"La música entró por mis oídos, llegó hasta mi corazón, hizo que se estrujára y revolvió mi estómago. La letra llegó a mi mente, inundando ésta, haciendo que mi corazón se ponga ansioso. El viento entraba por mi ventana y golpeaba mi rostro. Mi mente se llenaba de peguntas sin respuestas, solo quería escapar y finalmente sentirme libre, poder estar yo, con el exterior. No soportaba la angustia y el peso sobre mis hombros que hacía que opacara mi vida, no quiero eso para mí, yo quiero ser feliz."
El cielo estaba nublado, tornado de un gris que entristecía el ambiente, era muy tranquilo, algo que era digno de apreciar. El humo de un cigarrillo subía hasta las nubes, el muchacho solo observaba éste anhelando poder elevarse como aquel humo. Anhelaba ser como un pájaro, poder tener alas y poder volar tranquilamente sin preocupaciones, volar y saber que no iba a caer. A veces, lo que una persona simplemente anhelaba, era amar y ser amado, era ser feliz, era ser él mismo, pero a veces, en los caminos de la vida hay grietas, hay personas que logran esquivarlas antes de tiempo, a tiempo, y a veces, no lo logran. La caída puede ser suave, no muy profunda, mientras en otras ocasiones, la caída es tan profunda e dura, que puede llegar a ser imposible salir de aquel oscuro abismo.
Después de dos días seguidos de lluvia, el cielo nublado estaba despejandose, así causando que el oscuro cielo de la noche se haga visible, siendo acompañado por algunas que otras estrellas.
Luego de varios minutos, el cielo estaba completamente limpio, así apareciendo otra luz, era la luna, completa y brillando sin que ninguna nube se lo impidiera. El muchacho inhaló del fresco aire, aquel que tenía un aroma natural, limpio, agradable, único.
La mente del joven estaba llena de sus problemas, simplemente quería que su mente esté en blanco, quería sentirse tranquilo, quería que todo esté bien.
Su madre murió dándole a luz, fue como una perfecta interpretación de "te doy mi vida para que puedas vivirla". Su padre pronto moriría, ya que tiene severos problemas del corazón. ¿Hermanos?, no tiene, el es hijo único. ¿Familiares?, tampoco tiene, los pocos que quedaban, eran sus abuelos y dos tíos. Sus abuelos murieron por vejez, sus tíos simplemente desaparecieron de su vida, a ellos, él no les importaba, ellos tenían su vida.
El chico de tan solo diecinueve años estaba listo para todo.Ya se encontraba vestido y con sus cosas en mano, iba a salir. ¿A dónde?, Al hospital, iba a visitar a su padre, iba todos los días a verlo, total, no sabe cuándo sería la última vez que lo iba a ver, por lo menos, antes de que eso pase, el quería abrazarlo fuerte, recordarle que lo quiere mucho, e agradecerle por todo.
Ya en el hospital, entró. En aquel lugar lo conocían muy bien, así que el solo se dirigió a la habitación en dónde su padre estaría, tocó la puerta, entró, su padre al verlo, le sonrío, la sonrisa fue devolvida por parte del chico.—Hijo, ¿Cómo estás?— Se acomodó un poco el hombre observando al menor de aquella sala.
—Hola papá. yo bien, ¿Y tú?— Se sentó en la silla que se encontraba al lado de la cama, tomando la mano de su padre.
—Bien, mejor ahora que estás, podré ir en paz.— Sonrío plenamente el hombre, aquella sonrisa le transmitía tranquilidad, pero no había comprendido lo que su padre le acababa de comentar.
—¿Ir a dónde, papá?— El joven cuestionó mirando al mayor, en espera de una respuesta. Solo recibió una risa, aquella típica risa que se usa para cambiar de tema.
—Es bonito poder ver tu rostro antes de ir a dormir. Es como si yo por años estuve en una mina cavando y cavando, y después de mucho tiempo, encontré dos diamantes hermosos, uno lo perdí, y al otro lo conservé, tu eres el diamante que conservé, hijo.— Dijo sonriente el hombre, viendo cómo en el rostro de su hijo se dibujaba una sonrisa con un brillo único.