Faltaban cinco minutos para las ocho y treinta de la tarde. Estaba sola en la habitación 127 del enorme hotel Hilton. Las cortinas azul francés estaban cerradas y un pequeño rayo de sol se colaba entre ellas. Las paredes grises resultaban atractivas para mis, bastante nerviosos, ojos. El pulso temblaba en mi muñeca y el corazón bombeaba a un ritmo más acelerado. Intentaba regular la respiración pero ¡maldición! Era imposible. Dos años habían pasado. Dos, exactos y largos, años.
Su colgante aún estaba en movimiento contra mi pecho; se balanceaba como si realmente estuviera planeando. Habían sido dos duros años en soledad, y ahora tendría la posibilidad de estar bien por un instante. Una minúscula de segundo duraría mi felicidad, pero sería una excelente dosis para un par de años más.
No había dejado de pensar en qué le diría cuando habláramos; habíamos mantenido un contacto de bajo perfil intentando siempre seguir a flote con nuestra —extraña, sumamente y locamente extraña— amistad. Tal vez podría bromear sobre algún mensaje o alguna conversación que hubiéramos tenido, pero no recordaba nada exacto; sentía cómo todo se me escapaba de las manos.
Mirándolo ahora, todo lucía tan sencillo. Estuvimos destinados a caer, y caeríamos juntos una última vez. Recuerdo cada momento de los días contados que pasamos juntos. No, no habíamos sido una pareja en el completo significado de la palabra; pero sí, habíamos sido más que amigos, habíamos compartido un secreto que nadie jamás conocería, o que por un tiempo no lo harían. Todo era tan sencillo, pero no podía durar para siempre. Las mejores historias tienen un final, y el nuestro se escribiría aquel día.
Habíamos acordado darnos el lujo de una última conversación como íntimos antes de poner un punto final a todo. Circulaban sospechas sobre una supuesta reconciliación en nuestra relación, y había fuertes rumores de que nuestro contacto se mantenía. Estábamos en peligro. Otra vez.
A las ocho y treinta en punto sonó la puerta. Un leve toque. Toc Toc. ¿Quién es? Pregunté. Soy tu nuevo contrato, respondió una voz grave del otro lado. Podía escuchar su sonrisa —si es que se puede hacer tal cosa—, podía imaginar cómo su boca se curvaba en una sonrisa, cómo sus hoyuelos aparecían y cómo arrugaba las esquinas de sus ojos. Sabía cómo lucía cuando reía, y sabía que él estaba tras la puerta.
La puerta de madera pulida se abrió sin un solo crujido, y él apareció ante mí. Su cabello había crecido, y formaba unas desaliñadas ondas en las puntas; sus ojos brillaban y él sonreía. Harry, susurré lo obvio porque no sabía qué decir, no puedo creerlo. Y eso era verdad. No podía creer que ambos nos habíamos escapado de nuestros respectivos compromisos para reunirnos en secreto; era irónico porque parecía la perfecta huida de una pareja cuyo amor es prohibido. Sólo que nosotros no éramos una pareja, y nuestro amor no era el amor prohibido de la historia.
Él entró a la habitación y cerró la puerta detrás de sí. Llevaba una camisa marrón de mangas cortas y un jean negro; en sus pies —claramente, obviamente, hasta predeciblemente— calzaba sus botas marrones.
— ¿Mismas botas, diferente año? —pregunté.
— Mismas botas —asintió él. Dios mío, su voz. Sonaba tan profunda y grave, como si hubiera un significado oculto en cada palabra que pronunciaba. Podría haberme sentado a reflexionar cada cosa que diría por el resto de la tarde y no me habría aburrido—. No puedo creer que estemos haciendo esto.
— Yo tampoco. ¿Crees que es lo correcto? —Me atreví a preguntar. Inconscientemente, nos habíamos sentado en la suave alfombra que cubría el suelo, con nuestras espaldas apoyadas en mi cama. Su pecho subía y bajaba con un ritmo pausado; el mío se unió al suyo.
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OUT OF THE WOODS [h.s.]
FanfictionLa mecánica del amor consiste en la unión de dos partes similares, irreemplazables e indispensables. Pero así no es como funciona la relación de Harry. Rota y fingida, la vida del chico de ojos verdes se destruye cada siete de diciembre. "OUT OF TH...