Capítulo Tres

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Andrew

El error estuvo en prohibir la manzana.

J. R. Ariadna

Llegamos al hotel. Es un lugar demasiado ostentoso para mí. Estoy acostumbrado a algo mucho más simple y minimalista, pero aquí todo es del estilo Rococó. Entre más decoraciones mejor.

Papel de pared floral de distintas tonalidades de azules, sillones del mismo estampado aunque de colores más oscuros, lámparas colgantes doradas, revestimientos y ornamentaciones vegetales en las puertas, columnas cónicas

Todo un viaje en el tiempo al siglo dieciocho. A mi acompañante parece encantarle porque observa y le saca foto a absolutamente todo lo que le parece interesante, incluso a las vistas. Aunque debo admitir que es lo más bonito de esta habitación. Las vistas a Nueva York, iluminado y lleno de vida.

Con las maletas en la mano me voy hacia el interior de la habitación, hacia el dormitorio. Dejo la carga en una esquina y me encargo de quitarme el traje y colgarlo en el perchero perfectamente estirado para no arrugarlo.

Me quedo en ropa interior y tiro al suelo todos los cojines inútiles que adornan la cama. Hay que ver cuanto trasto inútil ponen en los hoteles para así compensar el precio.

¿Desde cuándo miro lo que cuesta algo? Dios míoEs el efecto Johnson.

Me meto en la cama y acomodo las almohadas para estabilizarme. Stephen por otro lado llega a la habitación ya con su pijama de color verde esmeralda puesto. Es de satén y muy básico. Son sus pijamas estrella. Le resultan cómodos y calientes, así que no puedo decir nada al respecto.

—Voy a buscar la película —con el mando a distancia empieza a teclear y a buscar la película.

Elije una que no sé cual es pero dejo que se acomode a mi lado y deje caer la cabeza en mi hombro, acurrucándose.

Está bien, démosle una oportunidad a esta película. ¿Qué podría pasar?

La película ya está terminando, y Stephen no para de llorar desconsoladamente. Según parece el hombre incapacitado ha pedido la eutanasia y toda la familia estuvo allí para verle morir.

Es algo egoísta. Debería haber actuado por su cuenta y no tener a su familia en una sala de espera, desesperados a que su hijo muera.

Es algo con lo que no estoy familiarizado. Nunca la he visto necesaria en personas jóvenes como el hombre de la película ¿Qué edad tenía? ¿Dos menos o uno menos que yo?

Siempre hay una manera de luchar y poder ser mejor que ayer. No por algo así hay que morir. No nos crearon para eso.

La película acaba y empiezan los créditos. Me encargo de quitarla ya que Stephen no puede ni ver y me quedo unos segundos abrazándole.

—Stephen se te van a acabar las lágrimas. Haz llorado tres veces hoy en menos de dieciséis horas.

—¡Es que la película era muy triste!

Empieza a hipar y ruedo los ojos antes de darle golpecitos suaves en la espalda mientras lo pego a mi pecho. Le doy palabras alentadoras hasta que logro que se calme un poco.

Me mira fijamente con los ojos vidriosos y le paso el pulgar por la mejilla, eliminando los rastros de agua salada. Atrapa su labio inferior y antes de que pueda procesarlo me besa.

Me besa desesperadamente y por un segundo me dejo llevar. Me dejo llevar por la misma razón que se deja llevar él. La desesperación.

Tomo el control de la situación y le agarro de las mejillas. Me da acceso a su boca y no desaprovecho la oportunidad de introducirla y explorar su cavidad bucal.

Me estoy empezando a excitar. Mi miembro se despierta lentamente mientras que la virilidad de Stephen ya está totalmente despierta y ávida de atención. Gime y jadea, deseoso de tener un poco más. Tiro su cuerpo hacia mi pecho y con mi mano derecha busco el elástico de sus pantalones para arrancárselos y poder hundirme en él.

Mierda. Mierda y mierda.

¿Pero qué estoy haciendo? Esto está mal. Muy, muy mal. Esto no debería estar pasando. No me desagrada pero no puede pasar. La erección se pierde de golpe al volver a razonar y pensar que estaba a punto de hacer.

Sin esfuerzo lo separo de mí e intento por todos los medios que salga de su excitación mental.

—Stephen no podemos hacer esto. No otra vez.

Me mira sin entender, curvando la espalda y bajando la mirada, claramente ofendido y avergonzado.

—¿Por qué no? Antes estaba muy bien y lo hacíamos.

—Sí, es verdad. Antes lo disfrutábamos mucho, pero antes no estábamos a punto de conseguir lo que siempre habíamos deseado—le acaricio la mejilla —has encontrado a un hombre maravilloso que te ama y yo por fin he podido tener a Grace. No podemos estropearlo.

—Tienes razón —dice bajito —lo siento mucho Andrew. Yo he comenzado.

—Y yo te he seguido el beso. Ambos somos culpables del mismo pecado pero nos arrepentimos a tiempo. Todo está bien —sonríe, y para hacer que se sienta más incómodo lo acuesto a mi lado abrazándole.

—Dimitri me va a matar, bueno y Grace también.

—Oye, hablaremos con ellos cuando tengamos oportunidad y les contaremos lo que ocurrió. No te preocupes más y duerme.

Asiente y se acomoda entre mis brazos.

—Buenas noches, Andrew.

—Buenas noches, Stephen.

Pasión Desenfrenada (COMPLETA) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora