Capítulo Uno

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Un rugido de estridente potencia se hizo escuchar en alto al momento de girar por la intersección, impregnando las huellas de la bestia motorizada por el asfalto a modo de trazo en su camino. Posicionó el brazo izquierdo sobre el borde de la ventanilla abierta recibiendo la fresca brisa de una mañana soleada que le hizo revolver los cabellos oscuros con satisfacción. El amargo café americano danzaba en son del movimiento del auto en su portavasos mientras tenía a la radio entonando un hit del momento.

Desde horas tempranas, las calles de Seúl se regodeaban de los transeúntes marchando en sus pasos de diestra a siniestra. Cafeterías, centros comerciales, restaurantes y tiendas abrían de par en par sus puertas dando la bienvenida al caluroso público que esperaba por su apertura. Autos y autobuses recorrían las usualmente abarrotadas carreteras, hoy libres de tráfico atolondrado, mientras que estudiantes de secundaria y empresarios esperaban con teléfono en mano y red disponible a que los semáforos cambiaran a rojo.

Seúl, Corea del Sur.

Hogar de las casas más importantes de la industria musical, el kimchi fresco, la torre Namsan y la tecnología mas avanzada en todo el país.

Los carteles digitales eran encendidos, los puestos de comida callejera tomaban sus lugares y un hombre de mediana edad se paseaba de calle en calle entregando panfletos a cualquier ciudadano con quien se cruzaba.

—Buenos días, joven, le invito al retiro espiritual que está organizando mi parroquia este siguiente sábado —El hombre intercambió algunas palabras, o al menos lo intentó, con un estudiante universitario a quien tendió un panfleto y decidió permanecer con la mirada anclada al dispositivo como si estuviese hechizado—. Eh... Gracias —se respondió a sí mismo el hombre viendo al chico pasar—. Buenos días, señorita, la invito al retiro espiritual que mi iglesia organiza este siguiente sábado, tendremos muchos temas y actividades.

—Gracias —contestó una chica de preparatoria tomando uno de los panfletos y dando al hombre un asentimiento de cabeza.

—Buenos días, señor —habló esta vez a un hombre que salía de un auto de lujo que se había estacionado frente a él—. ¿Me regala un segundo para invitarlo a...

—Lo acaban de encerar, llévalo al primer piso, no quiero ni un solo rasguño —ordenó el hombre lanzándole las llaves del auto, las cuales apenas alcanzó a atrapar.

—Disculpe, señor, yo no...

—Cuento contigo, Jae Hwan —Palmeó el hombro del feligrés luego de obsequiarle lo que quedaba de su café americano y se marchó cargando en mano su maletín.

—U-uh... Mi nombre es Julio.

Los pasillos de A&S Co. eran frescos y pulcros gracias al limpio y purificado aire que despedía el aire acondicionado. Por los amplios pasillos corrían empleados cargando largos y pesados telones, aprendices a medio vestir llegando tarde a las salas de ensayo, hombres trajeados contestando el teléfono mientras que cargaban un puñado de papeles a llenar en mano y trabajadores de limpieza arrastrando sus enormes pero no tan pesados carritos.

Y de la boca de este, un hombre de porte galante, paso seguro y fuerte aroma a colonia Paco Rabanne hacía acto de presencia.

—Buenos días, señor Lee —fue saludado por uno de los ejecutivos.

—Director Kang —contestó en un leve saludo al estilo militar.

—El buen Lee ha arribado el barco —saludó otro de los hombres.

Pretty BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora