Capítulo VIII

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«Quiero a alguien que entienda.
Vamos a mi casa, vayamos a morir juntos»

— Melanie Martinez - Lunchbox Friends —

Capítulo VIII

Duvan abre con facilidad la rejilla. Entramos por otro conducto, ubicado en el borde inferior de una pared en el centro del segundo piso. Mi respiración empieza a descontrolarse, al igual que mi pulso, conforme me arrastro, ayudándome con mis codos. No hubo ninguna señal de vida en el recorrido que hicimos, eso me llena de paz y me motiva a seguir adelante; después todo, tal vez esta escapada no resulte tan mal. Aunque, sigo sin saber el destino final. Supongo que estoy a punto de descubrirlo. El sonido de mi respiración agitada se mezcla con el de nuestros codos rechinando contra el metal. 

—¿Falta mucho? —susurro, deteniéndome, tomando y expulsando una gran bocanada de aire.

El cansancio duerme mis brazos. Los latidos se sienten rápidos en mi pecho.

—Está al fondo, ya casi —informa—, no pares. —Él continúa, yo opto por seguirlo.

No pienso quedarme solo a la mitad de un conducto, y menos a altas horas de la noche.

Un alivio recorre mi alma cuando escucho otra rejilla abriéndose, hemos llegado. Duvan es el primero en salir, obviamente. Cuando es mi turno, y abandono esos conductos, la oscuridad me recibe una vez más, sin saber donde estoy parado o a donde ir. Digo el nombre de mi amigo en un susurro, llamándolo, pero no escucho respuestas.

¡Crac!

Algo traquea.

¡Crac!

¿Un ratón? ¿Duvan?

Vuelvo a susurrar su nombre. Ésta situación empieza a asustarme.

¡Crac, crac, crac!

De pronto, unas varitas luminosas neón son las encargadas de acabar con la oscuridad; pero no con las sombras, y es que deberíamos aprender a vivir con ellas, a no temerles, a que pasen por alto en nuestras vidas, a ser más fuertes que ellas. La piel morena de Duvan se colorea de verde y una sonrisa se forma en su rostro.

—Sorpresa —expresa, con los brazos abiertos mientras agita las manos, en las que sostiene las varas de luz.

—Oh, my fucking God...

Olvidé por completo mi estado físico. Estaba encorvado, caminando casi agachado cuando la luz apareció. Sujeto mi pecho y libero un aliento. No puedo evitar sonreir con auto-burla.

—¿Qué?

—Nada, me asustaste. —Río por lo bajo—. ¿Llevas tiempo viniendo?

—Sí —responde Duvan, mientras sigo concentrado en lo mío—. Te lo dije, llevo meses viniendo.

Lo veo a los ojos por un instante, sonrío de nuevo.

Mis pies hacen que de un paseo por esa oficina abandonada, que la rodee hasta llegar a la gran ventana de vidrio sellada. Desde aquí, puedo observar el estacionamiento principal, el nublado y cercano bosque al otro lado de la carretera, la nieve sobre los altos pinos, la nieve que cae y que sobrecarga el suelo del exterior. Las luces de la ciudad lucen agradables, pero, las montañas a la distancia se presumen aterradoras, oscuras; a duras penas pueden diferenciarse del paisaje, el clima nublado es el impedimento. Exhalo por la nariz, el vidrio de la ventana empañándose, y dibujo con mi dedo índice una carita feliz.

—¿Cómo conseguiste todo... esto? ¿Cómo es posible? ¿Es real?

Volteo para encontrarme con su mirada, él la aparta, dirigiéndose a un archivador metálico.

Más que el paraíso (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora