Capítulo VII

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«No me importan tus sombras, porque desaparecen a la luz
No me importan tus sombras, porque se parecen bastante a las mías»

— Sabrina Carpenter - Shadows —

Capítulo VII

Saú...

De espaldas a la pared. Besos húmedos en mi cuello y mis labios. Libero gemidos de placer, con la cabeza en alto. Nunca nadie me había hecho sentir así: tan completo, vivo, deseado. Halo su cabello mientras continúa besándome, haciendo que me derrita; por lo que me rindo ante él. De imprevisto, se detiene. En confusión, ubico mi mirada sobre su rostro borroso, ahogo mi mente y pensamientos en nada más que sus pupilas negruzcas; hechizado. Él toma mi cara con ambas manos, la aprieta, y grita, y exige que acate sus órdenes. El palpitar de mi corazón se intensifica. El rostro de él ya no luce calmado, y la agresividad provoca caos...

Un golpe azota mi estómago. Su comportamiento me aterra.

Caigo de rodillas, contra el suelo. Vomito emerge de mis entrañas.

Él se acerca a mí. Sé lo que vendrá...

Despierto, sintiendo el sudor sobre mi piel helada, el que incluso me humedece el uniforme. No dejo de respirar aceleradamente, mi pecho subiendo y bajando. Las imágenes de ese sueño me hacen querer no volver a cerrar los ojos; ha sido espeluznante. Me dirijo a la ventana y percibo tal oscuridad en el exterior. Ahora sé por qué el frío es más intenso ésta noche: está nevando. Cierro mis ojos, pero, cada vez que lo hago, solo veo eso, solo lo recuerdo a él. Recuerdo cada detalle, la manera en que me trató, lo que me hizo...

No.

Mente en blanco.

—¡Pst! Esaú...

Ese susurro llama mi atención, pero también hace que me arrope hasta la cabeza con la manta.

¿De dónde vino eso?

¿Quién es?

¿Un fantasma?

—Esaú...

Esa voz.

Arrugo mis cejas, dudando, y salgo de la manta, ¿acaso ese es...? ¿El sonido viene de...? Estiro mi mano hasta la mesita de noche, a un lado de mi cama, y tomo el reloj para darme cuenta de que son las tres de la mañana. Por impulso, enciendo la lámpara; asustado. La tenebrosa oscuridad en la habitación se desvanece, pero mis ganas de poseer paz y tranquilidad aún no.

—La sangre de Cristo tiene poder. Con Dios todo, sin Dios nada —repito varias veces, temblando, persignándome en cada una.

—Esaú, ¿qué carajos haces? —murmura esa cálida voz, que reprocha mis acciones—. Apaga esa luz, idiota. Soy Duvan.

Una sensación de alivio me silencia, suspiro y, sin más, apago la lámpara de baterías. Sigo las ondas de sonido ya desvanecidas, las que tuvieron origen debajo de mi cama. Colgando de cabeza, me asomo y me doy cuenta de la presencia de mi amigo, quien está acostado bocabajo, con la mitad de su cuerpo dentro de lo que parece ser un conducto de ventilación horizontal en la parte baja de la pared.

¿Conducto de ventilación?

¿Acaso esos no se usan en lugares donde la temperatura se mantienen en grados elevados?

—Sé lo que debes estar imaginando y no, no se trata de un escape imprevisto de madrugada —se detiene a pensar un poco—, bueno, sí, algo, pero no es la clase de escape que crees.

Más que el paraíso (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora