Prólogo

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Abril, 2005


Hope Wallace odiaba a la gente. 

Pero, más que nada, odiaba a su chillona prima.

Escucharla hablar era arriesgarse a que le dolieran los tímpanos. Cada frase que salía de aquella linda boca acorazonada resultaba más ridícula que la anterior.

—No puedo creerlo. ¡De verdad está mirándonos! —cuchicheó la chica de piel canela que, por desgracia, era su pariente—. ¿Creen que si finjo tropezar accidentalmente con él empezará a hablarme? Oh, Dios. Es tan lindo. Nada que ver con los chicos de la academia.

—No hay chicos en el internado, Carrigan —le recordó su amiga en común, Nicolette, quien hasta ese momento se había mantenido en silencio—. A menos que cuentes a los hijos del jardinero, a esos les encanta pavonearse por el patio. He escuchado que las de último año hacen apuestas sobre quién llegará más lejos con ellos.

—Los dos son buenos besando.

—¿Y tú cómo sabes eso? —Nicolette la observó con recelo.

—Porque ya he apostado —lo dijo como si fuera algo sobre lo que sentirse orgullosa.

Hope sintió cómo el cuerpo de su hermana gemela desbordaba tensión a un lado. Isobel, que era la mata del puritanismo en el grupo de cuatro, no aprobaba ningún comportamiento que resultara inapropiado. Y aquel ciertamente lo era.

—Son mayores ¡y nosotras no tenemos más de trece años! —espetó en tono reprobatorio—. Si nuestros padres o la directora lo supieran...

—Por favor, no me digas que nunca has besado a un chico. —Carrigan dejó escapar una risa burlona. Entonces le dedicó una mirada coqueta al adolescente que permanecía al fondo del patio de butacas—. Todas lo hemos hecho y todas estamos de acuerdo en que se siente increíble.

—A mí no me metas en tus porquerías —respondió Hope con la nariz arrugada—. No quiero la lengua de nadie en mi boca.

—Nadie querría tu boca, marimacho sin encanto. —Si no hubiera estado tan acostumbrada a los insultos de Carrigan, lo más probable es que se habría puesto a llorar—. Eres bonita, pero espantas a los chicos con esa bocaza llena de basura. Si fueras más como tu hermana, te iría mejor. Bueno, quizá un poco menos mojigata

Ensortijó un mechón de pelo castaño en su dedo índice y empezó a juguetear con su lengua sin apartar la vista del chico, cuya atención ya había captado.

—Si sigues así, terminarás igual de embarazada que Beverly —replicó Hope usando la mención de su pariente lejana para molestarla—. No pasarás de quince sin tener que ocuparte de un bebé.

—Para eso son los condones, idiota.

—Ya cierra la boca —la riñó Nicolette—. Que tú sepas esas cosas no significa que las demás debamos escucharlas.

—Oh, pero si tú las conoces bien. —Carrigan giró el rostro momentáneamente para guiñarle—. Deja el papel de Santa Nicolette. Mucho de lo que sé, me lo contaste por notas en la clase de historia. ¿O ya lo olvidaste?

En lugar de negarlo, su amiga cruzó los brazos sobre el pecho soltando un airado:

—Eres horrible.

Carrigan encogió un hombro sin inmutarse.

—No sé por qué se escandalizan. Mamá dice que los chicos son como perros esperando ser adiestrados. Les susurras cosas, los halagas un poco, finges darles control y luego te diviertes con ellos hasta que cae el próximo.

Los Demonios Nunca MuerenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora