· Capítulo uno

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Miró el enorme edificio que se alzaba ante él, era gigante. Su mamá le había dicho que sólo era de cinco pisos, pero era demasiado extenso. También tenía muchas habitaciones ya equipadas y un enorme patio para jugar. Y al ser una pensión, habían muchos niños.

Minho hizo una mueca, el lugar amenazaba con caerse en cualquier momento y matar a todos, y no entendía porqué iban a quedarse en ese lugar si ya tenían su casa con su padre. Tampoco entendía porqué su madre lo había sacado de casa con las maletas, porqué lloraba en el camino y porqué soltaba leves maldiciones cuando pensó que Minho dormía.

– La señora Jeongji nos dio la habitación 210, es lo mejor que conseguí, así que sólo será temporal, hijo. Hasta que pueda encontrar algo mejor.

La señora Lee se agachó quedando a la altura de su hijo de nueve años. Minho realmente no le creía, con el trabajo de su madre como costurera no ganaba mucho como para pagar una casa o una pensión mejor que esta, pero no quería decirle eso a su madre, así que sólo asintió.

La mujer sonríe y el gran portón se abre, dejando ver a una señora no tan grande de edad, pero que tal vez rondaba los cincuenta.

– ¡Bienvenidos! Permítanme mostrarles dónde se quedarán.

La mujer tenía una gran sonrisa en los labios y una voz demasiado amable, pero al más pequeño no le agradó, aunque no dijo nada y sólo siguió a las dos mujeres.

Adentro era diferente, y era peor que afuera.

Subiendo las escaleras, pudo notar las paredes húmedas, al igual que unas ratas corriendo por unas partes y el patio quedaba en la parte trasera de la pensión.

Al llegar al departamento indicado, fue a lo que supuso era su nueva habitación.

Quería regresar corriendo con su padre, no quería esto, pero tampoco quería dejar sola a su madre.

Ya era tarde, ambos cenaron una pasta y se fueron a dormir. En medio de la noche tenía mucho frío, por lo cual fue donde su madre y durmió con ella. Era cálida y le daba a Minho la sensación de estar protegido.
La amaba demasiado.

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Por más que trató de hacer amigos, no podía. Todos en aquel lugar o eran bastante groseros o bastante anti higiénicos, y se notaba que apenas se habían cambiado de ropa. Incluso las niñas eran groseras con él y le quitaban cualquier cosa que estuviera comiendo, y si estaba jugando, le quitaban la pelota.

Y los niños más grandes ya no estaban, parecía que al cumplir la mayoría de edad todos se marchaban. Aunque había una chica que se acercaba a la mayoría de edad pronto, pero no parecía normal, era extraña. Se la pasaba hablando con sus hermanos pequeños y dándoles consejos de cómo defenderse o pelear con rudeza, y también se ponía tensa cuando la señora Jeongji estaba cerca, parecía tenerle miedo.

Jeongji se la pasaba en el segundo nivel del lugar, sentada en una mesedora mientras tejía, pero su mirada siempre vagaba por todo el patio. Minho pensaba que era como los leopardos, siempre observando a la presa esperando para atacar con fuerza y llenar todo de sangre y vísceras.

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Los días pasaban y Minho tenía que asistir a la escuela. Amaba ese lugar, ir  y aprender cosas nuevas. Tenía la mente enfocada en cada tema que le interesaba y era bastante inteligente. Algunos decían que era un niño prodigio, ya que se había leído todos los libros de la biblioteca y cuando le hacían preguntas sobre aquellos libros, él contestaba con naturalidad. Algunos estaban sorprendidos y otros lo llamaban raro.

Pero esos días cambiaron, antes cuando caminaba por los pasillos, casi todos lo miraban con respeto y admiración y otros lo ignoraban, pero esa vez fue diferente. Todos lo miraban con lástima, incluso hablaban de él a sus espaldas aunque no alcanzaba a escuchar del todo.

Al llegar el receso, estaba harto de ellos.

– ¿¡Qué tanto miran!? Idiotas.

Y todos rieron, un compañero se acercó dándole una sonrisa de autosuficiencia. Minho recuerda haberle dicho estúpido porque el chico no entendía algunas ecuaciones.

– Eres el hijo bastardo – burló –. Lee Minho, quien presume de ser un prodigio, es un bastardo.

Todos rieron y Minho abrió la boca para negar aquello.

– Hablas de más, sigues siendo estúpido.

– No miento, escuché a mi madre decírselo a mi padre anoche – sonrió con burla y miró al castaño con altanería –. Dijeron que tu madre se metió con tu padre sabiendo que tenía una familia e hijos, incluso ellos son más grandes que tú – señaló al pecho de Lee con su dedo índice–. Lo vieron con su familia paseando por el mar, incluso les tomaron fotos y está en los periódicos. Prodigio bastardo – rió con ironía.

Minho no lo soportó y dio la vuelta guardando las ganas de golpearlo. No le gustaba pelear y no era bueno en ello. Aunque igual podría ser sólo una provocación, habladurías de un estúpido.

Después de clases agarró sus cosas y regresó a la pensión, ignorando a los vendedores de periódicos lo mejor que pudo, aunque al llegar, vio a la señora del 122 con un periódico en la mano y se le quedó mirando, debatiendo internamente en si pedirle prestadas esas hojas descoloridas y ruidosas, o no.

– ¿Lo quieres leer? – dijo la señora al ver al menor con la mirada clavada en el producto – No encuentro nada interesante y las noticias son un asco, prefiero quemarlo.

Asintió y la señora le entrego el periódico, Minho buscó hasta dar con lo que buscaba. El estúpido tenía razón, el de la foto era su padre al lado de una señora sonriendo.

Arrugó la hoja y la tiró en el bote, corrió hasta abrir la puerta de la "casa", asustando a su madre en el proceso. Ella tenía el periódico sobre la mesa, viendo la foto con los ojos llorosos. El castaño se acercó, agarró el papel y lo rompió en pedazos.

– Lo sabías y no me dijiste nada – pronunció con rabia –, decidiste que era mejor irnos de nuestra casa cuando podíamos hecharlo a él o venderla y conseguir algo mejor – estrelló su puño contra la mesa, mirando con ira a su madre –. Trataste de ocultar el sol con el dedo ¿Por qué? ¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué?

Su madre sollozó pero Minho no podía detener sus palabras, estaba realmente molesto. Su madre trató de engañarlo y Minho era lo suficientemente grande para saber este tipo de cosas, y no actuaría así si ella le hubiera dicho aquello desde un principio.

– Quería tenerte a salvo.

–¿De qué? No soy estúpido, incluso podía ayudarte y tener algo mejor que esto.

– Sé que no eres estúpido, Min, lo sé. Pero no quería nada de él, mi orgullo no me lo permitía.

– Orgullo... así que eso es. ¿Y no pudiste vender aquella casa? Podríamos habernos ido a otro lugar, donde las habladurías de esta gente no te molestaran.

La mujer abrió los ojos en sorpresa, realmente no había pensado en aquello. Ya que no quería saber ni tener nada que viniera de ese tipo que jugó con ella. Estaba enojada, dolida y triste. Sólo pensó en lo que sería lo mejor para su hijo y para sí.

Sollozó de nuevo, Minho negó con la cabeza y el ceño fruncido, se acercó estrechando a su madre entre los brazos. Por primera vez sintió que él era el adulto y su madre era una niña pequeña y frágil. Se aferraron el uno al otro y Lee le tarareó una corta canción.

– Lo siento, mamá, fui duro contigo en lugar de serlo con él. Es un imbécil, y nosotros saldremos adelante.

– Te amo, hijo.

– Yo también, mamá.

Entonces Minho la entendió sólo un poco.

1297 palabras.

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