Capítulo 1

1.5K 108 5
                                    


Fría soledad en aquella tarde de invierno...

Mis días grises se habían vuelto una constante en mi vida desde que él se volvió distante...

No sé cómo pasó ni en qué momento sucedió, pero nosotros ya no éramos los mismos. Aquellas tardes donde nos abrazábamos, o tan solo nos dábamos un beso, ya no existían. Se fueron al olvido. Quizás nuestro lazo se había roto y ni cuenta nos dimos, pero sabía que ya nada volvería a ser como fue, estaba segura de ello. Tal vez, solo tal vez, nuestros trabajos jugaron un papel fundamental en nuestra distancia. Sin embargo, mientras bebía mi café, sabía qué no podía culpar a eso, ya que nosotros fuimos los únicos responsables de nuestra estrepitosa debacle.

De los siete años que llevábamos juntos, tan solo uno fue suficiente para echar por la borda todo lo que fuimos. Un año donde todo se comenzó a apagar frente a mis ojos y yo, ciega, no me daba cuenta porque no quería. No me daba cuenta porque creía que tal vez nosotros saldríamos de esa crisis. No me daba cuenta porque el amor que sentía por él era tan grande que, creí que alcanzaba para los dos. Pero no podía estar más lejos de aquella fantasía inverosímil que logró hacerme ver que ya no teníamos nada en común más que...

Me daba cuenta que, nada...

Ya nada...

Sutiles cambios fueron haciéndose costumbre. Primero, dejaron de existir los besos de buenos días, después desaparecieron nuestras llamadas durante el día. Lo siguiente fue que ya no dormíamos abrazados, cada uno se daba vuelta hacia su lado. Aunque discutiésemos ya no había noches de pasión, tampoco una búsqueda para ello. Hasta aquella mierda había desaparecido. Yo intentaba hacer todo porque me daba cuenta como él se alejaba cada vez más de mí. No obstante, antes de tan siquiera querer hablar sobre ello, él ya estaba tomando sus llaves y saliendo de casa para dejarme sola, con la palabra en la boca y la desilusión latente.

Noches sola...

Noches de desvelo preguntándome que sucedió en nuestro camino...

Noches sin respuestas...

Noches de lágrimas...

Una sola noche donde supe por qué...

Pero todo quedó igual...

Hasta que lo conocí...

Habíamos quedado de vernos para comer, pero, para variar, me llamó para postergarlo ya que se le había presentado un inconveniente de último minuto. Esa era otra de las cosas que siempre lograban decepcionarme de él. Lo entendía, en serio, pero solía dejarme plantada donde hiciera la reservación. No me quedaba más que poner una sonrisa llena de vergüenza al camarero y pedirle la cuenta por un puto vaso de agua, y cuando llegaba a casa, él estaba ahí comiendo cualquier tontería y disculpándose.

Siempre disculpándose...

Ya no le creía, solo me encogía de hombros y me encerraba en nuestro baño solo a llorar. Me había vuelto en una tremenda patética por el giro que había tomado mi matrimonio y ahí sí, yo era la única culpable por no poner un alto. Yo era quien debía alzar la voz y decir: "Ya basta". Yo era la que debía poner los puntos sobre las jodidas íes. Pero, me faltaba el maldito valor para reconocer que mi matrimonio no era más que un puto fracaso sin remedio. Éramos como dos seres absolutamente desconocidos que no compartían más que unas cuantas cosas materiales.

Entonces, luego de colgar esa maldita llamada, cuando me disponía a levantar el brazo para pagar la copa de vino que ni siquiera había acabado, alguien tomó mi mano con sutileza. No me moví, no pestañeé, ni siquiera respiré porque aquel contacto fue tibio y gentil. Solo, por impulso, levanté la vista y ahí estaba él. No sabía quién era, nunca lo había visto en mi vida, pero sentí como si lo conociera desde siempre. Fue algo extraño e intimidante lo que me embargó, y quise soltarme, pero no me dejó. Al contrario, tomó asiento frente a mí al tiempo que entrelazaba nuestros dedos y así nos quedamos.

Dulce destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora