Capítulo 4: ¡Salven a Elvis!

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Capítulo cuatro:
||¡Salven a Elvis!||

"¿Me vas a decir qué pasó, o no?" Me quejé impaciente. Llevaba casi cinco minutos chocado con todo mi paso.
Alejandro había insistido en que debía vendarme antes de entrar a su casa porque, sino, descubriría su sorpresa antes de tiempo.

"Ya queda poco". Respondió haciendome girar a la derecha, si no me equivocaba, en dirección a su habitación. "Okey, a la de tres quitate el pañuelo de tus ojos."

"Claro, no me lo voy a quitar de la nariz", dije burlona.

"Ehm, no sé si lo notaste pero también cubre tu nariz.. "

"Ya, ya. Di tres luego", lo apresure.

"Tres", dijo sin más y me quité el pañuelo girando de inmediato en su dirección.

"¿Qué pasó con el uno y el dos?", frunci el ceño confundida; él solo se encogió de hombros con un pequeña sonrisa.

Pasado esto volví a la dirección en la que él me había dejado topandome con lo que parecía una version esponjosa de una casa Barbie.

Cubrí mi boca con ambas manos y miré al chico a mi lado.

"¿De dónde lo sacaste?" Dije, sonando más sorprendida de lo que esperaba.

Alejandro miró a la nada mientras jugaba con sus dedos. "Pues...internet" soltó al tiempo en que sonreía como un niño que no quiere ser castigado.

No quise ni preguntarle cuanto había gastado en semejante castillo, en lugar de eso solo suspire, aun sin creer lo que tenía frente a mis ojos, y pregunté: "¿Y dónde se esta Elvis?"

"Con Sofi", dijo distraídamente mientras destrenzaba el cordón que colgaba de su poleron.

"Ah..." asenti despacio para luego parar en seco. "¡Alejandro, Sofia tiene cinco años!"

El chico me observó congelado con sus ojos abiertos en su máxima capacidad. Lanzó a un lado el cordón, el cual rebotó en su hombro y dio contra su ojo y, medio tuerto, corrió a la habitación de junto gritando: "¡NO!"

Rápidamente salí de mi estado "congelado" y avancé tras de él para luego chocarlo en el pasillo mientras daba media vuelta en dirección a la puerta principal.

Sin pensarlo mucho lo ignoré y entré a la habitación a comprobrar que Sofi estuviera bien; ella permanecia sobre su cama cómodamente abrazada a su muñeca con una manta de La sirenita cubriéndola, pero de Elvis ni huella.

Entonces un clic sonó en mi cabeza y lo entendí, ¡la puerta había quedado abierta!

Corrí a la entrada principal en busca de Alejandro mientras un "demonios" salía de mis labios seguido de un "no..." al ver la escena frente a mi.

Alejandro estaba sentado en la orilla de la calle con el niño de la casa de vecina a su lado repitiendo en voz suplicante la frase: "enserio lo siento".

Me acerqué despacio hasta quedar junto a Alejandro, quien me observó desde su lugar con sus ojos cristalinos y sus pecosas mejillas sonrojadas. Me senté a su lado y vi como entre sus manos el pequeño gatito descansaba.

La historia habia sido simple; Elvis se habia salido mientras al mismo tiempo el pequeño niño de al lado corria jugando con su hermano mayor, Elvis se atravesó en su camino y, como era tan pequeño, no lo vio dando contra él con una patada.

Tomé mi teléfono, lo que había que hacer era obvio; buscar algún veterinario.

(...)

"Entonzez lo que deben hazer ez evitar tocarle zu patita y darle eztaz gotitaz en loz horarioz que lez indiqué y hazerle curazionez... " El hombre frente a nosotros alzó una ceja, seguramente preguntándo si entendimos bien. Asenti una vez y dejé a Elvis dentro de su caja sin poder quitar de mi mente la graciosa manera de hablar del veterinario.

"¿Por qué habla asi?" Alejandro susurró en mi oído al momento en que el hombre nos dio la espalda.

Me encogí de hombros, "¿será por los frenillos?" respondí, había notado que él los llevaba.

"Tiene zentido." Soltó entonces haciendome reír.

"¿Zaben?" el hombre volteó en nuestra direccion dejando una cajita, quizas la medicina que nos había nombrado. "Me pareze muy lindo que cuiden azi de bien a Elviz, zon muy buenoz padrez."

"Bueno, si, pero somos sus tíos." Corrigió Alejandro.

Nos miró divertido. "¿Zi? Como loz vi juntoz, creí que eran como ezaz parejaz que dizen que zon loz padrez..."

"Solo somos amigos," alzó la mirada sonrojado "por eso quedamos en que seriamos los tíos. Para-"

"Para no ocasionar un caos", continué mientras internamente gritaba: ¡Deja de negarme!

No hubo más que hacer, dimos las gracias, pagamos lo necesario y volvimos a casa con nuestro pequeño "sobrinito".

¡Jezúz, Alejandro, azepta que me amaz en zecreto!

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