«Dicen que estamos fuera de control y algunos dicen que somos pecadores
Pero no dejes que arruinen nuestros hermosos ritmos»— Sam Smith - Fire on Fire —
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Capítulo XIII
Un mes antes.
Enero, 2020.A mediados del primer mes del año, el frío se afianza más, es feroz. Esta semana ha estado nevando en demasía y ruego para que mañana —sábado—, se aplaque el clima y... poder saciar mi extraña sed de ver esos ojos: un océano que buscas por curiosidad, pero que, si no sujetas bien el timón del barco y caes por la borda, puede terminar tragándote.
Los fines de semana suelo asistir a ese sitio en las montañas, cumpliendo así con las terapias que mi padre ha costeado por y para mi bienestar. Y, entresemana, cada día se basa en procrastinar, o hacer las tareas de la terapia, o visitar lugares en la ciudad junto a mi padre. Algunas noches hacemos vídeo-llamadas con el resto de la familia, y es agradable, aunque él siempre me aparta con la intención de sobresalir, y no me quejo, nunca le he agradado a mi madrastra; menos aún después de que se enteró de eso.
Sé que, de poder hacerlo, esa mujer me gritaría en la cara todo lo que he leído, a escondidas, en el teléfono de mi padre. Ella le ha dicho que mi comportamiento anormal puede pervertir a otros, que he ensuciado la imagen de la familia, que no puedo tener permitido volver a casa hasta expulsar cada demonio y que, cuando esto termine en quince días, la creencia con respecto a mi sanación debe ser altísima.
Quince días para volver a casa...
Las primeras semanas de este nuevo año han sido intensas, como si se tratara de un sueño (o pesadilla), pero no lo es, y de serlo, está a tan solo quince días de terminarse. Para el último día debo haberme desecho de cualquier pecado que haya querido profanar mi alma. Está en mi deber el reprimir o tratar de eliminar esa parte defectuosa. Sé que no será fácil, se siente extraño, contra la espada y la pared. Temo por un futuro donde no pueda hacerlo.
Debo hacerlo.
Salgo de mis pensamientos. Abro mis ojos, apreciando la oscuridad en mi dormitorio de la habitación del hotel. Es de noche, casi las nueve, y sigo sin poder conciliar el sueño. No es habitual en mí. Rezo, una y otra vez, para que el tiempo se apresure. Me atormentan sucesos que aún no se desarrollan, creados por mi mente de manera catastrófica. Cierro mis ojos, permitiendo que mi ángel de la guarda me acompañe y me guíe por el buen camino hacia el paraíso de los sueños.
Camino, lentamente, por un pasillo iluminado. Las miradas están encima de mí, cuales focos de luz; exhibiéndome, señalándome, juzgándome. La compañía de mi mejor amiga, aunque grata, no lo hace menos incómodo. Sé que ante su mirada mi ser es visto como algo más. Recuerdo que me lo ha confesado el viernes por la noche, al irnos de esa fiesta. El fin de mi reputación.
Libero mi mano de la atadura con alguien que no quiere estar. Apresuro el paso a lo largo del pasillo, ignorando a todos. A costa de lo que sea, ignoro la existencia de ese video filtrado: entre luces neón, durante la fiesta del viernes, un chico besa a otro con pasión, ebrios, a raíz de un juego con la botella. Pero, entonces, uno de ellos desciende su mano hasta la entrepierna del otro y este lo toma de los brazos con fuerza, se levanta del sofá y, enfurecido, le estampa el cuerpo de espaldas contra una pared. "Solo es un juego, marica de mierda", grita y lo golpea en la cara. Me golpea en la cara.
Empujo la puerta de dos hojas al final del pasillo, en busca de aire fresco. La claridad me encandila y, detrás de mí, la puerta se cierra, desaparece; lo noto al recuperar la nitidez visual y darme la vuelta.
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Más que el paraíso (+18)
Misterio / Suspenso«Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma». Tras fracasar en una terapia de reorientación sexual en el pueblo de Silver Hills, mi cuerpo y alma fueron recluidos en un reformatorio para chicos homosexuales, uno del cual quería salir iles...