Prólogo

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"Mi diagnostico es sencillo, sé que no tengo remedio".

—Julio Cortázar, Rayuela.

Érase una vez, hace algunos años, no importa cuantos exactamente, nació una hermosa Princesa, fruto de un gran amor de esos que solo se conocen en los libros de cuentos...

A pesar de que era una familia constituida de manera muy extraña, todos eran felices con la llegada de una niña tan hermosa al mundo, sus padres y sus hermanos no podían estar más plenos.

La pequeña era idéntica a su madre, sus cabellos eran castaños, y sus ojos, verdes tales esmeraldas. Realmente eran idénticas, incluso en sus maneras de expresarse, tan elegantes y sofisticadas que parecían moverse flotando por la delicadeza con la que lo hacían.

—Seré la princesa y ustedes serán mis caballeros —dijo sonriente a lo que los tres niños delante de ella sonrieron, aceptando lo que la menor de todos imponía—. ¿Por qué ustedes no están vestidos? —preguntó frunciendo el ceño al darse cuenta de que sus hermanastros no estaban caracterizados.

—Por qué no queremos jugar, Princesita, es una cosa de niños pequeños y yo ya tengo doce —explicó Christopher, el mayor de todos. Su voz era calmada para intentar persuadirla de que no lo terminara disfrazando de nuevo, en cambio, los ojos de la niña se volvieron rojizos y no faltó demasiado para que las lágrimas terminaran por salir de ellos.

—Calma, nena. No llores —intervino Liam, el que seguía en edad, secando las lágrimas de la pequeña. La amaba como si fuese su hermana realmente y no soportaba verla llorar.

—Chris va a jugar si es lo que quieres —continuó Nathan mientras pasaba un brazo por sus hombros y Ethan palmeaba la espalda del mayor, dándole un par de prendas para que se disfrazara y mantuviera feliz a la niña, no le agradaba nada el verla de ese modo.

—Ve a cambiarte —Sawyer, el menor de los chicos le susurró al ver a su pequeña hermana hipando debido a las lágrimas y el mayor de todos terminó por ceder ante las miradas casi amenazantes que los demás le daban.

A ninguno de ellos le gustaba verla llorar y menos si alguno había sido la causa.

Las peleas entre los hermanos no solían durar mucho, aunque no eran hermanos de sangre —al menos no todos—, se querían como si de verdad lo fuesen, ella era su princesita y nadie podría dañarla sin que se las viera con ellos primero.

Pero como en todo cuento de hadas, existe un villano que se encargaría de arruinar la felicidad de este castillo y nadie, por muy dispuesto que estuviera a evitarlo, lo lograría.

Al otro lado de la ciudad, la pareja perfecta parecía que estaba a punto de colapsar mientras caminaban por una avenida poco transitada.

—No es verdad, puedo jurarte que no es verdad —rogó a la mujer, quien sostenía en sus manos unas fotografías que ya estaban arrugadas por sus manos, gracias al resentimiento que sentía en ese momento.

Apenas salían de la fiesta de caridad a la que habían asistido, en la puerta del edificio, alguna persona le había dejado un sobre anónimo que contenía lo que entonces, destruiría la vida por la que tanto les había costado luchar.

—Las fotos no mienten, Sean. Lo has hecho de nuevo, prometiste que sería la última vez, pero no estoy dispuesta a soportar de nuevo estas aventuras tuyas, soy el hazmerreír de todo Sídney —respondió con los dientes apretados, intentando no derramar más lágrimas.

Quería confiar en él, quería creerle y que fuesen felices como siempre lo habían sido, pero no podía hacerlo, las pruebas eran reales y las tenía en sus manos.

Little Princess [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora