Me despierto. Miro a mi alrededor. Todo me da vueltas y aún así me siento espabiladamente bien. Un dolor helado me quema el tobillo izquierdo. No me importa. Después de la última vez que me desperté…¡dios¡, ¿pero cuántos malditos días llevo aquí?.Da igual. Es momento de ponerse en marcha y salir a la de ya, por patas. Necesito incorporarme sin romperme nada. Mi pelo rubio esparcido por toda la almohada parece que vuelve a la vida.
Bajo del gigantesco colchón. El suelo. HELADO. ¿Es que esa panda de gigantes humanos no necesita calefacción?, ¿o cómo?. No me interesa. Sigo adelante con mi huida. Miro mi cuerpo…estoy vestida, ¡Dios bendiga a Buddha, Cristo o Platón¡…a estas alturas no sé a quién dar las gracias por no encontrarme en pelota picada. Miro al frente. Mis botas marrones. ¿Podrían salirme mejor las cosas?, tengo ropa y tengo zapatos. Creo que me las podré apañar bien para salir de esta…Ay no. Mi Lucky. ¿Dónde está mi cámara?. Izquierda. Derecha. Atrás. Me voy a descoyuntar el cuello. Y desde encima de la repisa de lo que parece una chimenea con bordes plateados. Él. Mi Lucky. Mi cámara. Salgo disparada hacia ella. La distancia entre la cama en mitad de la habitación y esa chimenea es algo así como el Amazonas para mí. Sillones azul oscuro cual obstáculos insoportables e incómodos que me impiden llegar hasta mi objetivo. Ya está. La tengo. Ahora a buscar la puerta de salida de la habitación.
Un momento…¿Y si alguno de los gigantones de la otra vez están esperando a que salga para darme de yoyas de nuevo?. Un arma. Necesito un arma ya. Cortinas, sillas… Portátil. ¿Portátil?...Nop. No puede ser usado como arma. Quizás en plan fressbee….Descartado. No suelo coordinar. Tendré que improvisar si se da el caso. Y punto. Me cargo la cámara al cuello y me dirijo hacia la salida. Salidas. Cuatro puertas. ¿Quién necesita cuatro puertas en una habitación?. A esta gente se le va la cabeza. Decido ir a la de la izquierda. Siempre a la izquierda me ha parecido una frase perfecta.
Abro la puerta. O al menos lo intento, porque pesa más que una vaca en brazos obesa. Se mueve. Veo el pasillo. Perfecto. Estoy fuera. ¡Genial¡. Si es que soy lo mejor. 10 Puntos para Lerea, que va a dar con un palmo en las narices a los que la han secuestrado. Porque seamos sinceros. Como pidan rescate por mí, dudo que mi gato pague la fianza. Estoy sola en esto.
-¿Qué demonios haces fuera de la habitación?
El chico del otro día. No el de la aguja. Ese al menos parecía majo. El malo. El alto. El que me miraba con cara de pocos amigos. Ése hombre. Ahora que me fijo; con complejo Sansón por las melenas que me lleva. Me ha pillado. Del todo. A correr. Odio correr.
Me mira sabiendo que mi primera opción será salir huyendo.
-No. No. ¡No no no¡. No corras. (Sansoncito como yo le he apodado en mi cabeza me mira amenazante pero casi pidiéndome el favor)
Obviamente no estoy nada dada a favores en estos momentos. Que le den. Corre Lerea, ¡corre¡.
-¡Mierda! (Exclama Sansoncito fastidiado)
Yo solo pienso en que este loco me va a matar cuando me coja. Eso me hace correr más. Vaya. Mira tú por dónde. Unas escaleras. Siempre se me han dado genial bajarlas deprisa. En el metro no hay quién me gane a bajar escaleras. A por las escaleras.
-¡Niña vuelve aquí¡ (Sansoncito está estresado)
¡Perdone señor pero tengo mis 24 bien cumplidos¡. Lo pienso. No lo digo.
Comienzo a bajar la escalinata como si no hubiese un mañana. Mi pelo pulula a mi alrededor. ¿En qué momento decidí dejarlo tan largo?. Seguro que no estaba pensando yo en esto de tener que correr cual loca de manicomio por las escaleras. Dejármelo por la cintura me pareció una buena idea. Ahora para nada. ¿Y si me agarra del pelo?. Me tira hacia atrás…y obviamente de ahí no escapo. No pienses eso. Lerea, ¡tú puedes¡. Sigo bajando escaleras. ¿Cuántas escaleras tiene este sitio?. Al subirlas no me parecieron tan interminables…Ah, claro. Me quedé alelada a la mitad. Llego al final. Miro al frente. No parece haber una salida. ¿No se supone que ahí había una salida?. ¿Por dónde entré yo la otra vez?. ¡Exijo mi salida¡. Decido girar a mi derecha y justo ahí una puerta que parece de una sala enorme esta entreabierta. ¿Por qué no?. Llego a la puerta. Descorro la cortina azul, pesada y grande (como todo en este sitio) y entro cual bala al centro del salón…Dónde veo a más de 25 chicos. Todos altos. Enormes. Morenos. Y mirando hacia a mí.
Sansoncito llega casi sin respirar hasta donde estoy yo, por cierto, petrificada. Me coge del brazo derecho y exclama triunfante; ¡Te tengo¡.
Justo en ese instante uno de los hombres que esta dado la espalda hacia nosotros, sentado en el sofá, se gira. Me mira. Una mirada oscura, negra, intimidante. Mirada que torna a sorpresa. Por alguna razón siento que no me quiere matar. Algo así, en una situación como ésta, debería calmarme algo, pero me pongo más tensa aún. Sansoncito se percata de que me ha cogido demasiado tarde. Que la mayoría de los suyos ya me hubiesen tenido presa con solo levantarse de sus sillones aterciopelados.
-Tsk. Se me ha escapado. Lo siento. Alfa.
Sansoncito está realmente intimidado, con la cabeza gacha y sólo se dirige en realidad hacia una persona. Una única persona en toda la sala repleta de hombres cuadrados, enormes, demasiado grandes para sentirte intimidado sólo por uno de ellos. Ok. Entonces será el jefe de la mafia. Si te tienes que dirigir a alguien para pedir tu libertad Lerea, obviamente es él.
Alfa. Vaya madre más cruel. Porque ese nombre es horroroso.
Pero él no lo es. Irradia fuerza. Magnetismo. Poder. Y bestialidad a partes iguales. No es el más alto ni el más fuerte de los presentes. Pero está sentado. De espaldas a la entrada. Y a pesar del estruendo que hemos armado en ningún momento se ha, si quiera, sobresaltado. Sigue girado. Hacia mí y Sansoncito. El resto están preparados. A la espera de un solo gesto para lanzarse a por mí. O a por Sansi. Ahora mismo no lo tengo claro. Se levanta. Avanza a pasos agigantados hacia nosotros. Su mirada está tranquila pero fuera de sí. Algo me dice que aunque éste no sea su carácter habitual, al menos si es bien conocido por todos. Parecen un equipo de fútbol pendiente de su entrenador. Nadie mueve ni un músculo. Sólo él se acerca hacia nosotros. Un olor a lluvia me coge desprevenida, pero ante mi sorpresa, me encanta. Una mano levantada. Un gruñido seco y silenciado. El olor se intensifica, lluvia. Y menta. Un golpe certero al pecho de Sansi que cae empotrado y desparramado hacia la pared contraria, que, por cierto, despedaza.
Y sus ojos vuelven a mí. Y la menta y la lluvia también. Y otra vez sus ojos. Negros, mieles, oscuros. Llenos de…¿rabia?. Deseo. Y ese aroma cargante pero adictivo me hace no poder apartar la vista de él. Su cara angulosa, su piel morena sacada del mismo desierto, demasiado clara para ser fuerte e intensa pero lo suficientemente oscura para hacer quedar a la mía, totalmente blanca. Y la menta revoloteando ya hasta en mi estómago. Y sus hombros anchos y fuertes también. Sus ojos otra vez. Siempre sus ojos. Fieros. Astutos. Marcados.
Y una sola palabra resonando en sus labios mientras las piernas me fallan y caigo totalmente en sus brazos, Mate.