🔧CAP. 5: Código Monte🔧

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Los letreros de neón se encendieron de forma sincronizada mezclándose con el añil del anochecer

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Los letreros de neón se encendieron de forma sincronizada mezclándose con el añil del anochecer. La alarma de bloqueo de un Audi gris grafito envolvió el paraje rompiendo el silencio sepulcral que invadía el aparcamiento. La ciudad estaba sorprendentemente calmada, solo se percibía un leve murmullo musical que procedía del Bahamas.

El eco de los pasos de Armando Grúas sobre la acera comenzó a resonar de forma lenta y pausada en dirección al cruce.

Se calentó las manos con su propio aliento mientras esperaba a que el semáforo cambiara de color. El aliento que expulsaba se convertía en nubecitas de vaho debido a las bajas temperaturas, un tiempo demasiado invernal para aquella fecha. Debido a la ola de frío que había azotado a la ciudad de la noche a la mañana.

La luz del semáforo se puso en verde permitiendo al mayor cruzar al otro lado de la calle. Caminaba lentamente con el cuerpo encogido debido a la helada brisa que lo azuzaba, atravesando la tela de su traje negro. Estaba temblando de frío. Quiso ponerse la gabardina negra que había cogido del maletero, pero un repentino ataque de tos lo interrumpió.

Llevaba desde primera hora de la mañana con un grave resfriado que fue empeorando a lo largo de la tarde. Lo intentó contrarrestar con unos medicamentos que le recetó Leticia Harris, una de las directoras del hospital, no obstante, apenas le hicieron efecto, solo le bajó unas décimas de fiebre. Por ello, tras comunicarle eso, Harris le obligó a tomarse el día libre en contra su voluntad. No podía trabajar en ese estado, debía guardar reposo en casa. Además, le rogó que, si los síntomas persistían o se intensificaban, se pasara de nuevo por el hospital y que, por favor, no saliera de casa bajo ningún concepto ya que podía empeorar debido a la ola de frío. 

– Joder ... – carraspeó controlando el picor de su garganta.

Cogió la gabardina que tenía doblada en su brazo y se la colocó con rapidez refugiándose de esa brisa invernal.

Sin embargo, no le prestó mucha atención a las recomendaciones de la Doctora Harris, ya que Armando se negaba a posponer el plan de ir al concesionario con Kalahari. Yun se había emocionado tanto que estuvo durante todo el día enviándole una cantidad alarmante de fotos de los vehículos más raros que vendían en el concesionario. Es más, tuvo que silenciarlo de lo pesado que estaba ya que no le dejaba tramitar el papeleo de la explosión de su coche con la aseguradora. Gracias al parte policial que le envió el comisario Gligard, pudo zanjar el tema y acordó con el seguro que le reemplazaría el Komoda por otro modelo, pero que tardarían una semana en tramitar el papeleo.

Desbloqueó el móvil y accedió en la conversación de Whatsapp con el pelirrojo. Tenía quince mensajes sin leer. Le había enviado unas imágenes de un carrito de golf y una C-90. 

Decidió llamarle una vez más. Antes había intentado contactar con él, pero le saltaba constantemente el buzón de voz.

– Tú, chino. Ya estoy por concesionario, ¿dónde estás? – le interrogó sin darle tiempo a contestar.

PACIENCIA | #YunandoAU 🔧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora