3. ¿Qué hacer si alguien ya reina tú corazón?

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Capítulo dedicado a: Mandybelmont

Por su apoyo creativo, muchas gracias hermosa <3

—Es de suma complejidad contactarle Vizconde Mirdford—. Era la forma en que Ciel saludaba a su tío. —Pude ser más romántica y haberle escrito una carta perfumada en rosas a usted y a la tía Francés, pero soy una mujer que se rige por aquello que es practico como lo es está llamada.

—Querida Ciel... Si bien no cabe duda de que eres toda una dama, aquellos finos detalles no lo habrías de tener con tus viejos tíos. Más bien con tu prometido a quien tienes algo olvidado, es de nuestro saber que eres una persona bastante ocupada y por eso no te presionamos pero mí hijo en ocasiones se olvida de que tiene a una joya como tú de prometida.

—Cierto es lo que dice usted, pero estos días eh sido bendecida con mucho trabajo que agradezco infinitamente, lo veo como la prueba de que mí trabajo marcha estupendamente: como debería. Pero justamente me comunico con usted por eso mismo, quisiera pasarme mañana en la mañana por su mansión para saludarlos y conversar con ustedes... y con Edward por un rato sobre algunos detalles que no considero sea prudente hablar de ellos.— Exclamo con la voz más neutral posible, desde este momento tenía planeado que iba a hacer gala de sus virtudes como actriz.

—Nosotros estaremos más que encantados de tenerla aquí condesa, gustosos esperaremos su carruaje mañana temprano a las 9:00am. ¿Le parece adecuado?

—Estupendamente. Entonces lo hemos concretado, espérenos a mí y por supuesto a mí ama de llaves a hora puntual, un gusto hablar con usted, Vizconde.— Concluyó cortando la llamada, no era de buen gusto que una señorita colgará una llamada, verdaderamente en primer lugar el que hubiera hecho una llamada no era lo más fino en cualquier señorita... Aún menos para concretar esa clase de encuentros, pero Ciel era una «señorita» un tanto menos convencional.

—Sebastian.— Llamó Ciel a su ama de llaves.

En menos de un parpadeo la morena estaba asomando sus ojos borgoña por una minúscula rendija de la puerta, a la par que avisaba de su presencia con un gentil llamado a la puerta.

—Pasa, Sebastian.— La mencionada se adentro en la habitación, caminando lentamente y con las manos bien firmes a sus costados, el pecho en alto y la espalda recta, era como ver a un soldado que podría ser objeto de deseo, objetivo de deseo, un objeto que a lo mejor y puede ser objetivo de amor.

—Joven ama, ¿En qué le puedo servir?

—Mañana en punto de las siete partiremos a la mansión Mirdford, haz los preparativos correspondientes y ve que los caballos estén en forma para que puedan llevar bien los cien minutos de trayecto. La última vez que fuimos a la ciudad tuvimos que detenernos y eso entorpece a los negocios.

—Si, mí señora. ¿Cuáles negocios? Si es que se me permite preguntar sobre estos.— Pregunto la criada con una inocencia que pecaba de una evidente  falsedad que era hasta vergonzosa y aún así eso no se veía del todo mal en ella, pero a Ciel le hervía la sangre cuando su lacaya hacia esa sonrisita que mostraba cada vez que se hacía pasar por despistada o inocente, sobretodo porque sabía que pretendía con ese tono de voz y aquella forma en la que solía curvar esos labios: Era para evidenciarle su fracaso, Ciel sentía que lo hacía para fastidiarle con sus puntos sencibles ¿Ella tenía puntos sencibles? Claro que sí, pero justo eso era lo que en realidad le molestaba.

—Sebastian.— Empezó la condesa con unas considerables ganas de dar el «¡Cállate!» que naturalmente hubiese dado de haber tenido los ánimos para ello. Sin embargo está vez inclino la cabeza hacia abajo y se empezó a masajear el ceño (en el que seguro se formarían arrugas en unos díez años debido a todo lo que lo fruncía). Hoy no le apetecía gritar, hoy había hecho algo que hubiese preferido no hacer de tener una gama más amplía de opciones, simple y llanamente: no quería gritar; quería llorar, pero Ciel Phantomhive no se tenía permitida para si misma la acción de llorar. —Sebastian...— Repitió el nombre de su criada con un dejo de cansancio en la voz. —Ve, y cumple con lo que te eh encomendado.

Solo Mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora