4: Los efectos agridulces del amor

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Se oye por las bocas de torpes damas enamoradas de su propia figura que el amor todo lo puede. Pero, a su contradicción, Shinobu decía muy a lo bajo que el amor a lo único que no puede vencer es a la muerte. Claro, en aquel entonces tenía una visión diferente del amor, cuando caminaba por los pueblos junto a su hermana y declaraba que la única parte del amor que podía importarle era para que Kanae pudiera casarse y disfrutar la buena vida que merecía. Lo máximo que llegó a entender acerca del romance en aquel entonces era básicamente nada... Solo veía a su hermana como ejemplo para guiarse en aquel sentimiento que algún día se ganaría su corazón, aunque más por lo inculcado en aquella mujer que por lo que deseaba por su cuenta.

Lo único que para cuando Kanae la dejó no se dio cuenta de que empezó a transitar por etapas más complicadas que el amor. El caos en su mente solo empeoró con base al tiempo, mientras era visitada por el compañero de su hermana, Tomioka y él actuaba con ella como si se tratase de Kanae la mayoría de las veces, causándole horror a su mente, trayéndole la imagen de su hermana muerta a la cabeza y provocando que cada vez repudiara más a aquel hombre. Era cruel con él, lo sabía, pero nunca se arrepintió más que en ese momento, cuando tomaba un poco de té y observaba su precioso jardín, pensando en las millones de veces que vio paseando a Giyuu y Kanae por allí.

Él se ganó millones de actitudes crueles de su parte, porque creía que estaba bien dañarlo, para que sintiera lo que ella cada vez que la nombraba como Kanae sin saberlo o hasta llegaba a tomar su mano, provocando que ambas piel heladas se congelaran ante el mínimo tacto. Shinobu quería lastimar todo aquello de lo que Kanae se encargó de ir arreglando con cuidado y cariño, pero ahora, entre más lo pensaba, más notaba que simples disculpas no iban a arreglar a Giyuu.

A veces las disculpas empeoran los problemas, porque uno nunca va a estar lo demasiado seguro de si existe veracidad en las palabras del otro. Sería cobarde huir de su culpa solo excusándose y diciendo: estuve dolida, lo lamento. No guardaba más que sentimientos egoístas cada una de esas palabras, era lo mismo que asesinar a alguien, lo único que desde diferentes puntos de vista.

Solo se iba a quedar callada al respecto, no tenía mucho que decirle a Giyuu y prefería morir al menos pensando en que aquel hombre dejó de sufrir con su engaño.

Tomó un poco de té de aquel pequeño vaso y lo dejó reposar en su mesita, dirigiéndose hacia el patio que parecía estar iluminado por el sol. Su vista se destinó a una rosa muy hermosa, la cual parecía que le faltaba uno o dos pétalos, provocando en ella una ligera tristeza por esa desgracia. A su hermana le encantaba esa rosa, es más, era la única del jardín, ya que alrededor no había más que algunos arbustos o flores más simples.

Y ahora ella se había encariñado con aquella flor, provocando que de forma lastimosa la acariciara, llegando a cortarse con las espinas que esta tenía. No la culpaba, a pesar de que le dolía que no fuese capaz de aceptar su cariño, de cierto modo podía entender que solo usara sus espinas como protección a algo que ni ella misma sabe que está por venir. Le resultaba un poco cruel que no aceptase su afecto sin antes dañarla en el proceso, pero estaba bien.

Lo único que ella no notaba, es que unos ojos tonos amanecer la observaban, siendo capaces de encontrar cierta similitud entre la rosa con esa hermosa mujer. Una similitud que no diría en voz alta, porque sabía lo que provocaría. Solo fingiría no entenderlo y haría de cuenta que realmente no conocía la envenenada alma de Shinobu.

A pesar de que doliera, quería saber la verdad con sus propios ojos, deseaba saber si aquella muchacha entendía algo de lo que él sentía, la más mínima parte del amor que surgía por ella.

—¡Kocho, buenos días!

Esa voz estremeció la piel de la contraria. Una voz que no deseaba escuchar y por la cual sus oídos se sentían agradecidos.

I love you [RenShino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora