Se sentía agotado, sabía que había sido bueno llorar, pero siempre ocurría lo mismo al otro día, seguía siendo miserable.
Se sentó en el borde de la cama dándose ánimos para un nuevo día de trabajo, no fue capaz de estirarse y solo se calzó las pantuflas y se levantó. Tomó la ropa limpia que estaba en la silla y caminó hasta el cuarto de baño que daba directo a su habitación.
No fue hasta que abrió el agua y esta cayó cálida sobre él que se dio cuenta de que ese no era su departamento. El agua jamás había calentado rápido, siempre debía sufrir el frío del agua a primera hora, si bien le servía para despertar, también se había ganado algunos resfriados cuando esta no había calentado.
-Mycroft-susurró tocando un azulejo de la ducha y sintiéndose increíblemente mal, un pésimo huésped, no llevaba un día en ese sitio y creía que se estaba aprovechando de la amabilidad de su anfitrión.
Mycroft Holmes nunca hará algo sin beneficiarse.
Estaba seguro que ese pensamiento venía de su pequeña conversación con John y con lo que había visto del político cuando interactúo con el soldado. ¿Realmente conocía a Mycroft? No, pero ¿quería saber más de él? Sí, pero él no era bueno ni ahora ni mañana. Lo mejor sería que se fuera de allí. Por ello, se apresuró en lavarse, se secó y luego se vistió.
Cuando se calzó los zapatos se dio cuenta de que la ropa no era suya y que todo era de su talla ¿hasta eso lograba manejar el mayor de los Holmes? No se mantuvo más tiempo pensando en ello y salió de la habitación, pero en cuanto estuvo fuera se dio cuenta de que no tenía dónde ir, porque su departamento era revisado por la seguridad de Mycroft y actualmente no era bienvenido en Scotland Yard, lugar donde le habían tendido una trampa.
-¿Alguna otra cosa que esté olvidando?-susurró para sí mientras golpeaba su frente con la palma de su mano.
-Quizás el desayuno, señor-dijo un hombre alto y delgado.
-¿Quién es usted?-susurró suave y mirando al sujeto de aspecto aristocrático, con poco cabello, y rostro imperturbable.
-Solo un sirviente del señor Holmes-dijo suave e indicando el camino.
-Soy Gregory Lestrade-dijo caminando tras él-y supongo que usted también tiene un nombre.
-No se me permite conversar con usted, señor-dijo suave e indicando el desayuno sobre una mesa en un gran comedor.
-Gracias-susurró sentándose y viendo todo lo que allí había-se ve delicioso, mis felicitaciones al cocinero-dijo con una sonrisa.
-Todo fue cocinado por el señor Holmes, que lo disfrute-dijo con suavidad y retirándose.
-Y aunque lo sabes todo, no tienes idea de los detalles-dijo con una mueca y sintiéndose un poco decepcionado ¿de qué? ¿De qué Mycroft no supiera como le gustaba el café? ¿o que no tuviera idea de que el manjar no era su favorito? ¿o que las tostadas le gustaban más blancas que quemadas?
Solo se limitó a tomar el jugo, pero al probarlo se dio cuenta de que era una limonada con jengibre y albahaca.
-Aquí acertaste-dijo con suavidad y quedándose solo con el gran vaso de líquido verde y refrescante.
Se demoró al menos treinta minutos en terminarlo y sintió como eso era suficiente por ese día, nuevamente se daba cuenta de que estaba solo y que a nadie le importaba lo suficiente como para quedarse junto a él.
Agradecía la hospitalidad de Mycroft, aunque no quería estar allí, no tenía otra alternativa. Su hogar no era seguro y allí estaba bajo resguardo. Lamentaba tanto su vida, no creía que todo pudiera empeorar.
-Señor, tiene una llamada-dijo el mayordomo llegando con el teléfono hasta él.
-Lestrade-dijo tomando el aparato y llevándolo a su oído.
-Espero que esté teniendo una buena mañana, Gregory-dijo Mycroft desde el otro lado.
-¿Cuándo puedo irme?-dijo de una vez y sintiendo como se formaba un nudo en su garganta.
-Eso no es posible-solo bastó escuchar esa respuesta para colgar y marcharse a la salida.
-Me largo de aquí, no soy un crío para que me tengan encerrado y con resguardo, soy un maldito detective inspector-dijo abriendo la puerta principal y encontrándose de frente con uno de los guardaespaldas del político.
-Lo lamento-dijo el hombre sujetándolo por un brazo y haciéndole una llave.
-Rómpeme el brazo y así me puedo ir de aquí a un hospital-dijo oponiendo resistencia para cumplir su cometido, pero el hombre lo soltó-¡Atácame maldición!
-Señor, no es necesario hacer esto-dijo el mayordomo tras él-venga, le mostraré un lugar donde podrá pasar el tiempo.
Se sentía un maldito estorbo y esos sujetos lo hacían resaltar aún más.
Se odiaba y en ese momento sentía lo mismo por Mycroft Holmes, maldito político controlador de todo. Al fin le encontraba la razón a John.
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Sanando heridas
FanfictionGreg Lestrade siempre ha velado por el bien de todos, sin embargo, tiene un problema que no quiere reconocer.