Capítulo 2: Monstruo

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Recorremos los pasillos de la mansión a paso lento

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Recorremos los pasillos de la mansión a paso lento. El silencio nos envuelve como una tercera presencia, un fantasma cuya energía mantiene mi cuerpo tenso. Acaricio el anillo de compromiso, indecisa sobre qué hacer ahora que estoy frente a ese alguien por quien, en teoría, siento afecto. Alguien lo suficientemente importante como para considerarlo buen material de esposo. 

Esposo. La sola palabra me provoca un escalofrío. Tengo veintitrés, ¿significa que la prioridad en mi vida es conseguir un marido y formar una linda familia rica?

Arrugo un poco la nariz. ¿Soy así de simple? ¿A esto se resumen mis mayores expectativas? Y no es que haya algo malo con la idea de una vida hogareña, sencillamente no me veo siendo una dedicada ama de casa. Intento darle forma a la imagen, pero conforme más lo analizo, más absurdo se vuelve. ¿Y qué hay con el tipo a mi lado? ¿Se supone que estoy dispuesta a pasarme la vida calentándole la cama? «Tal vez sí lo quiero, sí es un buen hombre y sí tengo aspiraciones simples como comprar una casita de campo y criar montones de bebés».

—Quise regresar a visitarte en el hospital, pero no sabía cómo lo tomarías después de la primera vez —dice Niam llenando la estancia con algo más que el sonido de nuestras pisadas. Su voz es suave y educada, dotada de una seductora nota grave que refleja bien su masculinidad—. Todos estuvimos de acuerdo en que lo mejor era darte espacio. No quería hacerlo más difícil para ti.

Entrelazo las manos por delante de mi cuerpo obligándome a mantener una expresión estoica. Su presencia tiene algo que me pone inquieta y acalorada, aunque bien podría tratarse de mi propia mente rechazando de nuevo a un desconocido. Tomo una disimulada respiración antes de encontrar una respuesta apropiada.

—Debí llamarte en cuanto empecé a superar los ataques de histeria —digo esperando que la frase funcione como disculpa—. Mi tía y mi padre son los únicos que han soportado los cambios de humor y los momentos de locura. Confía en mí, no querías verme echada en la cama llorando durante horas.

—Lo habría hecho, si me hubieras dejado —expresa con naturalidad—. Te habría llenado la habitación de tulipanes y la cama de esos asquerosos malvaviscos que tanto te gustan. Creo que habría servido para alegrarte un poco.

—Eso es considerado.

—¿No es lo que hace un hombre enamorado?

—Supongo —musito—. Si acaso el amor de ese hombre sobrevive a la ausencia de la mujer con la que planeaba casarse.

—Ha sobrevivido —pronuncia con seguridad. Me niego a observarlo cuando gira el rostro en mi dirección—. He esperado porque te sigo queriendo, Isobel.

Reprimo una mueca. Él es lindo y romántico, la clase de hombre perfecto que existe sólo en cuentos. Pero, lejos de emocionarme, me resulta extraño. Casi incómodo. No distingo pasión en sus palabras, nada más que la empalagosa dulzura de algo que es correcto para decir.

Los Demonios Nunca MuerenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora