6. «Te escojo a tí».

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Desde aquella lluviosa noche, en la mansión Phantomhive nada había sufrido un cambio evidente: Los sirvientes de la mansión solo notaban a Sebastian más animada de lo habitual, que a su joven ama se le escapaba una tierna sonrisa de vez en cuando; ellos no hacían preguntas, si ellas estaban felices, entonces estaba bien, aunque sospechan que talvez las cosas en la empresa iban mejor de lo habitual (cosa que era cierta también, a los inversores les daba tranquilidad que la boda de su socia estuviese cercana y soltaban el dinero con más confianza).

Los sirvientes podían pensar lo que fuera, pero de los pensamientos a la realidad existe una buena distancia que hay que considerar.

Los días eran tranquilos, sin mucho que resaltar... Las noches en la mansión Phantomhive sabían distinto.

La noche de hoy no era la excepción, y dentro de la habitación principal de aquella mansión, en la cama que ahí estaba dispuesta; se desarrolla una conversación.

—Sebastian...

—¿Sí?

—No sé cómo es que terminamos así... Ya sabes, en estás circunstancias.

—Lo que yo no sé es como no habíamos terminado así antes.

—¿Qué tan antes?— Regañó la condesa.

—No sé ¿Seis años?

—Pervertida—. Regañó pues ella hace seis años era una niña.

—Nunca he asociado la palabra «inocencia» con usted, my lady.— Se le burló la ama de llaves. Suspira. Con un tono cálido le susurra en el oído. —¿Puedo verla durante toda la eternidad y tenerla guardada en una caja forrada en algodón?

—No, estás loca—. Niega Ciel, ya que estar en una caja no le resulta atractivo u idea de alguien cuerdo; de igual forma le abraza por el costado para evitar que la morena no se vea ofendida.

—¿Usted cree? La cuidaría muy bien...—  Exclamó Sebastian.

—Cállate; me rehuso.

—No me regañe, solo es que me gusta ver cómo frunce el ceño con disgusto y como está sonrojada

Ciel iba a decir algo para reprender la cursilería innecesaria de su acompañante, pero fué interrumpida por un beso de Sebastian.

—¿Entonces ya pensabas en esta clase de interacción?

—En lo absoluto—. Se toca con la palma de la mano el pecho: dónde se supone que está el corazón. —Quería que esto fuera un secreto, quería que nadie se enterase. Ahora que he experimentado esto ya no le encuentro la gracia o sentido a eso de guardar secretos... En este momento quisiera presumir a todo aquel que me topase que yo he besado su piel, que pudiéramos salir y pasear de la mano... Pero bueno, tal vez algún día se pueda—.

—Algún día... No lo creo, pero si llegará a pasar ese día por nuestras vidas: Puede que concidere esa invitación de caminar de la mano contigo.

—Pero bueno, ser la amante de la esposa también tiene su gracia. —Comento subiendo sobre ella en cuatro dejando un bombardeo de pequeños besos en todo el rostro.

—Se tiene una linda vista desde aquí. —Hizo la observación, tenía justo frente a sus ojos los senos de Sebastian que no eran pequeños, a diferencia de los suyos. Ambas eran preciosas, muy a su manera.

—Estoy cariñosa y usted solo me ve el pecho, eso es "interesante". Es injusto ya que usted tiene su camisón, ¡Yo no puedo ver su cuerpo!

—No hay nada nuevo que ver, y tampoco es como si hubiera mucho—. Admitía avergonzada.

Solo Mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora