𝟎𝟏. 𝕱𝖆𝖘𝖊 𝖉𝖊 𝕮𝖚́𝖒𝖚𝖑𝖔

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𝔏os ojos avellanas de Charly se iluminaban con las imágenes de la televisión frente a ella mientras sus manos se encontraban debajo de su estómago jugando con sus dedos. Tenía una postura encorvada y su cuello parecía salirse de su lugar de la manera en que observa las noticias matutinas. Su labios se encontraban ligeramente separados con una expresión de asombro, parecía ni siquiera respirar.
Sarah, que se encontraba en el umbral de la puerta de la sala, la observaba con una expresión chistosa cruzada de brazos, y dejó salir una leve risa. Después de tantos años le seguía provocando gracia el semblante de su amiga cada vez que se sentaba frente a esa caja con luces.

-No olvides parpadear- Se acercó a la niña sentada en el sofá y le arrebató el control de su lado a lo que está gruñó.

-¡Ey! Devuélveme eso- Se arrodilló sobre el sofá y alargó su brazo para volver a tomar el objeto.

Sarah ya se encontraba lejos de su alcance mientras la observaba divertida y reía.
Dejó caer levemente su peso contra la mesada de madera en medio de la sala y se cruzó de brazos mientras Charly la fulminaba con la mirada y volvía a gruñir.

-¿Por favor?- Volvió su tono en súplica y más agudo como el de una niña pequeña mientras apretaba sus labios y abría sus ojos cómo un perrito mojado bajo una terrible tormenta de invierno.

Sarah se mordió el labio para intentar no lanzar una carcajada por la escena de su amiga.

-Te secará el cerebro como una pasa si sigues mirando eso tanto tiempo.

-Pero Sarah- Su amiga alargó su nombre molesta y en tono de súplica- Es interesante.

Sus palabras no parecían muy decisivas al respecto, tal vez no era la palabra que buscaba para definir las noticias.

-¿A sí?

-Encontraron a un muchacho, en un callejón cerca de Bloody Drink, las noticias dicen que no era de aquí, que nadie lo conocía, ni siquiera tenía identificación.

Charly hablaba cómo su madre, después de todo se había criado con ello: charlas sobre muertes y asesinatos a la hora del desayuno y de cena el análisis de los cadáveres.
Sarah siempre se había negado a hablar de esos temas durante las comidas del día, pero a Clarissa no parecía importarle qué ahora su hija de casi dieciocho años estuviera tan interesada en la investigación de crímenes, o que siempre metía la pata por ser tan entrometida en situaciones donde no debía.
La muchacha contra la mesada tomó una manzana verde, mas verde que cualquier otra, y brillante y la observó detenidamente. Se veía tan deliciosa. Recordó qué nunca más volvería a poder sentir el sabor de una fruta dulce en sus labios; pero no le importó  proporcionandole una mordida, mientras cerraba los ojos y esperaba sentir el líquido dulce tocarle los labios. Pero no sucedió. Sarah se rindió y su semblante frío volvió a gobernar su rostro tan terso.

-¿Porque sigues intentándolo?- La pregunta de Charly pareció dolerle cuando tragó la fruta como si fuera un cuchillo afilado que la descuartizaba por dentro.

Charly siempre había tratado de ayudarla con su idea de una vida normal, para que ambas pudieran serlo. Pero Sarah aún se aferraba a su vida pasada, intentando ser como antes, intentando ser algo que no era y que nunca volvería a ser.
Sarah la observó detenidamente. Sus grandes ojos brillaban cada vez que hablaba de algo que le apasionaba, su cabello ondulado y castaño como el de su madre se encontraba reposando sobre su espalda con algunos mechones incontrolables detrás de sus orejas; le recordaba a Clarissa cuando tenía su misma edad, eran tan parecidas y a la vez tan distintas.

-¿Y cómo murió?

Sarah quería mantener su tono divertido solo para burlarse de ella pero en el fondo sabía qué le dolía e ignorar esa pregunta sería lo mejor que podía hacer.
Durante las últimas dos semanas Clarissa había tenido varios anuncios de muertes, mejor dicho asesinatos, cerca de la zona, y la mayoría todos por la misma causa: Desangramiento. Los cadáveres no tenían ni una gota de sangre; y Sarah no sabía eso por las notificaciones de Clarissa, sino porque había procurado introducirse sigilosamente a su despacho para saber un poco más sobre el tema. Después de todo ella misma le había pedido que cuidara de su pequeña hija, que la alejara de todo lo que le pudiera hacer cualquier tipo de daño; y Sarah lo había intentado durante diecisiete años, esperaba que así siguiera.
Escuchó los tacones resonando contra la madera y arrojó con efusividad y rapidez la manzana que sujetaba entre sus manos, encestando perfectamente en la papelera cerca de la nevera.

In Your BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora