Epílogo. 3.

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La pantalla del teléfono titilaba en naranja, rojo y amarillo. El nombre Anna Kvozca se leía en enormes letras blancas y una foto circular de Ann se veía en el centro. Tomé el teléfono, y colgué la llamada.

— ¿No contestarás? —susurró con su grave y profunda voz. Sonreí y negué con la cabeza; probablemente no sería nada importante y podría devolverle la llamada luego— ¿Puedo saber quién llamó? —preguntó.

— Nadie importante —respondí. Las cortinas azul francés estaban abiertas un par de centímetros y podía ver el cielo negro contrastando con sus ojos verdes. Las estrellas apenas brillaban. La noche se abría a paso acelerado.

De cada día, la peor parte era la noche. Sentada en mí habitación, la única compañía que tenía era la luz de una lámpara; ni siquiera la luz de las estrellas me consolaba. La ingrata de mi imaginación me jugaba juegos de mal gusto y me obligaba a pensar en aquellas personas que tenían la fortuna de estar acompañados en medio de la oscuridad penetrante. Me susurraba frases desgarradoras y se burlaba de mí en mi propio rostro, en mi propia mente. No podía controlarlo.

Nyctophobia. Al principio, parecía que los médicos se burlaban de mis padres diagnosticándole nyctophobia e indicios de autophobia a su hija pequeña. Una pequeña y rellenita niña de diez años de edad que no podía evitar llorar y sentirse sola cuando sus padres apagaban las luces. Vómitos, gritos, pedidos de ayuda. Cada noche era un nuevo mundo, cada noche creaba un nuevo miedo.

Miedo a la oscuridad. Ellos dijeron que la fobia, en sí, no era el miedo a la oscuridad; era miedo a lo que podría haber en ella. Yo creaba mis propios temores, y los reflejaba en la oscuridad de la noche. Vampiros, fantasmas, monstruos, serpientes. Cada noche era algo nuevo, y cada noche la fobia aumentaba.

Miedo a quedarme sola. En mí caso —¡afortunado caso!— ambas fobias estaban relacionadas. Había desarrollado el miedo a quedarme sola en medio de la oscuridad y había centrado mis fuerzas en él. Había crecido con el pasar del tiempo, hasta transformarse en una fobia más de la inmensa lista que nunca acabaría.

— ¿Te quedarás a pasar la noche? —Era estúpido, arriesgado, e inoportuno preguntarlo, pero necesitaba que lo hiciera. No quería dormir con la luz de una lámpara sabiendo que él estaba en el mismo edificio que yo y no a mí lado.

— Es una broma, ¿verdad? —No, claro que no era una broma, pero él reía así que me uní a sus risas y asentí. Estúpida, me dije, ¿qué creías?

Dejé de reír para ver que la pantalla del teléfono titilaba nuevamente, con el nombre de Anna. Estaba desatando un debate en mi mente sobre contestar la llamada o no, cuando Harry tomó el teléfono y contestó por su cuenta. El corazón se me subió a la garganta.

Él no respondió, simplemente me lo entregó a mí. Y sonrió.

— ¿Si? —contesté.

— ¡Taylor! —chilló Anna del otro lado de la línea. Kvozca era la familia de la mejor amiga de la secundaria de mi madre, y Anna era el fruto de un amor de secundaria, también. Habíamos nacido con dos años de diferencia, pero la conexión que se desarrolló entre nosotras era inigualable— ¿Quieres decirme cuál es la razón de que no hayas contestado el teléfono ni mis mensajes de texto?

— Lo siento, Ann, estoy con compañía —miré a Harry, quien seguía sonriendo, casi satisfecho por haber logrado que contestara el teléfono. Se veía entretenido mirando la televisión, alguna película que no identificaba.

— ¡Oh! Lo siento, ¿he interrumpido algo importante que, asumo, me contarías tarde o temprano? —Su voz sonaba tan juguetona como, imaginé, sería la mueca en su rostro.

— No, lo siento, pero no hay nada que hayas interrumpido. Lamento decírtelo —reí. Mientras se prolongaba una risa chillona por parte de mi amiga, me acomodé contra el respaldar de la cama, sentada hombro con hombro con Harry, y enfoqué mi vista en la pantalla del enorme televisor. La película que, dos segundos atrás, Harry veía ya terminaba, y él comenzaba a hacer un rápido zapping para encontrar una nueva. Una noche en el museo, Actividad paranormal —la cual, entre expresiones con mis manos, le obligué cambiar—, Vecinos invasores, entre otras que no logré identificar. Llegando al final de los canales de películas, encontramos Cuestión de tiempo.

— ¿Quieres que la deje? —preguntó Harry.

— ¿Quién es? —preguntó Anna. Mierda. Había olvidado por cinco preciosos segundos que estaba al teléfono.

— Nadie, Ann. —Quería cortar la llamada y explicarle luego que solo se trataba de un viejo amigo. Para el momento en que la viera, aún podría llamarlo así— Te llamo después, ¿vale? Te quiero —y colgué. No le di tiempo de despedirse, ni de explicarme la razón de sus llamadas y sus insistentes mensajes.

Busqué en mi casilla de mensajes de texto y, como esperaba, encontré unos treinta mensajes provenientes del contacto Anna Kvozca.

"¡Taylor! ¿Podrías llamarme?" Recibido 9:26pm.

"¡Necesito hablar contigo!" Recibido 9:29pm.

"Es sobre Max." Recibido 9:30pm.

"¡Joder! Atiéndeme" Recibido 9:32pm.

"Vale, gracias. Que tengas una hermosa noche con tu compañía." Recibido 9:40pm.

La llamada había sucedido entre los dos últimos mensajes de texto. Podía sentir el sarcasmo, los insultos y la rabia que Anna tenía en aquel momento. A pesar de las millas que nos separaban, la conocía lo suficientemente bien como para saber que estaría con su humor de pelos y que no convenía marcar su número por un tiempo. Le envié un texto.

"Ann, no te enfades, ¡por favor!" Enviado 9:43pm.

No hubo respuesta.

Max era, hasta aquel momento, la pareja de Anna. Habían estado en una relación por más de siete años y, realmente, todos los que los conocíamos, esperábamos que formalizaran su relación con un casamiento y muchos hijos de cabello café y ojos azules.

"¡Anna, respóndeme!" Enviado 9:46pm.

No imaginaba qué podría haber ocurrido para que en sus mensajes se mostrara tan preocupada y en su llamada tan normal, casual, hasta feliz.

"Lo siento, ¿vale? Eres como una hermana para mí y deberíamos estar hablando por teléfono ahora mismo y no discutiendo." Enviado 9:48pm.

"Anna, estoy con Harry." Enviado 9:49pm.

"Probablemente no respondas, pero, ¡mierda! Lo siento. Yo también estoy con problemas, Ann, y no estoy diciendo que sean peores que los tuyos, pero ¡por favor! Respóndeme." Enviado 9:50pm.

Nuevamente, sin respuestas. Aventé el teléfono contra el, estúpidamente suave, colchón y suspiré. ¿En qué me había metido? ¿En qué pensábamos cuando decidimos juntarnos una última vez? Las paredes a nuestro alrededor se desmoronaban, y nos aplastarían, otra vez.

No recordaba en qué momento había cerrado mis ojos, ni en qué momento había caído rendida.

La cama estaba vacía, y las luces apagadas. Sentía cómo la mente comenzaba su partida y cómo los pulmones se cerraban en su turno; los ataques hacían sus apuestas. Extendí mi mano y palpé con ella la mesa donde, se suponía, debía estar la lámpara. Toqué el cable y subí mi mano por él hasta llegar al interruptor. Los pasos, risas, sonidos y voces se esfumaron en cuanto prendí la luz. Mis pupilas dilatadas volvían a su estado normal mientras acomodaba las almohadas para sentarme con mi espalda pegada al respaldar de la cama. Mis manos tapaban mi rostro; suspiré contra ellas.

Mi mente era un desorden. Mientras mi vida se deterioraba en el exterior, en el interior ya lo había hecho muchos años atrás. Cada aspecto de mi vida se desmoronaba y todo se encontraba fuera de mi alcance; ni siquiera podía controlar los latidos de mi corazón, que se incrementaban sin razón lógica. La piel de gallina volvía a hacerse presente y yo no dejaba de preguntarme qué pasaba. Ya no estaba dentro de mi mente, la partida había terminado y yo había ganado; pero, sin embargo, los pasos que creía fruto de mi miedo se escuchaban claramente sobre la alfombra de la habitación. Harry se había ido. Estaba sola.

OUT OF THE WOODS [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora