Parte 3. Murder

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Qishan Wen llevaba un buen tiempo probando su suerte. Estudiándolos. Estudiando a todo el mundo de la cultivación. Los miembros de esa secta, actuando cada vez más irrespetuosos. Sus actitudes totalmente aberrantes y despectivas para con todas las otras sectas. Wen Ruohan, no era tonto, era un hombre perfectamente consciente de su lugar y posición y el poder que dominaba. Su secta era la más grande de todas y con motivo. El orgullo que portaban los miembros del estandarte del sol, era bien merecido.

El evento del abismo acuático, había sido la confirmación de todas las sospechas que podría haber tenido. Qishan Wen, iba a quemar el mundo bajo los rayos de su sol. Iban a declararse amos y señores, y nadie se defendía.

Qinghe Nie, había sido la primera señal declarada. Y el propio Lan Qiren había sido la persona que trataba de calmar el temperamento de MingJue para evitar que tomara la cabeza de Wen Ruohan. El tío, nuevamente, mostraba ser ciego.

Pero más ciegos eran sin duda los ancianos del clan. Esos hombres dormidos en los laureles que todo el tiempo clamaban por el hecho de que "Wen Ruohan jamás se atrevería a atacar a Gusu Lan".

Oh, cómo deseaba destruir sus rostros. Dejar sus manos rodear sus cuellos y ahorcarlos a todos con la seda que había tomado la vida de su madre.

Más no era el momento. Mientras los ancianos estuvieran vivos, Xichen podría mantenerse al margen de todo. No sería más que "una marioneta" de los "antiguos cultivadores de la secta Gusu Lan". No, los ancianos tendrían que tener una muerte larga, y terrible. La clase de muerte que venía solo después de ser testigos de su propia descripción. Porque ellos, debían comprender. Debían entender totalmente lo que era perder todo lo que amaban.

Una misiva anónima y una cinta de Gusu como prueba, enviadas mediante un cultivador errante desconocido, fueron más que suficiente para revelar el día y momento en el que la barrera que rodea al Receso de las Nubes sería particularmente débil debido a discípulos realizando mantenimiento. La cinta, obviamente no era la propia, sino una de las tantas correspondientes a los ancianos. No podía dejar pruebas contra él mismo.

Wen Ruohan, era un hombre inteligente. La llegada de Wen Xu, no fue sorpresa. No para Lan Xichen.

¿Pero para el clan?

Oh, su hogar estaba en llamas, y aunque le desagradaba ver a su hermano sufrir, la realidad era que nunca antes Gusu Lan se había visto tan purificada.

Las expresiones en los rostros de los ancianos, el rostro de su tío, la desesperación de los maestros. No podía decir que sentía, si éxtasis o catarsis. Tuvo que esconder su rostro en bajo su manga, apretando la misma contra sus labios. Sus ojos llenos de lágrimas.

Lágrimas, producto de que llevaba tiempo sin parpadear para no perder ningún detalle. Y su manga, escondiendo la sonrisa que amenazaba con asomarse. Porque aunque Lan Xichen solo debía, sabía y podía sonreír, ese no era el momento.

Más impresionante, más fuerte que nada, fue ver a su padre por primera vez en mucho tiempo. El padre que llevaba años, más de una década, sin ver. El hombre que sólo había visto brevemente cuando su hermano había nacido.

Ah WangJi... ¿Sabría WangJi lo amado que era?

Las órdenes habían sido repartidas, él debía de irse a rescatar los rollos de la biblioteca. Pero lo que nadie sabía era que la información que necesitaba ya había sido salvaguardada. Y aunque WangJi permanecería para defender el edificio, como el buen soldado que era. No creía que lo mataran. No cuando era mejor adoctrinarlo.

Por otro lado, su tío debía repartir las órdenes a los sobrevivientes. Coordinar todos los equipos y esfuerzos, mientras que su padre...

Su padre esperaría en el Hanshi a Wen Xu, para demandar un duelo.

Su padre, siempre tan ajeno a todo. Sin duda moriría en ese momento. Si no bajo la espada del joven cultivador, bajo el peso de su culpa.

Xichen esperó a que todos se retiraran, hasta que todas sus presencias se hubiesen retirado para irrumpir en el Hanshi. Y mirando el rostro de su padre, su sonrisa se suavizó.

—¿Sabe que morirá? —Preguntando con honesta curiosidad, simplemente mirándolo como quien mira a un leproso. Piedad y lástima.

Su padre guardó silencio, sus hombros pesados y su cuerpo consumido por todo lo sucedido tanto en presente como en pasado.

—Lo sé. Tanto como sé que no será una pérdida para tí. —Respondió el hombre.

—¿Cómo puedo perder lo que nunca he tenido? —Preguntó con una ligera inclinación de rostro, dejando su mirada vagar hasta los alrededores, hacia las llamas y las figuras que se aproximaban.

—A-Huan...

—Qingheng-jun debería recordar bien que solamente mi madre y hermano pueden llamarme de ese modo. —Replicó con una sonrisa amplia, ojos abiertos de par en par mientras giraba rápidamente para mirarle. —Mi madre, quien se colgó de la seda porque no soportaba el castigo injusto. —Dijo, avanzando contra el hombre. —Mi madre, quien fue ultrajada por su maestro. —Continúo con un leve siseo, sonriente y casi gentil en su modo de hablar. Y su padre, retrocedía a la vez que el avanzaba, pero cayendo sobre sus espaldas ante la pérdida de equilibrio. —Mi madre, a quién Qingheng-jun ultrajó dos veces para darle hijos.

No había elevado la voz. Simplemente se había detenido, y al final de sus palabras se había arrodillado frente al hombre que temblaba en el suelo y le observaba con expresión pálida.

—Qingheng-jun nunca la defendió. Nunca le preguntó. Nunca le dio opción. —Continuó arrodillado, sus manos sobre sus rodillas. —¿Alguna vez la amaste? ¿O solo querías tenerla como muñeca de porcelana? Imagino que la codiciabas. Mamá era hermosa. —Dijo con una sonrisa pequeña. —¿Cómo se sintió ser igual que el maestro que ella había matado? ¿O acaso la odiabas porque te había quitado a tu maestro? ¿Querías que sufriera? Si, seguramente querías eso. Y porque rompías las reglas, pero eras demasiado cobarde para tomar tu castigo, decidiste quedarte encerrado. Reclusión. Para tí por ser una bestia. Y para ella, por ser tan hermosa e intocable que debía ser castigada.

—¡No! —La voz de su padre sonaba aguda, histérica. —¡No! —Repitió con ojos vidriosos.

—¿No? —Preguntó él con una risa incrédula. —Apuesto que no querías que nadie la viera. Que fuese solo tuya. Y lo fue hasta el final.

—¡No! ¡Yo... !¡A-Huan!

—A-Huan está muerto. —Le dijo gentilmente, apoyando su mejilla sobre su mano. —A-Huan murió el día que vio a su madre colgar de la seda, y darse cuenta que a nadie le importaba. —Dijo con paciencia. —¿Sabías que sus ropas estaban manchadas de excremento? ¿Que llevaba horas, sino es que al menos uno o dos días, colgando de la viga?

Su padre no tenía palabras, así que Xichen suspiró. Desviando la mirada a un lado, tomó la espada del mayor, desenfundando la misma. Sin uso, y sin vida. Esa espada espiritual no era sino una sombra.

—Qingheng-jun, ¿por qué sigue vivo? ¿No fue suficiente deshonra para mamá? —Preguntó mientras apoyaba el filo en el cuello ajeno. —¿Vale la pena seguir vivo?

El mayor no dijo nada, pero ahora las lágrimas manaban de sus ojos.

—Oh... —Se lamentó el mayor, su padre, el hombre que había encerrado a su madre. —Oh... Qué equivocado estaba. Qué equivocados están todos. Tú los trajiste. Tú...

—Yo. —Dijo con suavidad. —¿Pero no se lo merecen?

Su padre no pudo responder, mudo de impresión quizás, pero para Xichen, le daba la razón.

—Disculpese con mamá. Ella le perdonará, pero no yo. —Dijo con una sonrisa más suave, y finalmente dejó a la espada cortar ese cuello. La sangre manando en un rocío, y Xichen tuvo que moverse fuera del área para evitar más manchas delatoras. La espada cayó a un lado, y la llevó hasta la mano de su padre quién yacía inerte. Todavía vivo, pero sin voluntad de vivir.

Le dio unas palmadas sobre su mano, y se puso de pie, alejándose en pasos rápidos.

Abandonó el Receso de las Nubes.

Tiempo después, se enteraría que Wen Xu clamaría ser quién derrotó a Qingheng-jun. 

A dark road ahead of usDonde viven las historias. Descúbrelo ahora