Capítulo Catorce

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Final [2/2]

Se estaba tomando más del tiempo necesario en desenredar sus cables, en organizar sus tarjetas de memoria y sus lentes. Quería mantenerse la mente ocupada, pero ni el más sencillo o elaborado trabajo manual que exista le hacía olvidarse ni por un solo segundo todo lo que acababa de ocurrir.

Había terminado finalmente.

Ji Sung se había ido.

Y eso era bueno, quería creer, de aquella forma impediría desarrollar cualquier sentimiento banal e inútil que sólo sería un obstáculo para sus metas en la vida. Pero si era así... ¿por qué dolía tanto? ¿Por qué le hacía sentir tan vacío y desolado? ¿Por qué de repente las paredes en la habitación se veían más oscuras? ¿Por qué le angustiaba? Lo que había pasado con Ji Sung no había sido nada más que una absurda desviación sexual, producto del tiempo que lo tenía a su lado, la abstinencia y lo mucho que el trabajo lo estaba volviendo loco. ¿Entonces por qué se había sentido tan bien?

Su cámara cayó el suelo en cuanto intentó levantar el estuche, y con un quejido lastimero levantó el artefacto. Una de las esquinas exteriores del lente de había roto formando una grieta en el camino, costaría bastante arreglarla.

Mhm...

Encendió la cámara e ingresó a galería. La tarjeta de memoria estaba casi llena, no sería capaz de soportar unos cuantos bytes más, pero justo cuando estaba dispuesto a limpiar su almacenamiento, se dio cuenta de que no podía deshacerse de ninguna foto.

Tenía fotografías de Han. Muchísimas. Cientos de ellas.

Algunas eran de sus inicios cuando aún no salía de Corea del Sur, otras eran con su imagen reinventada cuando sus pies recién pisaron Nueva York. Muchas de ellas eran por el trabajo, pero otras... Había tomado algunas esos últimos días, y con algunas me refiero a demasiadas, y no sólo de él sino ellos juntos, otras tomadas por él, y otras siendo él el estelar. Algunos también eran vídeos, unos bastante cortos de bromas que se hacían entre ellos y otros enfocando al edredón de la cama porque se habían olvidado de la cámara que seguía encendida y grabando mientras ellos charlaban por horas. Entre el contenido encontró una imagen en la que de detuvo por un prolongando periodo de tiempo: allá arriba, en la terraza, cuando fue a buscar a Han, cuando cantaron Kiss juntos, cuando sus brazos se aferraron a él luego de que creyó que caería por el borde de la barda, cuando contuvo sus impulsos de besarlo y huyó de ahí. Ese mismo día, cuando Ji Sung lo interceptó en el jacuzzi y recibió sus besos, cuando volvió a recordar la gloria a la que sabían sus labios, cuando se dejó llevar por todos sus deseos y se fundió con la belleza que era el chico.

En su vida se habría imaginando a sí mismo apreciando la sencillez y los pequeños detalles que el mundo propio afloraba, ni que los rasgos faciales de una persona se le habían quedado tan vividos y helados en la memoria, ni su tacto, ni su risa, ni su llanto. Y nunca se había visualizado a sí mismo en sus treinta años viajando por Estados Unidos, visitando casinos y ser perseguido por matones, compartiendo tina de baño y hablar de sus secretos más íntimos de un yo estúpido y puberto, haciendo pijamadas y probándose mascarillas nutritivas, bailar rock en medio de la calle, permitiendo que le maquillaran los labios y disfrutando de un estrecho y reconfortante abrazo por más que detestara el contacto físico, comportándose como un adolescente en plena vida adulta, perdiendo la cabeza por un chiquillo. Queriend...

Gustando de alguien.

De un hombre.

Tomó su teléfono y marcó a un número en su agenda.

—¿Hola?

—¿Cómo sabes cuando te gusta alguien?

—Ah, sí. Buenas noches para ti también, o días. Diablos, Min Ho, ¿qué hora se supone que es por allá? —El mayor bostezó largo a través de la línea— ¿Qué decías?

Pretty BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora