Capítulo 4: La verdadera Cissy

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Las luces naranjas se mueven a mi alrededor; confusas, brillantes, distorsionadas

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Las luces naranjas se mueven a mi alrededor; confusas, brillantes, distorsionadas. Aunque mi entorno es borroso, logro distinguir el movimiento zigzagueante del Jeep que avanza entre las pronunciadas curvas de una carretera desolada. La estatua de Noble se solidifica en el exterior, una figura negra que parece bañada en brea y que se hace más pequeña conforme nos alejamos.

—El plan era tomar tu lugar en esa cena y lo hice. Ahora cuéntame qué averiguaste.

—¡Nos están siguiendo! ¿Te parece que es buen momento para hablar?

—No me importa. ¡Dime qué fue lo que descubriste! 

—Tendremos tiempo para discutirlo luego. Coge el arma.

—Maldita sea, sólo dime qué encontraste. ¿A dónde fuiste esta noche, Isobel?

—Prepara el arma. ¡Enfócate en preparar el arma!

Me rebullo, inquieta, buscando el origen de las voces femeninas. Mi visión no proporciona nada más que la nebulosa imagen de un par de figuras que ocupan los asientos delanteros del auto. Sacudo la cabeza y, tras un pequeño momento de vacilación, trato de impulsar mi cuerpo en dirección al conductor. Pero mis extremidades no responden como deberían. Siento los brazos pastosos, como si una masa pegajosa tirara de ellos hacia abajo. El imperioso deseo de abandonar el coche palpita en mis venas, en mi pecho y en esa parte dañada de mi cerebro.

Hay una razón por la que debo salir de aquí. Hay una razón por la que debo advertirles que abandonemos el coche. Sin embargo, no soy capaz de abrir la boca para dar aviso del peligro que, sospecho, se avecina.

—¡Se están acercando!

—¡Coge el arma y dispara cuando te dé la señal!

—Son demasiadas curvas, si aceleras vamos a volcarnos.

—No tenemos otra opción. No permitiré que nos atrapen.

—Cambia de carril y baja la velocidad. Deja que se acerquen lo suficiente para que pueda tener un mejor ángulo.

—Hope, no.

—Les volaré la maldita cabeza.

—Hope...

—¡Confía en mí, joder!

Las detonaciones llenan el aire, seguidas de una sucesión de gritos y neumáticos que chirrían contra el asfalto. Entonces estoy cayendo en lo profundo de un hoyo de negrura. Por un momento, todo lo que veo son sombras y todo lo que escucho es el eco de un sonido que se pierde en la distancia. Me remuevo percibiendo la suavidad de la cama bajo mi cuerpo.

«Un sueño. Sólo es un sueño».

Intento abrir los ojos, pero mis párpados permanecen firmemente cerrados. La semi consciencia mantiene mi fuero sumido en algo que está a medio camino de un letargo profundo y una viva lucidez. Siento la respiración agitada y la piel caliente bajo las sábanas, como si me hallara en una sala de vapor o en una habitación repleta de velas. La intensidad de la sensación aumenta cuando percibo el avance de unos dedos por mi tobillo derecho. Su mano me abrasa, dejando una estela de chispas sobre mi piel. Trato de apartarme, pero él no lo permite. Su agarre se vuelve firme mientras continúa el asalto a través de mi pantorrilla y mi muslo.

Los Demonios Nunca MuerenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora