, ella mordió mi labio inferior y un pequeño gemido se me escapó. Sus manos viajaron a mi espalda y la acariciaron, de arriba a abajo, en círculos. También la rodeé con mis brazos e intensificamos el beso. Después de un rato, ambas yacimos una al lado de la otra, y probamos y acariciamos cada recoveco de nuestros cuerpos.

        Después de conocernos y reconocernos, en un acuerdo mutuo decidimos abrir la puerta. Ya nadie se encontraba intentando forzarla. Caminamos hacia la playa y encontramos a los muchachos que nos miraron con asombro. En menos de un minuto todos nos encontrábamos juntos, y un deseo colectivo inundó nuestros sentidos. Fue como si una batuta hubiese indicado que el movimiento comenzaba, y cada uno de nosotros besó con pasión al que tenía al lado. Hombre y mujer, mujer y mujer, hombre y hombre. Las manos se perdieron bajo las vestimentas y pronto todos se encontraban desnudos. Los miembros masculinos erguidos fueron frotados y absorbidos por manos, bocas, vaginas y anos. Los gemidos se volvieron la interpretación de la pieza musical, y los orgasmos eran la cadencia de los movimientos en que se dividía el concierto. Arriba y abajo, adentro y afuera, lubricado y excitado, adentro y afuera, lamido y besado, movimiento en círculos y de adelante a atrás. Todos se volvieron uno y uno se volvieron todos.

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