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—Podrías quedarte conmigo en navidad —dijo su amiga.

 

—¿En Sheridan? —preguntó extrañada.

 

Aquél era el lugar donde vivía su padre. El lugar donde habían vivido George Rutherford y su última esposa, su hijo Dawson y Barrie antes de que su amiga se marchara y empezara a dar clases con Antonia en Tucson.

 

—No —contestó, sonriendo—. En mi piso de Tucson. Tengo cuatro novios, de modo que podemos dividirlos. Dos para ti y dos para mí. Podemos jugar un poco.

 

Antonia sonrió.

 

—Tengo veintisiete años y soy un poco mayor para algunos jueguecitos. Además, es posible que mi padre venga a verme. Pero gracias de todas formas.

 

—Sinceramente, Annie,  eres bastante  joven  aunque  te empeñes  en disimularlo con esos trajes de institutriz antigua —declaró su amiga—. Mírate. Y ese moño infernal con el que te recoges el pelo... Pareces una postal victoriana. Deberías dejarte el pelo suelto, ponerte una minifalda, maquillarte un poco y buscar un hombre antes de que te hagas demasiado vieja. Y no te vendría mal comer un poco. Estás tan delgada que se te empiezan a notar los huesos.

 

Antonia sabía que tenía razón. Había perdido cinco kilos en el último mes; estaba tan preocupada que había llamado al médico para pedir hora. Suponía que no sería nada importante, pero quería asegurarse de todas formas. Intentó convencerse de que, probablemente, sólo andaba un poco baja de hierro.

 

—Es cierto —continuó Barrie—. Has tenido un año muy duro. Primero con la muerte de tu madre y luego con esa herida que te hizo aquel alumno que trajo la pistola de su padre a clasey que nos mantuvo retenidos durante una hora el mes pasado.

 

—La enseñanza está empezando a ser una profesión peligrosa —sonrió con tristeza—. Tal vez deberíamos hacer hincapié en ese aspecto para que más personas se animaran a dar clase.

 

—Es una buena idea. ¿Quiere vivir una aventura? ¡Dé clases! Casi puedo ver el eslogan.

 

—Me voy a casa —interrumpió Antonia.

 

—Bueno, supongo que yo también. Tengo una cita esta noche.

 

—¿Con quién?

 

—Con Bob. Es encantador, y nos llevamos bien. Pero a veces pienso que no estoy hecha para tener una relación con un hombre tan convencional. Necesito un artista, o un compositor, o un piloto.

 

Antonia rió.

 

—Espero que encuentres uno.

 

—Si así fuera, probablemente tendría dos esposas escondidas en otro país, o algo así. No tengo mucha suerte con los hombres.

 

—Es por tu aspecto. Eres imponente y agresiva, y eso asusta a la mayor parte de los hombres.

El Pasado que nos une Donde viven las historias. Descúbrelo ahora