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Todo comenzó en Diciembre. Estaba sentado frente al espejo del baño, cubriendo con una venda el reciente tatuaje en mi brazo. La ventanilla de ventilación estaba abierta, por ella entraban pequeños copos de nieve y algunas gotas de la llovizna que estaba comenzando a caer. Amaba el invierno. Los árboles desnudos alrededor de las aceras mojadas servían como escudo para los niños que correteaban lanzando bolas de nieve, mientras sus padres intentaban quitar los varios centímetros de escarcha que había en las entradas a los garajes. El cd de Stevie Wonder sonaba desde la habitación, I just called to say I love you estaba perfectamente ambientada con el clima en el exterior.

El teléfono celular sonó y coloqué en pausa la canción. Era Ben. Su nombre titilaba en la pantalla y me debatía sobre contestar la llamada o no. El calendario que colgaba en la puerta marcaba siete de Diciembre y sabía lo que esa llamada significaba. Todos lo sabían a estas alturas. Suspiré y contesté la llamada.

— Harry, es Ben —lo sabía, no tenía que decirlo. Para algo existen los identificadores—. Tenemos nuevo contrato, necesito que te arregles porque iremos a Estados Unidos. Paso por ti en una hora. —Asentí sin pronunciar palabra, y colgué. El día se tornaba gris, la nieve blanca parecía no querer dejar de caer y el cielo caprichoso tronaba como si él tuviera problemas mayores a los míos. Nuevo contrato significaba, nada más y nada menos, que un contrato de dos partes, de dos personas. Un contrato que no incluía a los demás miembros de la banda, sólo a mí y a alguien ajeno; alguien que, probablemente, nunca ha experimentado esta clase de contratos ni sabe lo que se siente estar al lado de alguien a quien no quieres ni ver. Pero no podía protestar, y si lo hiciera nada cambiaría porque en éste enorme nudo nos metimos él y yo hace dos años. Este nudo no se desata.

Terminé de colocar la venda y salí. Stevie Wonder ya no sonaba de fondo y no sonaría por un tiempo. No tenía deseos de arreglarme demasiado, a fin de cuentas el contrato no me gustaba a mí, ni yo a ella; tal vez jamás nos habíamos visto. Tomé de mi armario una camisa a rayas negras, blancas y a otros colores que no me senté a mirar detenidamente. Entré en el primer jean que descolgué de una percha y calcé mis botas marrones.

— ¿Harry? —su voz sonaba adormilada, hablaba entre sueños. Se removió en la cama mientras yo lo miraba sentado desde un extremo. No era justo. Me coloqué de pie y me acerqué a su armario; lo abrí y descolgué de él su chaqueta negra con el interior de piel. Esa chaqueta era mi preferida, y tenía su aroma. A él no le molestaría.

Decidí esperar a Ben en el café de la esquina. Le envié un texto y salí del apartamento cargando tan solo con un morral negro en el que llevaba dinero, mi cuaderno de notas, y el teléfono celular; no necesitaba cargar con otra cosa. Si quería ropa, simplemente la compraba. Si necesitaba zapatos, los compraba. Así era la vida, y ese era el ciclo. Además, no quería hacer ruido y despertarlo, no era bueno para las despedidas. Cuando despertara, él miraría el lugar vacío a su lado y luego hacia el calendario en la puerta, y lo entendería. Tal vez golpearía su puño contra la almohada y maldeciría. Tal vez me mandaría un mensaje diciendo "Buena suerte con el contrato xx." y eso sería todo. No llamadas y no mensajes de texto durante el lapso del contrato.

El café estaba agrio, o tal vez simplemente eran agrias las ganas que tenía de seguir con esta farsa. Tan solo se trataba del segundo año, pero podría jurar que llevaba toda una vida mintiendo de esta manera. Salir con chicas que ni siquiera conocía y fingir estar completamente enamorado de ellas; ser tildado de mujeriego y tener que escuchar las críticas de siete billones de personas sobre ello. Aunque, después de todo, la peor parte no era esa; la peor parte venía cuando era su turno de actuar.

— ¿Y tus maletas? —dejé el café a un lado y señalé el morral que estaba en la silla. Ben asintió y señaló con su cabeza hacia el auto que esperaba afuera— Sabes que si no nos movemos rápido las fanáticas llegarán en cualquier momento.

— ¿Y qué problema hay con eso? —Respondí tajante— Ellas ya saben la mierda detrás de esto, Ben, no hay por qué seguir ocultando los contratos. —Él suspiró y tomó asiento a mi lado.

— Sabes que yo los sacaría de esto si pudiera, Harry, pero no puedo. —Tomé otro sorbo de mi café. Él no se metió en este enredo de relaciones, nosotros sí; él solo cumplía su trabajo. Tomé mi morral y le dejé una propina de cinco libras a la mesera.

El viaje duró horas, y la verdad es que no tenía idea de cuánto tiempo había pasado; había dormido la mayor parte del viaje. Intenté que Ben me dijera de quién se trataba ahora, quién sería mi nuevo error, pero no quiso decir palabra alguna sobre el tema. Entré a las redes sociales para ver qué había de nuevo, y no encontré nada interesante. Postée "Morningggggg!!!" en Twitter y eso fue todo.

Se anunció por los altavoces que estábamos por aterrizar en Nueva York, Estados Unidos, y se agradecía por haber viajado con la aerolínea y más palabraduría como esa. Era ridículo realmente. Había estado aquí ayer por la mañana, y luego del almuerzo nos marchamos a nuestro departamento en Inglaterra; queríamos un poco de privacidad y un alejamiento de las cámaras por una semana. Pero, aquí estaba, de vuelta en los Estados Unidos de América.

Lloviznaba y el cielo estaba completamente gris. Una gran cantidad de personas estaban reunidas en el aeropuerto con carteles en los que se leía "Bienvenidos", "Te esperábamos", "Nuestro amado chico", pero ninguno era para nosotros, ninguno era para mí. Eran personas a la espera de sus hijos, de sus sobrinos o de sus padres. Nadie me esperaba en el aeropuerto.

Un auto negro con ventanas polarizadas nos recogió y nos condujo hasta una enorme —gigantesca, monumental— casa. La fachada era completamente blanca, contrastando con el verde de los pastizales a su alrededor y el gris de su tejado. Era una casa para unas cincuenta personas, fácilmente. Niña mimada, fue lo primero que pensé, el contrato será con la hija caprichosa de algún artista.

Al bajar del automóvil noté que ya no lloviznaba, aunque el cielo permanecía en la misma tonalidad oscura. El aire frío chocó con mi rostro y revoloteó mis rizos; estaba nervioso. Nunca sabes cómo deberás tratar con una persona a la que no conoces en lo absoluto, y este era un severo caso de anti socialismo. No quería socializar con esta persona, sea quien fuere; no quería caminar por el hermoso camino de piedras hasta la enorme puerta de doble hoja negra y entrar al gran vestíbulo en el que colgaba un candelabro en el centro. No quería tomar asiento en uno de los sillones y aceptar un humeante café de una dulce señora que me lo trajo desde la sala de cocina. No quería escuchar hablar a Ben con alguien desconocido sobre lo felices que estábamos de que el contrato tuviera lugar; no quería sonreír y asentir a todo lo que la señora del café me decía. No quería escuchar el pisar de unos tacones por el pasillo, ni el suspiro prolongado que provino luego. No quería escuchar un leve susurro de "No estoy segura de esto" del otro lado de la puerta, y no quería que ésta se abriera. No quería que ella caminara a través del vestíbulo, y se acercara dudosa hacia mí. No quería que se sentara a mí lado y me dijera "Soy tu nuevo contrato" con la peor sonrisa falsa, y, definitivamente, no quería fingir estar enamorado de Taylor Swift. 

OUT OF THE WOODS [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora