Despierto. Otra vez me han dejado atontada. Como sigamos así me vuelven retrasada. Pero de verdad. Mi cabeza. Sigue dándome vueltas. Y el olor de menta y lluvia gira a mi alrededor…hacia la derecha. Decido girarme. El cuerpo no me responde. Bien. Sólo la cabeza. Giro la cabeza. Él. ¡Él¡. Total. Completa. Y preciosamente dormido. O al menos eso parece. Su respiración pausada me hace cosquillas en la frente. Es la primera vez que duermo con un chico de forma tan…bonita. Si. Esa es la palabra. Es entonces cuando me percato. Lo veo. Pero no lo miro a él. Su cuerpo entero me rodea con los brazos como si fuese la cosa más valiosa del mundo. Me aprieta fuerte pero con una delicadeza tan…¡Hay que ver lo bueno que está¡. Soy así. Fuera romanticismo. ¡ Qué le voy a hacer!. Pero es que un cuerpo como el suyo…te hace olvidarte del anillo y querer ir directamente a la noche de bodas. En serio. ¡Qué hombre!. Y entonces, dejando a un lado que estoy aquí contra mi voluntad, secuestrada por una panda de gigantes que parecen sacados del catálogo de “bienvenida sea usted a Calvin Klein Rústico” y que un tío, que no conozco de nada me tiene “retenida” (porque si somos sinceros…retenida muy en contra ahora mismo no estoy) en una cama con él…la cosa no está tan mal. Y no tengo frío. Y eso es bueno. Pero el ambiente esta helado. El vaho pululará felizmente como hable. Seguro. ¿De dónde viene entonces esta temperatura?. Vaya. Creo que es de él. Tengo escalofríos. Vuelvo a girar la cabeza. Sigue dormido. Me intento girar. Quiero acercarme a él. Todo lo que me sea humanamente posible. Y, ¡por Dios¡, que de verdad necesito oler ese aroma de cerca. Me vuelve loca y ni siquiera me he acercado a su cuello. ¿Qué colonia del infierno se habrá echado este jamelgo testosteroneado?. Para el próximo viaje a Juteco, a Dios pongo por testigo que me la llevo. Y me giro al fin. Y mi nariz roza su cuello. Un gruñido quejicoso. Quiere dormir más. A mí, me parece muy bien. Tú duerme. Yo te huelo. Y aspiro ese aroma que parece venir del mismo Olimpo. Y me pierdo en él. En su cuello. En su clavícula. La quiero morder. Quiero morderle a él entero y lo que pase después poco me importa. Lo juro. Me acurruco todavía más. Sus brazos se acoplan a mi nueva postura. Parece que no le molesta demasiado que una preciosidad rubia como yo parezca un saco de moscas dentro de la cama. Es normal. Estoy buenísima. Yo lo sé. Me miré en el espejo hace días. Días. ¿Cuánto tiempo se supone que ha pasado?. Mi gato. Mi pobre, pobre gato. Ya habrá echo meeting por el foro y estará rumiando en casa de Sergio. Mi vecino. Mi mejor amigo.
El musculitos almohadillado gruñe, esta vez mucho más fuerte. Parece que le moleste que me esté moviendo. Oiga usted señor, que tengo una vida y ahora mismo no estoy en ella. (Aunque no me importe demasiado). Tu dame tus colchoncitos que yo así me petrifico cual Victoria alada de San Motracia si hace falta. Toda. Entregada a ti. Para siempre. Mis brazos se mueven por inercia y busco su espalda. Me agarro a él. Le atraigo hacia a mí. Ya que me tienen secuestrada , que mejor que disfrutar. Podría haber sido peor. Él podría haber sido calvo. Y feo. Con pelitos de esos en las orejas que los miras y sales corriendo. Pero no. Alto. Moreno. Con piel de canela y unos pómulos que parecen cortar con solo mirarlos. Y esos músculos…Y ese cuello. ¡Qué cuello!. Y lo quiero morder.
Y el abre los ojos. Y me mira. Intensa, dulce, posesivamente. Y espera que yo haga lo mismo. Pero me pongo cual cerecita en temporada. Y bajo la mirada. Y me siento estúpida. Y asustada. Sé la situación en la que me encuentro respecto a él. Y parece..¿ gustarle?. Osea, le va ese rollo. Mal rollo. Lerea. Sé que duele. Sé que esto va a ser horrible. Sé que esos ojos ¿de repente color ceniza?...¿No se supone que eran negros y mieles?, da igual; tampoco es que ese dato vaya a cambiar mi mundo, esos ojos me miran. A mí. Solo a mí. No hay nadie más. Y yo no quiero alejarme. Y no me quiero ir. Y su cuello sigue a escasos centímetros de mí. Y yo lo quiero. Quiero morderlo. De verdad. Pero en vez de eso finjo que me voy a desperezar. El afloja su agarre. Y yo salgo pitando de la cama como si me fuera la vida en ello. Que, en realidad, supongo que sí me va la vida en ello. Y me dirijo a la ,¡milagro de los siete reinos¡, única y exclusiva puerta de salida. Y él, mientras, se levanta con calma. Cuidado. Ni si quiera le preocupa estar en Bóxer delante de una tía que no conoce de nada. Que sé que yo soy rubia, y que tú estás muy bueno. Pero un poquito de por favor y decencia.