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DAWSON RUTHERFORD era un hombre alto, delgado, rubio, con un cuerpo magnífico y ojos penetrantes. Aunque no hubiera sido guapo, su presencia física era más que suficiente para hacerlo atractivo, a lo que debía añádirse su profunda voz, cuya  suavidad ligeramente aterciopelada no desaparecía nunca, aunque estuviera enfadado. Pero también era el hombre más frío que había conocido nunca, sobre todo lo relativo a las mujeres. Recordó que en funeral de su padre se había alejado de una hermosa joven para evitar su contacto; algo bastante extraño si se tenía en cuenta que siempre habia sido

muy mujeriego.

De no haber sido porque se enamoró de Powell Long, seguramente, habría intentado algo con Dawson, por intimidatorio que le pareciera.

Pero de todas formas, estaba hecho para otro tipo de mujer. Para Barrie, tal vez.

El día de nochebuena apareció tal y como había prometido, con una pipa de regalo para su padre. Antonia lo encontró en el porche minutos más tarde:

—Deberías avergonzarte por haberle regalado una pipa —murmuró.

—Se recuperará de la bronquitis. Además, sabes que no dejará de fumar en ningún caso. Hemos intentado convencerlo durante muchos años sin éxito.

—Lo sé. Ha sido un detalle muy bonito por tu parte.

—¿Quieres ver lo que me ha regalado a mí? —preguntó.

Entonces sacó un encendedor plateado, con la parte superior de color turquesa.

—No sabía que fumaras.

—Y no fumo. Bueno, de vez en cuando fumaba algún puro que otro — corrigió—. Pero lo dejé hace unos meses. No lo sabe, y he preferido no decírselo.

—En tal caso, yo tampoco se lo diré —dijo con tono de aprobación.

Dawson se encogió de hombros y la miró con ojos entrecerrados.

—No tengo nada contra el tabaco. Aunque algunos fumadores son algo exagerados. Conozco a uno especialmente empedernido.

Antonia supo de inmediato que estaba hablando sobre Powell, que siempre había fumado puros, y que, con toda probabilidad, continuaba haciéndolo.

—No lo digas —le advirtió.

—No lo haré. Parece molestarte.

—Han pasado nueve años.

—Alguien debió pegarle un tiro por la forma que tuvo de tratarte —espetó—

. Nunca me ha gustado, y, desde luego, aquel asunto no mejoró nuestra relación. Quería mucho a mi padre. Sally se comportó con una bajeza absoluta al hacerle creer que había alguna relación entre George y tú.

—Siempre había estado enamorada de Powell.

—Y lo consiguió. Pero debo decirte que Powell la hizo pagar por sus mentiras.

Al final, empezó a beber. Él nunca estaba en casa, y odiaba a su hija.

—¿Por qué? —preguntó, asombrada—. Sé que a Powell le gustan los niños.

—Sally lo atrapó  con esa niña.  De no haber  sido por ella, la habría abandonado. ¿Crees que no sabe lo estúpido que fue? Sabe la verdad, casi

desde el día de su boda.

—Pero permaneció con su esposa.

—Tenía que hacerlo. Estaba intentando que su rancho funcionara, y ésta es una localidad pequeña. No podía  abandonar a su esposa  estando embarazada —declaró, apretando los labios—. Te odia, ¿lo sabías? Te odia por no haberlo obligado a escucharte, por haber huido. Te culpa por todo lo que le ha sucedido.

El Pasado que nos une Donde viven las historias. Descúbrelo ahora