Enlazar

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No le sorprendió lo más mínimo encontrarlo haciendo el macuto, los movimientos rígidos, los ojos enrojecidos

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No le sorprendió lo más mínimo encontrarlo haciendo el macuto, los movimientos rígidos, los ojos enrojecidos.

- Tengo que irme – dijo sin detenerse.

Rey asintió.

- Voy contigo.

Eso si lo hizo pararse. Ben se volvió hacia ella, y por un segundo, Rey pudo ver una chispa de esperanza en sus ojos, apenas un instante antes de oscurecerse en una expresión pétrea.

- Te envía mi madre.

- Me ha pedido que te proteja, pero también creo que tienes razón.

- ¿Ah, sí? - exclamó él fingiendo indiferencia.

Pero entonces vio lo que ella traía y su rostro se llenó de curiosidad.

- ¿Qué llevas?

- Ven – dijo Rey sin más, dándose la vuelta. No pasó mucho antes de que escuchara sus pasos tras ella.

Rey le guio hasta el río, donde dejó la cubeta que llevaba en el suelo, y sacó de su interior todo lo que necesitaba: un saquito de sal, unas tijeras y una madeja de hilo rojo.

Sin decir nada, hundió la cubeta en el agua para llenarla y luego echó el contenido del saquito y las tijeras en ella.

- Agua de río y sal – explicó – Para purificar.

Ben exudaba escepticismo por cada poro de su piel, pero sorprendentemente no dijo nada. Solo se quedó allí a su lado, escuchándola, como si ahora le tocara a él ser el alumno.

- Extiende la mano izquierda.

Él obedeció, la palma hacia abajo. Rey extendió también la suya para agarrarle el antebrazo, las muñecas juntas, y enlazó sus manos con el hilo rojo, siete vueltas. Entonces, guio a Ben para que metiera con ella las manos unidas en la cubeta. El agua estaba fría, y sin embargo sentía la piel caliente, cada punto de contacto ardiendo.

- Vamos a hacer unos amuletos con este hilo – explicó mientras sacaban las manos y cortaba el hilo con las tijeras mojadas.

- ¿Los dos?

- Átamelo en la muñeca – dijo Rey mientras le entregaba su trozo de hilo – Siete nudos, y con cada uno, piensa algo bueno sobre mi.

De alguna forma se esperaba que Ben se riera por tener que pensar algo bueno sobre ella, pero no dijo nada. Con una concentración que no esperaba de él para lo que estaban haciendo, le rodeó la muñeca con el hilo, e hizo un nudo mirándola a los ojos. Luego le tocó a ella, y así turnándose y en silencio, completaron todos los nudos.

- ¿Y esto me protegerá? - preguntó Ben mirándose la pulsera roja.

- Pondrá la suerte de tu lado – respondió Rey.

Se mordió el labio sin saber si seguir explicándole, repentinamente ansiosa.

- Además, ahora estamos unidos. Si te ocurre algo lo sabré – continuó al final - Si confiaras más en tu corazón que en tu cabeza, tú también me sentirías.

Ben alzó la mirada, con una pequeña sonrisa torcida en los labios.

- ¿Crees que tengo magia?

- Todos la tenemos. Solo debemos querer potenciarla.

De repente, apenas terminó de hablar, Ben se inclinó y presionó los labios contra los suyos. Y por un instante, no hubo nada, solo el calor de sus labios y el corazón latiéndole desaforado en el pecho. Hasta que empezaron las dudas.

Rey se apartó despacio, buscando sus ojos, buscando en ellos la misma euforia que le llenaba el pecho. Ben le devolvió la mirada, los ojos brillantes. Podía ver la luna reflejada en ellos.

- ¿Qué haces? - susurró Rey sin voz.

- Confiar en mi corazón – dijo sin más.

Esta vez fue Rey quien le besó, los brazos alrededor de su cuello, apretándolo con fuerza contra ella. Le besó, esperando que Ben pudiera escuchar así lo que su corazón no podía decir en voz alta. Y siguió haciéndolo, hasta que el hilo rojo se secó en sus muñecas unidas.

Septiembre2020 microficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora