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Annaís termina el semestre de la manera más miserable y arrastrada de todas. En particular, ha sido la semana de exámenes más complicada que ha podido experimentar en sus tres años de carrera universitaria, y en general, bueno, está de más decir que han sido los peores días de su vida. El tiempo no ha sido amable con ella y su memoria tampoco, porque de algún modo todavía no ha sido capaz de eliminar de su mente las imágenes de Beverly y Alan destruyendo todo rastro de afecto que ella alguna vez sintió por ellos.

Sucede cada noche desde ese día, cada instante, como un tormento eterno atrapado en un bucle imposible de romper. No puede cerrar los ojos sin que los sucesos se repitan debajo de sus párpados, todos en cámara lenta, estrujando su alma y haciéndole añicos las entrañas hasta contaminarle lo poco que le queda de corazón. Siempre termina llorando, demasiado rota, a lágrima viva, mientras se pregunta en cada una de todas esas ocasiones qué fue lo que hizo tan mal para merecer algo como eso.

Se echa la culpa.

Annaís se destroza los hombros con la responsabilidad de que todo es culpa suya.

Es inevitable. Ha intentado repetirse varias veces —muchas en realidad— que ella no tiene nada que ver con las razones detrás de lo que ellos hicieron. Ha tratado de convencerse de que Beverly y Alan han actuado de ese modo porque así lo han querido y que ella no ha sido un factor detrás de esa decisión. Lo ha intentado, y así mismo ha fracasado como nunca, porque al final del día continúa buscando en lo más recóndito de su mente alguna acción de su parte que los motivara a cometer tal atrocidad.

Siempre trató de ser una buena amiga y una buena novia. Hizo todo lo que estaba en sus manos para que supieran que estaría con ellos en las buenas y en las malas, para ayudarlos en cualquier situación, para prestar sus oídos a cualquier problema o aflicción que tuvieran, para que fueran conscientes de que, si necesitaban a alguien que estuviera ahí para ellos, ella era la persona indicada para ese papel.

Annaís quería estar disponible las veinticuatro horas de todos los condenados días sin importar nada, sin pensar en nada. Quería mover cielo y tierra por ambos, porque los adoraba enteramente, porque los tenía guardados en su corazón de la manera más singular de todas y tenía la idea —la cual ahora es sumamente estúpida y la hace creer de sí misma como tal— de que ellos sentían lo mismo, en las mismas cantidades.

Creía que la querían así de tanto. Creía que ninguno de los dos haría absolutamente nada que le hiciera daño porque Annaís era incapaz de herir a ninguno de los dos.

Ahora bufa al aire cuando piensa en eso. Se llama a sí misma una completa ilusa por pensar que ellos guardaban la más mínima pizca de afecto en su nombre.

Se equivocó tanto al respecto que han pasado ya tres meses y nada ha resultado ser un sueño. Han pasado tres meses y Annaís no ha vuelto a saber de ninguno. No ha recibido una sola llamada de parte de Alan. No ha obtenido ningún mensaje de texto de Beverly.

Nada.

Existe la posibilidad de que alguno haya intentado ponerse en contacto, por supuesto. La falta de conexión en realidad tiene mucho que ver con el hecho de que, en el insistente en el que Annaís recuperó la consciencia y salió de su estado de shock, se dedicó a bloquear y eliminar sus contactos para toda la eternidad.

Fue una decisión bastante prudente en su opinión. No logró apaciguar el desastre natural que se desató en su interior, pero fue un poco liberador deshacerse de sus nombres en su agenda telefónica. Asimismo, los eliminó de cualquier red social que pudieran compartir.

Se deshizo de las fotografías tanto digitales como impresas, borró cada video, cada mensaje destacado, todo lo que estuviera relacionado a alguno de los dos. Quiso suprimir tanto de ellos que incluso cambió su propio número tan sólo para asegurarse de que no serían capaces de acercarse a ella cobardemente.

How to be a heartbreaker [#2] ♡ sugardaddy! [cth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora