Ojos Negros 🌌 Acru

904 46 82
                                    

Agustín.

Si hacía mi mejor esfuerzo y hurgaba en mi memoria el momento exacto en que terminé acá, seguía pareciéndome irreal.

Siempre me vi a mi mismo como un pibe de barrio que eventualmente conocería a una piba igual que yo, con la que iba a tener más similitudes que diferencias, alguien con quien podría identificarme y sentirme a su altura.

Hace algo de ocho meses nos contrataron a mis amigos y a mí para tocar en un unos dieciocho, en un ambiente donde reinaba el chetaje, todo lo contrario a lo que estábamos acostumbrados.

En ese momento poco me importó el lugar, pagaban más de lo que pedíamos y lo único importante para nosotros era poner el plato en la mesa, además de mostrarnos a otro tipo de público; si bien no era un recital ibamos confiados por el boca a boca, y los videos que se subían a las redes.

Y todo iba bien, tocamos un par de temas, a la gente parecía gustarle... Hasta que la vi. No sé cómo, entre el tumulto de gente su pelo negro como el carbón me llamó la atención, más que cualquier flash o accesorio de cotillón que tenían los invitados.

Mantuvimos el contacto visual por el resto de la presentación, y fue ella también una de las que se acercó a sacarse una foto con nosotros. Hablamos por lo que parecieron horas, y poco recuerdo de esa conversación, sólo esa sensación constante de complicidad entre los dos.

Esa madrugada me fui a casa sintiéndome un rey con su número en mis contactos, y el resto es historia. Nos frecuentamos más de lo que deberíamos siendo de mundos tan distintos y me carcomía la incertidumbre, esa duda a todas horas machacandome el cerebro al pensar qué carajo veía en mí y cuanto tardaría en cambiarme por alguno de sus amigos; esos chetos que manejaban un Mercedes Benz y que en nada se parecían a mí.

Una noche tomamos, bailamos lento y sentí por primera vez que si de ella se trataba yo era capaz de conectar con su mundo, por más ajeno que me sintiera. Lo nuestro era una amistad con un par de besos de por medio, sin rencor y sin apego o al menos eso quería creer.

Ahora sentía todo lo contrario, sentado en el banco de una plaza cerca de su casa a las once de la noche para tener la que parecía ser la última conversación.

La vi doblar la esquina, con esa gracia al caminar que sólo ella tenía y bajé la mirada hasta que la sentí sentarse al lado mío. Yo seguía con mi ojos fijos en mis manos y los movimientos nerviosos que hacía con mis dedos para distraerme, sin atreverme a mirarla.

—Hola, Agus. – la miré de reojo regalándole una media sonrisa, ni siquiera en un momento así podía estar cerca suyo sin sonreír.

No quería dejarla ir, no quería largar nada de lo que tenía para decirle, pero después de ocho meses de idas y vueltas que me estaban destrozando sabía que era necesario, que al final sea cual sea la resolución de todo éste asunto, me iba a sentir liberado.

—Hola, Ailu.

Me giré para estar mas cerca, viendo como estaba sentada como indiecito, con su mochila sobre sus piernas. Desde acá podía sentir su perfume que para mi no era suyo, sino de los dos. Ella se había metido debajo de mi piel y no sabía qué hacer para sacarla de ahí, para liberarme de ese hechizo.

—Me asusté un poquito cuando me dijiste que andabas por acá, ¿pasó algo?

Eso era lo peor de todo, yo que era una especie de enigma para todo aquel que me conocía porque nunca mostraba mis cartas, porque estaba constantemente cambiando, con ella no pasaba. Me leía como a un libro abierto, dejandome totalmente desamparado cuando me miraba fijo con esos ojos negros que parecían tener veneno cuando se enojaba.

one shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora