Bla Bla Killer de M. A. Álvarez

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Bla Bla Killer, así ha resuelto la prensa que debe llamarse al delincuente, psicópata o asesino en serie que, como acentúa, perturba la seguridad de los ciudadanos que hacen uso de una nueva tecnología: aplicaciones que permiten el contacto entre viajeros o entre pasajeros con conductores con el fin de ofrecer un servicio de transporte.

La noticia ha hecho que algunos usuarios comiencen a tener miedo. Yo mismo efectué como conductor hace unas horas un desplazamiento y ya los he realizado en otras ocasiones desde que me uní a una de estas empresas que ponen un coche al servicio de cualquier persona.

Me había citado con una joven que tenía mucha prisa por llegar a su destino: el otro lado de la ciudad, y su impacienia era tal que debíamos atravesarla al anochecer. Nos encontramos en un barrio al sur de la urbe. Fue puntual, al igual que yo. Cuando la vi, bajé del coche y se presentó educadamente como Silvia. Le propuse ayudarla con una pequeña maleta que llevaba, sin embargo, para su sorpresa, no la introduje en el maletero, sino que la acomodé en los asientos de atrás. Me disculpé por haberlo hecho así, pero le expliqué que en el maletero guardaba unos bártulos que debía transportar y que aprovecharía el viaje para hacerlo. ¡Si hubiera sabido lo que ocultaba ahí realmente…! Pero no era esa mi intención. Las sorpresas debían desvelarse mucho más adelante. Le pedí que montara en el asiento del copiloto. Quería ver bien su rostro, sus ojos y escuchar con claridad cada una de sus palabras.

Antes de poner el coche en marcha, di un sorbo al café que contenía uno de esos recipientes para llevar, apoyado a un lado del volante. El café me ponía nervioso, mucho, pero me ayudaba a realizar mi labor y ese día había tomado ya unos cuantos. Puse el coche en marcha, el viaje no duraría demasiado tiempo y expliqué que debíamos desviarnos unos instantes hacia la autopista, donde se encontraba la gasolinera más cercana. La solitaria autopista… Cómo me excitaba la idea de recorrer esa carretara oscura, lejos de todos, donde la noche me susurraba que sus tinieblas guardarían cualquier secreto y ocultarían mis actos fueran cuales fuere.

Durante los primeros diez minutos, no dije ni una palabra. Debía ser ella quien iniciara un diálogo si quería entrar en mi juego. De haber permanecido callada, quizás todo hubiera sido muy diferente.

—Es… la primera vez que uso esta aplicación —me decía mientras me mostraba el móvil que llevaba en la mano—. Una amiga me recomendó que lo hiciera.

—Muy encantadora su amiga… ¡¿Y usted por qué le hizo caso?! ¿Por qué no eligió viajar en taxi? —pregunté tajantemente, sin separar la vista de la carretera, ni un solo segundo, sin procurar el más mínimo atisbo de tacto en mis palabras.

—Pues… yo…

—¿Cree usted que este método es mejor? ¿Más barato?

—Por supuesto que es más barato.

—¿También cree que es más… fiable?

—Creo que sí. Ya sabe…

—¿Ya sé qué?

—Los taxistas… Además de ser más caro el taxi, es sabido que dan rodeos antes de llegar al destino o toman los caminos más largos y con más tráfico. Al final termina saliendo carísimo.

—¿Ah, sí?

—Sí, cobran más de lo que deberían.

—¿Le ha pasado a usted?

—No, intento evitarlos. Pero lo he oído en incontables ocasiones. Me parece injusto y tramposo abusar así de los pasajeros… y no digamos cuando se trata de alguien que viene de fuera.

—¡Ahí está la estación de servició! —exclamé repentinamente—. Debo repostar.

De un súbito volantazo salí del rumbo y me coloqué junto al surtidor.

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