Lucy Westenra (Drácula)

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La había amado desde el primer instante en que conocí el significado de la palabra "amor". Mi sentimiento de amistad infantil e inocente se tornó en una extraña admiración cuando cumplí los 13 años, a los 15 entendí que era el amor que los adultos proclamaban en las novelas de romanticismo, y comprendí que era aquello lo que sentía por ella. Por Lucy, mi amada Lucy. Mi corazón se agitaba cada vez que la veía y mi corpiño apretaba demasiado, siempre respiraba demasiado ansiosa por saborear su aroma, mis manos temblaban y sudaban por poder tocarla, todo mi ser vibraba cuando ella reía. Y los celos, oh, los celos me ahogaban cada vez que Mia estaba cerca.

Atesoré y traté de alargar cada uno de nuestros momentos juntas sabiendo que jamás podríamos estarlo de verdad, no sólo porque Lucy no me amase de esa forma, sino porque una relación así jamás sería aprobada. Tarde o temprano la perdería en manos de algún hombre, un matrimonio que la llevaría lejos de mí, una familia que crecería niño tras niño, y eso no podía evitarlo... pero no esperaba perderla a manos de la muerte con la tierna edad de 19 años. Lucy cayó terriblemente enferma de repente. Estaba de un pálido enfermizo que nada tenía que ver con su marmolea piel, siempre tenía hambre pero era incapaz de ingerir nada, la garganta le ardía, tenía fiebre. Fue algo horrible presenciarlo, ver cómo se apagaba poco a poco, cómo se consumía bajo la atenta mirada de todos sus pretendientes, Mia y la mía. No fui capaz de ver el final, cuando aquel extraño científico llegó profiriendo sandeces y blasfemias, no podía quedarme allí viendo cómo la convertían en un conejillo de indias en sus experimentos con la sangre. Poco tiempo después recibí la noticia de que Lucy había fallecido finalmente. Ni los esfuerzos del doctor o de sus pretendientes fue suficiente, una noche la Muerte se la llevó en un arrebato de dolor y alaridos. Mia fue quien me escribió con la noticia, carta que acompañó con una imagen de ella y un mechón de su cobrizo cabello, el cual rápidamente coloqué en un guardapelo que jamás abandonó mi cuello.

No fui capaz de ir a su funeral. No podía verla en su ataúd de cristal, sus mejillas pálidas sin vida, su cuerpo inmóvil en un sueño eterno, ataviada con el vestido de novia que jamás llegó a lucir. Agradecí que sus padres la dejaran a plena vista en la cripta en vez de meterla rápidamente en uno de los nichos, Lucy era un ser de luz, no podía quedar relegada a la oscuridad tan pronto. Aquella noche, acomodada ya en mi cama, no lograba conciliar el sueño. Mis dedos jugaban constantemente con el guardapelo y mis ojos estaban inundados de lágrimas, mi corazón latía demasiado despacio. La noche ya era cerrada y la Luna llena iluminaba la habitación junto a la tenue luz de la vela que había en mi mesita de noche, un leve golpe en mi balcón me hizo estar alerta, el segundo me hizo levantarme y acudir hasta él, viendo que nada ni nadie había en los jardines de la casa pero entonces, al girarme, vi a Lucy sentada en el balcón del alfeizar de la ventana.

-Lu... Lucy -musité con voz temblorosa

Ella estaba vestida con el traje de novia y se veía terriblemente pálida, tan blanca como la tela de su atuendo, y aquel gigantesco adorno de su cabeza le conferían un aspecto demasiado fantasmagórico para mi bienestar, pronto me encontré temblando y llena de miedo. 

-Querida mía, no temas por mí -dijo en una voz suave y alzó su mano hacia mi -Toma mi mano, te he añorado, mi adorada

A pesar del miedo y el frío que había en mi pecho, me acerqué lentamente y tomé su mano, la cual estaba muy fría aunque suave.

-¿Por qué no has ido a verme, querida? No me dijiste "adiós"

-No... no podía -musité con una voz temblorosa -No podía despedirme de ti

Lucy extendió su otra mano a mi mejilla y la acarició con suavidad, lentamente mis rodillas cedieron y me encontré arrodillada frente a ella, ahora la luz de la vela me dejaba ver que sus ojos eran más grises que azules.

Where are my lesbians?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora