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Todo parecía sencillo. Debíamos salir un par de veces y ser fotografiados de la mano; debía sonreír y aparentar estar completamente feliz a su lado. Tal vez tendríamos que tomarnos unas vacaciones románticas para avivar el fuego de la farsa, y tal vez, solo tal vez, nos besaríamos en público. Sencillo, o eso decía Ben. Yo sólo asentía y afirmaba estar de acuerdo con esto si era necesario —lo cual, claramente, no lo era— y prometía dar lo mejor de mí.

El resto de la tarde transcurrió de una manera un tanto incómoda, con pocas palabras intercambiadas entre nosotros y una que otra sonrisa; ella lucía como si en cualquier momento su vida se desmoronaría. Ella no sabía que la mía ya estaba desmoronada.

Alrededor de las cinco de la tarde, fue nuestro primer acto. Ella había cambiado su vestimenta por un jean en la misma tonalidad que el mío, un saco verde opaco, y botas, bufanda y bolso a juego en una tonalidad marrón, con detalles en negro y amarillo. Uno de sus guardaespaldas —estoy seguro de que era uno de ellos— nos llevó en uno de los autos polarizados hasta un parque en el centro. Íbamos sentados en la parte trasera del auto, mirando a ambos lados por las ventanillas, observando a los fotógrafos que se acercaban hambrientos por saber quiénes iban dentro. Tomé su mano entre las mías, y la miré por un segundo. Era pálida y pequeña, con sus uñas pintadas de color rosa pálido. Tenía un brazalete con algo grabado dentro de él, la miré a los ojos y ella asintió. Lo di vuelta, y sólo llegué a leer las dos primeras palabras del grabado "Real eyes...", antes de que nos informaran de que era hora de actuar.

Bajé del automóvil y la ayudé a bajar. Ella susurró un "gracias" lo bastante fuerte para que yo lo escuchara, y lo bastante bajo para que alguien más lo hiciera. El auto se alejó y comenzamos a caminar, a la espera de las fotos, de las fanáticas, o de lo primero que apareciera. La verdad, era una mierda. Todo alrededor de mí, de nuestra banda, era una mierda. Nuestra agencia de mánagers manejaba nuestras cuentas y, prácticamente, toda nuestra vida. Qué decir, cuándo decirlo, cómo decirlo. Qué hacer, con quién salir, en dónde tomar fotografías. Nuestras fanáticas no tenían idea de lo que sucedía detrás de cámaras y eso estaba bien, por ahora, porque ellas no merecían saber la mierda que nosotros pasábamos; ellas necesitaban creer que nosotros lo disfrutábamos —y realmente en algunos momentos lo hacíamos— y que amábamos cada cosa que la vida nos daba. Nosotros merecíamos verlas sonreír por cada mentira que les hacíamos creer.

— Lo siento —no sabía si Taylor había estado hablando durante largo rato y la había ignorado completamente, o si acababa de soltar esas palabras. La miré y ella sonrió—, siento tener que verte de esta manera ¿sabes? No es justo.

— Gracias —sonreí—, es bueno oír a alguien decir eso. Y lo siento, también, por obligarte a hacer este tipo de cosas. Probablemente podrías estar con alguien mejor —admití.

— Probablemente —ella asintió—. Si vamos a estar juntos, tenemos que conocernos ¿no crees? Si no, no tendremos tema de conversación. —Era la primera que decía algo con sentido. El anterior contrato había posado para las cámaras y había sido una completa perra. Me detuve de golpe, y asentí.

— Harry Styles —extendí mi mano, la que acaba de apartar de su agarre—, un gusto conocerte.

— Taylor Swift —la tomó, y rió. Su risa sonaba bien—. Permíteme decirte, Harry, que tienes una cagada de pájaro en tu hombro. —Ella señaló mi hombro derecho, y me giré para ver. La chaqueta estaba cagada, ¡cagada! Un jodido pájaro había hecho sus necesidades —pedazo de necesidades asquerosas— sobre su chaqueta. Tal vez sí se molestaría después de todo.

— Mierda, ¡no es mí chaqueta! —le dije. Ella dejó de reír por un momento para decirme que podríamos llevarla luego a que le quiten la mancha; conocía a alguien que hacía un muy buen trabajo con manchas.

— Hace un tiempo, para una entrega de premios, había decidido llevar un vestido champagne de Versace —llevó sus manos a ambos lados de su rostro— ¡no sabes lo hermoso que era! Tenía una enorme flor en un costado de la cintura y caía pegado al cuerpo, con ese corte que se llama —cerró los ojos, intentando acordarse del término—, bueno, en fin, entiendes —yo asentí y reí. La verdad es que no entendía nada de lo que estaba hablando; vestidos, champagne, flor, corte final, nada, pero era educado y la seguía escuchando—. Antes de salir de casa decidí tomar un pequeño, pequeñísimo, sorbo de vino y bueno, ya imaginas lo que pasó.

— Se te cayó en el vestido —asentí sonriendo y me imaginé cómo debió ser su reacción al manchar tan costosa prenda.

— ¡Sí! Intenté quitarlo con una servilleta pero sólo logré que se expandiera más y más, y quedó una horrible mancha negra rojiza en el vestido. Quería llorar, pero arruinaría también el maquillaje, así que sólo lo quité y lo colgué. Margo, la cocinera en casa, me comentó que conocía a un tal Vicent Ekborg, quien hacía excelentes trabajos con las manchas en prendas de tan elevada elaboración y me recomendó que se lo llevara. Al día siguiente lo llevé, y antes de que anocheciera ya tenía mi vestido listo, sin una sola mancha sobre él. —Terminó la historia de su vestido con una gran sonrisa triunfante. Su risa sonaba fuerte pero suave a la vez, como una canción que escuchas a todo volumen mientras la voz del cantante suena suave y como un susurro. Así era el sonido de su risa.

El resto de la tarde lo pasamos entre fotógrafos y fanáticos, preguntas y respuestas, gritos y llantos. Algunos nos felicitaban, y otros nos preguntaban sin cesar por qué. Porque así es la vida, quería responder, el caprichoso universo le da las peores y más fuertes batallas a quienes solo necesitan un suspiro. Pero, claramente, no lo hice. Podía ver los titulares "Harry Styles y Taylor Swift anuncian compromiso"; "Harry Styles y Taylor Swift están felices con la larga relación que llevan"; "Harry Styles y Taylor Swift...", porque, claro, el problema no era ella, el problema era yo.

Esa noche me senté en la cama, en una de las enormes habitaciones de la enorme mansión de la enorme Taylor —tantos enormes no, debo dejar de exagerar—, y esperé un texto que jamás llegó. "Lo siento, otra vez, llámame cuando veas esto" había enviado, pero sabía que no pasaría nada. Sabía que el teléfono no sonaría ni hoy, ni mañana, ni por treinta días más hasta que el contrato terminara. No sonaría porque él no quisiera hacerlo sonar, sino porque no podía. No nos permitían hablar mientras estábamos cumpliendo contrato, porque sería sospechoso. No podíamos poner mensajes extraños en las redes sociales, ni insinuar que nada era lo que parecía ser. No podíamos ser. Y esto tenía que estar bien, por nosotros y por el resto de las personas que nos rodeaban, o todo se desmoronaría.

Un par de días y semanas más tarde, no necesitábamos que nuestros agentes nos siguieran a todas partes. Salíamos a ver películas, salíamos a caminar, y eso estaba bien. Después de tanto tiempo, se sentía bien. Reíamos y contábamos chistes absurdos, comprábamos libros de cocina e intentábamos que nuestros platillos lucieran como en la fotografía —sin lograr hacerlo, porque éramos pésimos—, y eso estaba bien. Había visto en las redes sociales cantidad de comentarios diciendo que no estaba bien para ellos, que no querían ver a su ídolo relacionado con otro famoso, que ella sólo buscaba mi fama, y tal vez eso fuera cierto, tal vez ellos decían la verdad pero nosotros simplemente lo ocultábamos con una sonrisa y un par de cortinas color azul, porque no era lo que nosotros queríamos. Ella no era quien buscaba fama, eran sus agentes. Yo no era quien me enrollaba con otra artista famosa, eran mis agentes. Todo se basaba en nuestros agentes y sus bolsillos, sus hambrientas ganas de llenarlos con dólares, libras, reales, euros, pesos, todo tipo y especie de monedas, a cambio de dos sonrisas completamente falsas en dos rostros completamente destruidos dejando detrás de sí a más de un millón de fanáticos confundidos y engañados. 

OUT OF THE WOODS [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora