Capítulo 4

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Despecho aniquilante...

Inesperado encuentro...

Dura confrontación...

Tal vez un perdón...

Quizás un olvido...

Le había pedido a aquel taxista que por favor me esperase, el tipo tuvo la amabilidad de hacerlo. Es más, en cuanto me vio, me ayudó con la maleta. Realmente estaba muy agradecida con él. No obstante, no sabía dónde ir, menos donde llegar. Estaba sola en la ciudad, ya que cuando nos casamos, se nos había ocurrido la brillante idea de irnos para comenzar una nueva vida solos. Sin nadie que nos mirase como un par de bichos raros que cometieron la locura más aberrante de sus vidas. Algo de lo que estaban completamente en lo cierto y tarde me había dado cuenta.

Debido a eso mismo, ahora estaba sin nadie a mi alrededor. Ni siquiera contaba con mi familia porque, por alguna razón, me habían dado la espalda cuando supieron que Matthew era mi novio. No era difícil el intuir el porqué de su negación. Ya era tarde, la cagada estaba hecha y no me quedaba más que dar vuelta la página tanto con Matthew, como con Damián y de ser posible, también dar vuelta la hoja en cuanto a mí y mis sentimientos.

Más valía quemar aquel libro y comenzar con otro desde cero...

Reescribir mi nuevo comienzo desde una página en blanco...

Me sentía con un terrible letargo mental y físico, ya que había dado mil vueltas dentro de aquel auto hasta que llegué a ese hotel como un ente. Había pedido una habitación por inercia y cuando estuve dentro, solté todos mis frustrados sentimientos y grité con todo lo que me dieron las cuerdas vocales. Hasta pude apreciar cómo se iban inflamando en el acto y, sin embargo, me dio exactamente lo mismo que me doliesen como el infierno.

De alguna forma debía botar toda esa mierda...

La foto que había visto en aquel cuadro, era una de Damián abrazando desde atrás a Alba Ferguson, mientras ella con el brazo levantado le tocaba la mejilla. La felicidad que transmitían sus rostros me hizo sentir una completa imbécil. Una total y absoluta idiota. Ese hombre me había buscado tan solo porque mi esposo le había quitado la suya. Me había buscado solo porque el hijo que creía suyo, era de quien fue mi marido. Tan solo me había buscado por vengarse de él, ¿con cuál propósito, si Matthew ya había formado hasta una familia con la tipa esa? Ya Damián tenía todo que perder y muy poco por ganar al haberme hecho eso.

En ese instante comprendí el porqué de su osada actitud cuando se sentó frente a mí en aquel restaurante, la noche que Matthew me dejó plantada. Su cínica impresión cuando le comenté que esperaba a mi esposo. También caí en cuenta de sus palabras cuando nos encerró en el baño. Me dijo que Matthew tenía una amante, que no me quería porque no se comportaba como un hombre enamorado. Por supuesto que sabía muy bien de lo que estaba hablando, ¿cómo no?, si estaba muy enterado de la relación que tenía quien fue mi esposo, con su ex esposa.

Además de mencionar lo de la lencería costosa, ese comentario que tan incómoda me hizo sentir porque pensé que estaba siendo descaradamente directo. Era claro que sabía de qué estaba hablando cuando mencionó aquel detalle que en ese momento me molestó tanto. Por supuesto que hablaba con conocimiento de causa, quizás que tan costosa eran las jodidas bragas de esa mujer. Seguramente esa noche se sintió con la plena confianza de hablarme así porque ya había armado su nefasto plan para hacerme caer en sus manos. Para sentirse vengado al meterse con la mujer del tipo que le quitó a la suya.

Nosotros no habíamos sido objeto de tan acertado escrutinio, porque a Damián conocía muy bien y desde hace mucho tiempo a Matthew. No sabía si entre ellos habían intercambiado palabras, tampoco estaba al tanto si acaso ellos se habían ido a los golpes después de descubrir el engaño, cosa que podía ser bastante probable. Pensé que las dos veces que lo encontré, no fueron casualidad. El tipo había resultado ser un calculador de lo peor y yo había caído redondita a la telaraña que había tejido con ese fino hilo de seda. Yo había resultado ser la presa que él se comió a su jodido antojo. Oh, Dios, si me engatusó hasta el punto de hacerme enamorar. Me envolvió como nunca creí pasaría. Lo quería, pero no podía perdonar tan terrible embuste.

Dulce destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora