Capítulo V

20 5 0
                                    


Habían pasado varios meses desde aquel extraño encuentro con la nueva inquilina del Rey en el bosque. David había pasado todo este tiempo apartado de todas las misiones y servicio militar relegado a las caballerizas, cuidando de los caballos de los altos mandos de la guardia real. Al principio, cuando se enteró del injusto castigo, había entrado en cólera, lo que había pasado en el bosque no había sido culpa suya. Tenía serias dudas sobre si el capitán Fork le había relegado por el incidente con Lier o por el descubrimiento de su verdadera relación con el Rey. En cuanto a Fimer, había pasado todo ese tiempo sin dirigirle la palabra y sin aparecer por el palacio. Todavía le parecía increíble que tuviera a la joven allí escondida y no se lo hubiera hecho saber a nadie. ¿Qué pretendía su padre con todo eso? Además, le resultaba del todo tedioso pasarse el día pensando en Lier. Por más que lo intentaba no lograba sacársela de la cabeza. Había intentado en innumerables ocasiones alejar de su memoria la sensación que le había provocado el contacto con su piel, sin éxito.¿Estaría bien Lier? Por su puesto el capitán Fork le había prohibido acercarse de nuevo a la cabaña y el señor Regus no soltaba prenda sobre su estado, con lo que no había vuelto a tener noticias sobre ella.

La noche que regresaron a palacio después del incidente, David la pasó soñando con ella. La veía correr, discutir con alguien a quién no alcanzaba a distinguir y la veía llorar, llorar desconsolada. Esa visión le horrorizó tanto que le hizo despertarse inquieto. A la mañana siguiente intentó que Fimer le explicara más sobre la procedencia de la chica, cómo la había conocido, qué pensaba hacer con ella... Pero el Rey había entrado en cólera ante semejante interrogatorio, discutieron acaloradamente y no volvieron a dirigirse la palabra. Y ahora estaba allí, cepillando caballos y haciendo recados absurdos.

Había trabajado muy duro para hacerse valer dentro de la guardia por sus capacidades y no por ser el hijo del Rey, pero la noticia ya se había extendido por todo el reino. Sus compañeros habían comenzado a tratarle diferente, unos con respecto, otros con desdén y otros con evidente envidia. Hacía semanas que no veía a Plaiton, su compañero de guardia y su mejor amigo. Plaiton se había ofrecido a ayudarle con el entrenamiento durante todo eso tiempo para no quedarse muy atrás respecto a sus compañeros, pero se acercaba el día de la recepción diplomática, y con ella los juegos de Miradoth, y todos doblaban sus horas de servicio con el fin de ser escogidos para participar de ese evento tan importante. En verdad no estaba enfadado con su amigo, él también ansiaba poder participar en la comitiva, pero estando en las caballerizas y estando Fork tan enfadado, era consciente de que nunca sería seleccionado. Además intuía que Plaiton sí estaba un poco molesto con él ya que nunca había querido revelarle cual había sido el motivo de su castigo. Tenía la extraña sensación de que tenía que guardar el secreto de Lier, le horrorizaba pensar que alguien cruel pudiera enterarse de su existencia y se personara en la cabaña para hacerle daño. Lier era muy menuda y desconocía si tendría capacidad para defenderse sola. Por otro lado, el moretón causado por el tronco que le había lanzado le había durado semanas, incluso en aquel momento le sorprendió que lo hubiera lanzado con tanta fuerza. En cualquier caso, no iba a arriesgarse a ponerla en peligro. Por ese motivo no le reprochó nada a su amigo cuando dejó de acudir sus citas de entrenamiento, tampoco se lo reprochó cuando empezó a dejarle plantado en la taberna, bebiendo solo y esperando a que apareciera. Sin duda habían sido unos meses muy largos y solitarios. Así era como debía sentirse Lier en la cabaña del bosque, quizás por eso había cogido tanto cariño a ese zorro.

El día que vio al animal no podía creérselo, pensó en la cara que pondrían todos sus compañeros si aparecía con semejante trofeo. Pensó en su padre, en como le había superado hasta en eso. Nadie jamás había cazado un animal ancestral. Sin embargo había algo que le había llamado la atención cuando lo vio quieto en el claro la primera vez. Estaba mirando algo fijamente y parecía complacerle, movía su espléndida cola de un lado para otro con pasmosa elegancia, en símbolo de alegría. No fue hasta varias semanas más tarde, después de repasar una y otra vez la escena, que comprendió que el zorro estaba observando a Lier. A juzgar por la reacción de Lier cuando había intentado cazarlo, debían de tener algún tipo de relación afectiva pero, ¿cómo era eso posible? Los zorros Aurolados eran animales casi mitológicos, había constancia de ellos en los libros de historia, sí, pero hacía milenios que no había avistamientos en Miradoth y de pronto, aparece esa chica y se busca uno como mascota, ¿cómo lo había encontrado? En la escuela siempre hablaban de los zorros Aurolados como seres místicos, sensibles a las emociones y capaces de discernir el alma de las personas, ¿era posible que Lier sintiese una soledad tan inmensa que había atraído al zorro hasta ella?

La mañana anterior a la recepción diplomática, Fimer mandó llamar a David a palacio. Odiaba profundamente que hiciera eso, que le concediese una audiencia, ¿quién se creía que era? ¡Era su hijo! ¿A caso no merecía algo más que una audiencia por parte de su padre?

- ¡De ninguna de las maneras, no pienso hacerlo!

- No te lo estoy pidiendo, tampoco te lo estoy preguntando.

- Ah bueno, ¿me lo ordenáis, mi señor?- Respondió David burlesco.

- No, es tu deber. Te guste o no, eres mi hijo.

- No asistiré a la recepción en calidad de señorito, ¡yo soy un soldado! Debería estar con mis compañeros.

- Tú eres el Príncipe de Miradoth, ya va siendo hora de asumas tu lugar. 

- ¿Mi lugar? ¿Quieres que hablemos de lugares? Está bien, estupendo, hablaremos de lugares. ¿En que lugar, cómo Rey, te deja el tener secuestrada a una chica?- Dijo David escupiendo casi las palabras.

- No te consiento que me hables así. Yo soy el Rey y harás lo que se te diga. Estarás en la tribuna junto a tu madre mañana cuando vengan los delegados de Guillerton.

- Pero padre, la familia real no participa en los juegos. La recepción diplomática se celebra una vez cada 50 años, el ganador de los juegos es declarado el mejor caballero de Miradoth. Todos pensábamos que este año no se celebraría debido a la gran guerra, pero van a venir, es mi única oportunidad, ¡No puedes hacerme esto!- De pronto la voz de David sonaba ronca, estaba prácticamente suplicando.

- No tengo nada mas que añadir. Puedes retirarte. - El Rey se dio la vuelta y, dándole la espalda, se dispuso a abandonar el salón del trono.

- ¡Esto es por Lier! Me castigas porque estás celoso. Celoso de que haya descubierto tu secretito, celoso de como me miraba, celoso de que sea mejor que tu también a los ojos de tu prisionera.- Fimer se paró en seco, se giró y fulminó a su hijo con la mirada. Entonces, para sorpresa de todos echó a correr y se abalanzó sobre su hijo. Agarrándole por la solapa acercó su cara a la del muchacho a tan poca distancia que a David le costaba distinguir las facciones de su padre.

- Estuviste a punto de matarla.- Resopló y empujó a su hijo con tanta fuerza que éste calló de espaldas desplazándose unos centímetros por el brillante suelo. Recobrando la compostura, Fimer volvió a darle la espalda y, dejando el salón atrás, añadió.- Más te vale no llegar tarde a la tribuna.

David nunca había visto a su padre tan enfadado, ni siquiera en la cabaña de Lier. La situación le había provocado verdadero pavor, por un momento había visto a su padre capaz de lo peor.

Esa noche, de vuelta en la pequeña pensión donde vivía junto a Plaiton, descargó toda su frustración hundiéndola en hidropel, la bebida que consumían todos los miembros de la guardia real. Observó como algunos de sus compañeros, incluido Plaiton, celebraban que habían sido seleccionados para la comitiva. Los soldados seleccionados tenían el gran honor de participar en los juegos, cualquiera de ellos mataría por tener esa oportunidad. Mientras brindaban y reían David pensó en lo desgraciado que se sentía en ese mismo instante.

- Venga ya Vido, no puedes estar aquí solo lloriqueando, ven con nosotros a celebrar ¿Y qué si tienes que estar en la tribuna? Eres el heredero al trono, ¡Caray! eso es algo de lo que ninguno de los aquí presentes puede presumir.- Le dijo Plaiton pasando el brazo por sus hombros y estrechándole fraternalmente.

- Me odian Plain.- Dijo David sin apartar la vista de la jarra.

- Vamos, no te odian, solo necesitan tiempo para asumirlo todo.

- Han pasado meses, Plain.

- Bueno, seguro que ahora que no eres una amenaza para ellos en los juegos, te tienen más aprecio.- Y zarandeó a su amigo incitándole a abandonar la banqueta y unirse a la fiesta.

- No deberíais emborracharos, mañana no seréis capaces de levantar el arco.- Señaló David intentado deshacerse de su amigo.

- Tienes razón amigo, tienes razón.- Plaiton levanto su jarra y la vació de un trago justo antes de gritar.- ¡Escuchad todos! Su Alteza Real, el Principe David de Miradoth, se complace e invitaros a todos a las siguientes rondas, en honor a los honorables Juegos de Miradoth.

A continuación la taberna de la pensión se inundó de jaleo, aplausos y vivas al rey (obviamente nadie levantó un hurra por el joven príncipe). La música comenzó a sonar estridente, Plain tendió la mano a su amigo y éste, con una media sonrisa en la boca, se rindió. Dando un trago largo de hidropel, agarró la mano de Plain, se levantó y se unió a la fiesta que esa noche, al parecer, corría de su cuenta. 

Celesthöll | La llave de los mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora