Yasira tenía los ojos cerrados, nunca le habían gustado las cosas rápidas. El traqueteo de la nave y el sonido la ponían nerviosa. La nave estaba saliendo de la estratosfera y cogiendo una velocidad pasmosa. La chica se llevó las manos a los oídos como hacía siempre que algo la agobiaba. Midori, que estaba sentada a su derecha, empezó a hablar de forma pausada y calmada a Yasira para que se relajara. La muchacha de piel de ébano comenzó a bajar las manos lentamente mientras se acostumbraba al ruido y acabó sonriendo a su compañera.
La nave salió al espacio exterior y cogió velocidad de crucero, dentro de poco tomarían contacto con el buque interestelar El Esperanza.
Midori estaba exhausta, pero ilusionada. Todo el viaje desde Japón a la Nasa la había agotado, aunque hubiera teletransporte para ir de un lado a otro del mundo; ella siempre había preferido los viajes convencionales. Además, agobiaban menos a Yasira, el vaivén del tren intercontinental calmaba a la chica y siempre era bueno tener una mesa donde apuntar cosas por si aparecen ideas nuevas.
Yasira estaba jugueteando con el cinturón doble de su asiento y mirando por la ventana al espacio oscuro, sonrió. Se veía reflejada en el espejo y le hacía gracia.
― ¿Cuánto queda para que lleguemos a El Esperanza?― preguntó Midori al capitán de la nave.
―Estamos llegando ya, en diez minutos estaremos dentro del buque.
Midori se soltó el pelo verde que le cayó en cascada por la espalda y se ajustó el parche de su ojo derecho. Era de color negro y tenía una flor de loto bordada en color rosa, regalo de su padre. Ella era una reputada microbióloga y la habían llevado a la expedición por si encontraban organismos microscópicos en el nuevo planeta. Además también era la única que podía descifrar la mente brillante de Yasira.
Yasira era de un pueblo remoto de Sudáfrica, su madre la había abandonado con cuatro años porque no era como las otras niñas. La doctora Jacqueline la encontró y la adoptó. No era como todo el mundo, dominaba doce idiomas a la perfección, entre ellos el japonés, era una brillante astrofísica; lo único era que no le gustaban las relaciones sociales y se alteraba con facilidad. Era autista y poseía el síndrome del sabio.
La pequeña nave empezó a entrar por un túnel que se había formado por la popa del barco, la nave aterrizó y la puerta empezó a abrirse, la tripulación que estaba formada por especialistas de diversos campos empezó a bajar, Yasira se esperó a que todos hubieran bajado para salir. Se colocó detrás de Midori y dejó que ella hablara mientras echaba un vistazo a la nave.
―Hola a todos. ―dijo un hombre que claramente se notaba que era el capitán.―Soy el capitán Oliver y dirijo este magnífico navío.― se tocó el mostacho marrón de debajo de su nariz.― Son todos ustedes laureados doctores en sus campos y forman un grupo excepcional para esta misión. Navegaremos a los confines del espacio hasta el planeta Alfa donde piensan establecer la nueva colonia. A continuación, les mostraré la nave que será su casa en este próximo año.
Yasira empezó a moverse con rapidez y vigorosamente siguió al capitán que caminó con paso alegre hacia el interior de la nave, feliz por recibir algo de atención.
―El buque mide doscientos cincuenta y dos metros de largo y veintiocho de ancho. Contiene dos grandes módulos biológicos situados en las dos principales bodegas. En las otras tres es donde hay una pareja de cada animal de granja y suministros para tres años. Puede transportar hasta mil toneladas y alcanza la velocidad de la luz con sus tres motores nucleares. Además, contiene mil seiscientas luces led― comenzó a contar todo lo que había leído sobre El Esperanza.
―Así es.―dijo Oliver impresionado.― Usted debe de ser Yasira.―le tendió la mano para estrecharla.―He oído grandes cosas de usted.
―Gracias. ― la joven se dio la vuelta y volvió junto a Midori dejando al hombre con la mano extendida.
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Diosas & Heroínas
ChickLitRelatos varios sobre señoras que se aman mucho y con fuerte carácter. Todos los derechos reservados