Selene

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La joven de cabellera cobriza estaba dando un paseo con su perro Lucky, los árboles de otoño dejaban el suelo lleno de hojas que crujían a sus pies. Con un suave silbido llamó a su acompañante que se había separado de ella, este vino corriendo moviendo la cola, contento. Ella se agachó para acariciarle detrás de las orejas y darle un cálido beso en la cabeza.

Juntos volvieron hacía la pequeña granja que le había legado su familia y desde hacía dos años que vivía tranquilamente en aquel lugar. Al pasar la cerca, donde había un par de charcos de agua debido a la tormenta de esa mañana, saludó alegremente a su vaca que estaba cerca de su ternero.

Estel era feliz en aquel lugar, pisó con fuerza el verde suelo y llegó hasta el gallinero, donde las gallinas correteaban y comían pausadamente. Abrió la puerta de su casa y se quitó las botas de goma dejándolas fuera. Lucky la siguió mientras se quitaba el pesado abrigo y la bufanda. Aunque solo fuera octubre en la montaña el frío era invernal.

Se sentó en el sofá antiguo, donde tantas veces se había sentado con su familia en el pasado y cogió el libro que había estado leyendo de la mesita. Lucky se quedó a sus pies y cerró los ojos para dormir un rato.

Pasaron las horas y oscureció, aquella noche la luna estaba resplandeciente en el cielo. Envuelta de un halo mágico y deslumbrante. Estel salió de su casa para verla, desde pequeña siempre le había encantado mirar la luna y era una costumbre que mantenía aun siendo mayor de edad.

Cuando era pequeña una noche como aquella donde la luna había sido grande y hermosa una niña había aparecido en su casa. Perdida y desorientada, con un vestido como única ropa para cubrir su cuerpo. Sus padres la habían dejado entrar para que se calentara y le habían dado su ropa vieja. Estel se había quedado fascinada con la hermosura de la niña. Con unos ojos azules como el cielo y una hermosa cabellera rubia que le caía en bucles dorados por la espalda.

Pero la niña misteriosa había desaparecido al abrir los ojos por la mañana, y en noches como aquella, Estel le rezaba a la luna para volver a verla.

El aire gélido de la noche azotó la hierba del suelo haciéndose que se moviera y las copas de los árboles se mecieron como al son de una melodía. Un escalofrió le recorrió el cuerpo, volvió dentro de la casa para cenar algo y meterse en la cama. Mañana le esperaba un largo día de trabajo.

(...)

Era de madrugada, el clásico cantar del bosque se oía como la dulce melodía de la vida. Los árboles se mecían al son de los sonidos de los animales nocturnos. Unos pies descalzos caminaban sobre la maleza silvestre. La joven mujer caminaba guiada por la memoria de años atrás, buscando una casa que le resultaba familiar. Había oído los ruegos que le habían llegado a su hogar.

Con la luz blanca que emitía su piel de nácar, llegó sin tropiezos ni impedimentos a la casa que estaba buscando. Miró por la ventana curiosa, pero dentro solo reinaba la penumbra. Vislumbró las cenizas que quedaban en la chimenea de aquella habitación y con el suave movimiento de sus pies se desplazó para mirar en otra ventana.

Tras aquella segunda ventana se veía la imagen de una mujer durmiendo. Su pelo cobrizo discurría sobre la almohada y las sabanas. Sus labios rosados estaban entreabiertos, sus manos morenas estaban colocadas al lado de su cara. La mujer sonrió dulcemente, recordando aquella noche de hacía años donde una niña con el pelo rojizo le había hablado sobre las maravillas de su hogar y con la esperanza de haber encontrado una nueva amiga.

La mujer traspasó la pared, su piel iluminó levemente la estancia. Se quedó un rato mirando a la joven, de pie y pensando que era la criatura más hermosa que nunca había visto. Siendo imperfecta, pero terriblemente devastadora aquella belleza.

La noche iba pasando, el único momento donde su reinado era visible. Con su luz iluminando el mundo el cual sus padres habían ayudado a crear.

Se iba acercando el amanecer y ella debía volver a su descanso hasta la siguiente noche, donde volvería a verla debido a que aquella belleza se le había quedado en el corazón.

Se movió con tremendo sigilo para salir de la habitación, cuando algo la detuvo. Su vestido de luz se debía de haber enganchado en algún lugar.

—Espera.

La mujer de rubia cabellera se dio la vuelta y contempló como Estel había agarrado la tela de su inmaculado vestido.

—Mi dulce Estel —la mujer habló con una voz angelical.

—¿Por qué te fuiste aquella noche? He esperado años este momento.

La mujer se acercó a ella y se agachó para quedar a la altura de su cara. Sus bucles dorados cayeron sobre su escote.

— Te amo, llevo años amándote. Pero solo existo durante la noche.

—Me da igual, quiero estar contigo.

—Soy una diosa inmortal, mi dulce estrella.

La diosa miró por la ventana. El amarecer llegaría pronto y ella debía de irse.

—Vuelve a venir a verme.

La diosa le sonrió, cogió su cara con las manos y acercó su boca a la de Estel. Fue un beso dulce y delicado como el rocío de las flores.

—Volveré, siempre que me lo pidas. Solo debes de rezar a la luna.

—Dime tu nombre para que pueda ponerte en mis plegarias.

—Selene —esta besó el dorso de la mano de la joven y desapareció cuando el primer rayo del amanecer inundó el mundo. 


Hacía años que quería hacer una historia sobre esta diosa y su historia con Endymion

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Hacía años que quería hacer una historia sobre esta diosa y su historia con Endymion. He hecho una versión cortita de uno de los relatos mitológicos que más me gustan.

Ginny ;)

Diosas & HeroínasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora