Closer

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Volvió a lavarse la cara con agua helada por quinta vez pero la hinchazón de sus párpados se negaba a desaparecer

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Volvió a lavarse la cara con agua helada por quinta vez pero la hinchazón de sus párpados se negaba a desaparecer. Tenía la nariz y los pómulos marcados por un ligero carmín gracias a la fuerza que empleaba en tallarlos aunque no era suficiente como para sentirse de vuelta en la realidad. Pareciera que el sueño de anoche volvía a repetirse en su cabeza cada vez que cerraba los ojos. El lamento agudo, la mujer con los brazos extendidos y la petición que sonó dentro de sí misma. Ese extraño y perturbador sueño se negaba a dejarla ir incluso a la luz del día, cuando se supone que los fantasmas se alejan. Secó su rostro, convencida de que su aspecto demacrado podría arreglarse con un poco de lápiz para labios y colorete rosado, pero eso tendría que esperar a que terminara de tomar su desayuno, eso si el resto de su familia seguía esperándola a la mesa. Sin embargo, cuando bajó pudo percatarse de lo solitario que lucía el comedor con todas las sillas acomodadas y la larga mesa desnuda. Sintió su estómago hundirse ante el peso de la culpa por haberse perdido ese pequeño ritual familiar que para Joseph parecía muy importante, suposo que más tarde la mandaría a llamar y la reprendería por su irresponsabilidad.

--Señorita Evans ¿desea desayunar?--Y ahí estaba la criatura angelical de pie a un lado de ella. Eileen se ruborizó sin comprender el motivo.

--No, tomaré alguna fruta y saldré a caminar por los alrededores--vaciló al acercarse a la salida--muchas gracias--

Ángela le sonrió y ella salió presurosa de la sala. En realidad, se moría de hambre. El estómago le apretaba y esperaba encontrarse con la comida ya puesta a la mesa, aunque debido a su tardanza ya todo había sido recogido. Se sintió estúpida pero la única razón por la que le mintió a la doncella fue para evitarle la molestia de tener que enfrentarse al mal humor de Peggie al tener que pedirle más comida, ni quería que tuviese que poner la mesa de nuevo.

--Señorita Evans--volvió a llamarla cuando Eileen apenas iba cruzando el vestíbulo--No pretenderá salir sin su capa--

Le extendió la prenda, que ondeaba sobre ella mostrándole a intervalos el rostro de la mujer. Los brillantes ojos violetas clavados en ella. Eileen, indecisa se volvió para tomarla y al hacerlo rozó los dedos de la doncella con su mano, que inmediatamente apartó junto con la capa. El rostro le ardió al percatarse de su grosería, pero Ángela sólo soltó una tímida risa.

--Gracias--murmuró con lentitud como si saboreara la palabra. La mujer le dedicó una reverencia que más bien pareció el contoneo delicado de un cuerpo en una exhibición prohibida. Cuando se vio sola no pudo evitar sentir un vacío agudo en el pecho y una incómoda comezón en la garganta.

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El cielo de las súplicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora