POWELL LONG regresó a casa bastante cansado. Acababa de terminar un viaje de negocios después de visitar tres ranchos en menos de una semana, y había pasado muchas horas subido a un avión. Se trataba de comprar más reses. Había tenido la ocasión de ver los animales en video, tal y como hacía a veces si conocía al dueño, pero en aquella oportunidad prefirió comprobar personalmente el estado del ganado, porque tuvo la impresión de que las reses de uno de los ranchos correspondían a otro propietario. De hecho, descubrió que los animales estaban mal alimentados
y que algunos ni siquiera contaban con la calidad mínima exigida.
Sin embargo, había resultado un viaje bastante beneficioso. Había ahorrado varios miles de dólares por el simple procedimiento de visitara los rancheros en persona. Ahora estaba en casa de nuevo, pero no le apetecía demasiado. Aquella casa, al igual que su difunta esposa, le provocaba demasiados recuerdos dolorosos. Era el lugar donde había vivido con Sally, donde aún vivía su hija. No podía mirar a Maggie sin ver a su madre. Le compraba juguetes caros, todo lo que deseara, pero no podía darle amor. No podía sacar amor de un matrimonio tan desgraciado. Por culpa de Sally, había tenido que renunciar a lo que más amaba en el mundo: Antonia.
Cuando entró en el salón descubrió que su hija estaba sentada sola, con un
libro. Levantó la mirada al verlo, pero la apartó de inmediato.
—¿Me has traído algo? —preguntó. Siempre lo hacía. Era una manera de demostrarle que era importante para él, pero la niña conocía sus sentimientos. Ni siquiera sabía cuáles eran sus gustos; de lo contrario, no le habría llevado ositos de peluche y muñecas. Le gustaba mucho leer, pero su padre no lo había notado. También le gustaban los documentales sobre la naturaleza y las ciencias naturales. Pero nunca le regalaba algo relacionado con aquellos temas. No sabía cómo era.
—Te he traído una muñeca nueva. Está en mi maleta.
—Gracias —dijo.
Nunca sonreía, ni reía. Era como una pequeña mujer en el cuerpo de una niña, y cuando lo miraba, le hacía sentirse culpable.
—¿Dónde está la señora Bates? —preguntó incómodo.
—En la cocina, preparando la comida.
—¿Qué tal te ha ido en el colegio?
La niña cerró el libro.
—Tenemos una profesora nueva que llegó la semana pasada. Me ha tomado manía, y me hace la vida imposible.
Powell arqueó las cejas.
—¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. Trata bien a todos los demás alumnos. Pero me mira todo el tiempo. Me puso un cero en el examen y ahora va a ponerme otro cero por los deberes. Dice que me va a suspender y que voy a tener .que repetir cuarto.
ESTÁS LEYENDO
El Pasado que nos une
RomansaEl irascible ranchero Powell long había robado hace algún tiempo el corazón de Antonia hayes Pero las mentiras del Pequeño pueblo en el que vivían destrozaron el amor que los unía , obligando Antonia a huir de allí Años más tarde regresaría para d...