Capítulo 2

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A mis quince años aprendí a ver el encanto de las personas sin fijarme en su género. Sí, básicamente descubrí que era bisexual. Me encantaba una chica de mi clase, Margarita era su nombre, y también me gustaba su novio, Jeremías. Ambos me parecían preciosos, y para mí eso era normal, pero sabía que si mi madre llegaba a enterarse, seguramente le diría a mi padre, y entre los dos armarían un escándalo de película. 

Para ese entonces todavía usaba ropa rosada, moños en el pelo y accesorios femeninos. A mi madre le daba cierta paz que yo cayera en el estereotipo femenino, quizás creía que el maquillaje o el esmalte de uñas me iban a quitar esas ideas raras de la cabeza, ¡já! Como si los hombres no usaran maquillaje o esmalte de uñas. 

Los años siguieron pasando, y yo me sentía cada vez más encerrado. El eterno disfraz ocultó quien yo era. Me quitó mi identidad y mis ganas de vivir. Yo no quería pasar el resto de mis días fingiendo ser alguien más, pero lo hacía solo para complacer a mi familia.

A los días de haber cumplido dieciséis, tuve una discusión fuertísima con mis padres. Me encerré en mi habitación con unas tijeras en la mano, y mientras miraba mi reflejo angustiado en el espejo, pensé muy bien si lo que quería era quitarme la vida o el disfraz. Por fortuna, esa vez elegí quitarme el disfraz. 

Escuché que mi madre golpeteó la puerta de mi cuarto justo cuando me corté la coleta. Vi los mechones de cabello cayendo sobre mis hombros, pegándose a mis mejillas empapadas por las lágrimas, y cayendo al suelo. Por primera vez me sentí libre, pero no era una libertad verdadera, más bien fue como si hubiese podido sacar la cabeza por una grieta en la pared para respirar y ver la luz del sol, pero solo durante unos minutos. 

Cuando mi madre entró y vio lo que había hecho, tuvo una crisis de nervios y se desmayó. Luego estuvo deprimida como por un mes, y durante ese tiempo, el ambiente en mi casa estaba terriblemente tenso. Mi padre me echaba la culpa del estado de mamá cada vez que tenía oportunidad, yo me enojaba y comenzábamos a discutir, y así seguíamos hasta que alguno de los se iba a encerrar a la habitación. 

Cómo ser trans y no morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora