PRÓLOGO

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16 Julio 1994


Yo escribo sentada en el sofá de una casa que ya no existe, veo por la ventana un paisaje que ya no existe también; diálogo con voces que tienen ahora su boca bajo tierra y lo hago en compañia de alguien que se fue para siempre. 

Escribo en la oscuridad, entre cosas sin forma, como el humo que no regresa, como el deseo que comienza apenas. 

- Mercedes Carranza. 


Transcurren las horas como si de una carrera se tratase; el viejo lastre amenaza con acechar mis efímeros sueños; quizá piensa que algo como eso generaría inquietud en mí; al parecer él carece de todo; me sorprendería si algún día dice que dejará de atormentarme; cruelmente es su pasatiempo favorito.

Al instante puedo deducir que no le basta con los murmullos estoicos que da contra la almohada; quizá sea su forma de hacerse notar; lo que no sabe es que es difícil no percatarse de cosa tan bárbara y surrealista que es; tal vez piense que es como nosotros, o tal vez no hayan espejos de donde proviene.

Asimismo, él es alguien.

Su imagen tan tétrica, que espantaría hasta al mismo diablo, hoy se vuelve difusa; tengo miedo de que ahora sí haya tomado mi palabra. Usualmente solía espantarlo con cada crucifijo que se me atravesara; ahora solo musito algunos rezos en latín; parece que es más efectivo que invocar al mismísimo Todopoderoso; ahora me doy cuenta que no es tan divertido si él no está para acecharlo. Quizá me he acostumbrado a caminar junto a sus largas pisadas, si no fuera así, no me sentiría tan desprotegida ahora que no está.

Debo estar loca, cómo creer que un espectro malicioso puede ser una buena compañía para una niña que apenas sabe andar en bici; sí, debo estar loca, pero aun así, aún recuerdo cómo fue la primera vez que apareció frente a mí.

Recuerdo que estábamos a mediados de la primavera, los enormes árboles daban una vistosa sombra con sus grandes ramas, estaba disfrutando un cándido día de octubre, no faltaba mucho para recibir los deliciosos dulces que se repartían en Halloween, entonces lo vi, estaba con la vista fija en sus grandes pies, por más que tratara de empinarme para ver más de él, sólo obtenía una gran imaginación y poca cordura que absurdamente no podía vislumbrar su rostro, parecía que era muy feo, ya que lo ocultaba muy bien tras ese enorme sombrero que llevaba puesto, extrañamente una corriente fugaz cruzó por toda mi vértebra, era el escalofrío más radical que había tenido en mis cortos años, tuve miedo, asi que sali corriendo mientras gritaba a mamá que había visto un fantasma.

Esa noche no logré conciliar el sueño; temía que ese sujeto de enormes pies volviera a mí y me llevara consigo. Sabía que no había sido una buena niña en todo ese tiempo, y mamá siempre decía que el coco constantemente se llevaba a los niños malos.

Pasaron las horas y transcurrió el día, y el coco, como había decidido llamarlo, no había vuelto aparecer en mi presencia... Desde entonces me dije a mi misma que sería una buena niña para así no volver a verlo, claro, poco duro el juramento, pues la navidad había llegado y una niña con ilusiones de un sin fin de regalos optó por hacer berrinches si no le daban lo que habían acordado, era muy tarde y ya no tenia mas energias que gastar, mis cortas piernas trastabillaban mientras incongruente subía a mi habitación, inesperadamente una sórdida risa me hizo voltear a ver el corredor, al percatarme de la inmensa sombra que se hallaba parada en el umbral salí corriendo mientras gritaba que se fuera, mamá y papá no oyeron los lastimeros gritos de ayuda que pedía, estaba acorralada, no había más escapatoria, de momento a otro sentí como sus largas uñas se clavaban en mi cervical, Un gruñido de dolor se hizo presente; no prescindí más allá de aquello; sabía que en pocos segundos sería la cena del coco, ya que este nunca dejaba vivas a sus víctimas, mejor dicho, nunca dejaba huellas de su astuta fechoría. Si me lo preguntan, estaría en mi Top 1 de los mejores asesinos del siglo.

En fin, han pasado ocho años desde que conozco a este extraño ser de insólita procedencia, aunque me cueste admitirlo, él había sido uno de los pilares más importantes del hecho que hoy sea esta persona, no era una queja, a mis cortos dieciocho años había leído un sin fin de libros que me ayudaban a saber el lenguaje humano, muchos de ellos hablaban de cosas místicas que muchos no creen que exista, aparte de aquello había ayudado con mi léxico que se podría decir que era sorprendente; deje de asistir a la escuela cuando aún era muy pequeña, la capacidad inútil de socializar se había vuelto una estaca en el pecho de un ser de la noche, mamá se había dado por vencida cuando una tarde llegué con moretones en los brazos y rasguños en las rodillas, luego de aquello, era un ir y venir de agitadoras tardes llenas de tareas dictadas por la maestra particular que me daba clases, no obstante, él dijo que ella no era una buena instructora, que todo me lo podría enseñar si tan solo yo dejara de temer, no fue fácil llegar a la conjetura de que quizá era muy inusual el hecho de que un tipo raro quiera dar clases particulares a una niña de tontas coletas.

Con el paso del tiempo mamá dejó de estar en casa; siempre pasaba la tarde con Bernart; era el tipo extraño que nunca daba buena espina. Él me dijo que no debía meterme en asuntos de adultos, pues ellos sabían que era lo que hacían, y que no me sintiera sola puesto que él siempre estaba ahí cuando lo necesitaba. Nuestro vínculo había pasado de víctima a victimaria.

Me enseñó cosas de las que nunca creí tener conciencia, aprendí el lenguaje de la sabiduría e inútilmente quedé ilesa.

"Ya no era una niña".

Los ásperos cayos que destacaban en sus filosas manos eran prominentes de lo cuán agotado estaba. Cuidar de una niña no era tarea fácil; si no, mi madre pudo haberse hecho cargo de mí; falsamente ella creyó que era muy madura para poder valerme por mí misma; lo que no sabía es que solo era una tonta niña de la que siempre tienen que estar alerta. 

....


EL SENDERO DE LAS LUCIÉRNAGASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora