Capítulo Nueve

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Grace

El sexo no tiene porque ser clasificado.

Es un juego, y en este no hay reglas.

J. R. Ariadna

Llegamos a mi apartamento. Desbloqueo la cerradura y me hago a un lado para dejarle pasar. Me mira fijamente antes de entrar en mi casa. Para mi es suficiente, pero para él tiene que ser una minúscula casita de muñecas.

Se queda en el recibidor, observándolo todo, mientras yo cierro la puerta y cuelgo el bolso en el perchero. Hago lo mismo con el bolso y con los tacones, que estos últimos los dejo en el suelo. Me acerco a Andrew que me mira seriamente.

—¿Cómo puedes permitirte este apartamento? Una editora no cobra tanto.

Su cuello mira hacia abajo ligeramente para poder establecer contacto visual conmigo. Miro mi apartamento en unos segundos. Tiene razón. No podría permitírmelo.

—Berth —me mira sin entender —el apartamento es de Berth. Me lo ha alquilado por un precio ridículamente bajo —asiente lentamente —¿Me dejas el abrigo? Te lo colgaré.

Con una sonrisa se quita el abrigo, quedando en su típica camisa blanca. Siempre va con ese tipo de camisas. Con ese aire empresarial y maduro. Me lo da, y con gusto lo cuelgo al lado de mi abrigo.

Se ve bonito. Es enternecedor ver algo tan simple como unos abrigos en un perchero. Es bonito porque demuestra que algo tan simple puede tener un significado tan fuerte. Significa estabilidad, amor, comprensión

—Te enseño la casa —le agarro de la mano—la cocina ya la has visto —llegamos al salón —esta es la sala de estar y comedor. Es precioso, sobre todo las vistas de noche desde la terraza —le llevo por el pasillo hasta la habitación de invitados— la habitación de invitados —la cierro y abro la siguiente puerta —el baño. Es grande y tiene alcachofa con distintas funciones. Te da masajes —la siguiente puerta —despacho, aunque nunca lo he utilizado, y la última habitación. El dormitorio principal.

—Es preciosa, y aunque sea de Berth tiene mucho de tu personalidad— asiento—Vamos a hacer la cena. Asi podremos hablar un poco más.

Asiento y esta vez es él quien me lleva de la mano hasta la cocina. Una vez allí me da un beso en la mejilla y se sienta en la butaca de la isla.

Saco los ingredientes, y colocándome junto a él empiezo a cocinar. He pensado en hacer pasta con ensalada. Algo sencillo. Corto las hortalizas y las voy echando en el bol de ensalada.

Andrew agarra mi mano y me da un beso en la palma, interrumpiendo mi acción. Sonrío como una tonta, pero eso no le frena para volver a besarla.

—Ojalá podamos seguir así en el futuro. Tú, cocinándome y yo mimándote a cada segundo.

—No me distraigas —pido con voz suplicante.

—Es verdad. Quiero estar así por siempre, pero no hablaremos del tema si no quieres.

Me suelta con cuidado y yo aprovecho para volcar la pasta en el agua hirviendo. No es muy tarde, solo las siete y media, pero Andrew está acostumbrado a comer pronto. En Ucrania se come muy pronto, al igual que anochece a las cinco.

Hasta este punto es cuanto me esfuerzo y sacrifico por hacerle feliz. Me gusta verle esa sonrisita de felicidad cada vez que hago algo que le gusta, aunque cumplir todas sus exigencias es más que difícil, y hay cosas que no se pueden cumplir, como por ejemplo lo que ha dicho hoy en la consulta. No quiere que trabaje, pero no puedo ofrecerle eso. Es algo imposible para mi.

Coloco algunos cubiertos y platos, preparando la mesa para dos. Cojo dos copas y la botella de vino de fin de año. Hay que gastarla, y espero que de para dos personas. Saco la botella de vino de la nevera y sirvo hasta la mitad de estas, acabando con el contenido.

Pasión Desenfrenada (COMPLETA) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora